
La obesidad no responde a una sola causa ni se manifiesta de la misma manera en todas las personas. Durante décadas, el abordaje clínico tendió a tratarla como una condición uniforme, con recomendaciones generales que no siempre ofrecieron resultados consistentes.
Esa falta de previsibilidad alimentó explicaciones centradas en la conducta individual, aunque los resultados clínicos variaban notablemente entre pacientes sometidos a estrategias similares.
Investigaciones recientes en genómica humana, fisiología y neurociencia ofrecen un marco distinto. De acuerdo con un análisis realizado por el Dr. Christopher C. Thompson para Forbes, el aumento de peso y la respuesta al tratamiento pueden explicarse por fenotipos biológicos de obesidad: patrones recurrentes definidos por la interacción entre genética, hormonas, sistema inmunitario, microbioma intestinal y circuitos cerebro–intestino.
Según Thompson, esta perspectiva ayuda a comprender por qué el cuerpo defiende el peso de maneras diferentes y por qué una intervención resulta eficaz en algunos casos y limitada en otros.
Fenotipos: una diversidad biológica

Un fenotipo no es un diagnóstico ni una etiqueta clínica, sino un perfil biológico observable que describe la forma en que se expresa la regulación del peso en una persona.
Según Thompson, profesor de medicina en la Universidad de Harvard, estos perfiles explican tanto el origen y la persistencia del aumento de peso como la marcada variabilidad en la respuesta terapéutica.
La genética establece una base fundamental, pero no actúa de manera aislada; los genes interactúan constantemente con hormonas, circuitos neuronales, señales inmunitarias y factores ambientales.
En un extremo del espectro se encuentran trastornos monogénicos poco frecuentes, mientras que en el otro aparecen patrones poligénicos comunes, en los que múltiples efectos genéticos pequeños se suman a la exposición ambiental contemporánea. La mayoría de la población se ubica entre ambos extremos.

Un grupo reducido de personas desarrolla obesidad por alteraciones en un gen crucial dentro de la vía que regula el apetito. Entre los ejemplos figuran la deficiencia congénita de leptina y la deficiencia de su receptor, donde la señal al cerebro sobre las reservas energéticas está ausente o no se percibe. En ambos casos, el cerebro interpreta un estado de hambre permanente.
Otras alteraciones afectan la señal de saciedad tras las comidas; deficiencias de POMC, PCSK1 y MC4R impiden la producción o acción de péptidos que restringen la ingesta.
El resultado clínico es una sensación de saciedad reducida, mayor consumo de alimentos y un punto de ajuste de peso elevado que el cuerpo defiende desde edades tempranas.
Interacción genética, metabólica e inmunológica
La mayoría de los casos de obesidad no responde a un solo gen. Estudios genéticos a gran escala identifican cientos de loci (posiciones específicas en los cromosomas donde se localizan ciertos genes o variantes genéticas) asociados al peso corporal, el apetito, la distribución de la grasa, la sensibilidad a la insulina y el gasto energético. Cada variante ejerce un efecto pequeño, pero en conjunto determinan la intensidad con la que el organismo defiende su peso.

Thompson sostiene que estos genes se relacionan con vías hipotalámicas, circuitos de recompensa, función del tejido adiposo, activación inmunitaria y comunicación intestino–cerebro. También influyen en la composición del microbioma intestinal, reforzando el vínculo entre genética y entorno metabólico.
En muchos pacientes, el aumento de peso está asociado a disfunciones sistémicas más amplias. Uno de los perfiles identificados es el fenotipo inflamatorio adiposo, donde el tejido graso se inflama y secreta citocinas que modifican la señalización de la insulina y la regulación hipotalámica del peso.
Este patrón explica la aparición de complicaciones metabólicas con incrementos de peso moderados y la resistencia a la pérdida ponderal.
Otro perfil es el fenotipo de disfunción de la barrera intestinal. En este caso, una microbiota alterada y una mayor permeabilidad intestinal permiten el paso de productos bacterianos hacia la circulación, activan respuestas inmunitarias y alteran la señalización intestino–cerebro. Este patrón suele aparecer en personas expuestas a estrés crónico, enfermedades previas o antibióticos.
Implicancias clínicas y personalización del tratamiento
La obesidad también se expresa junto al síndrome metabólico, diabetes tipo 2 o enfermedad del hígado graso no alcohólico. El síndrome metabólico se diagnostica cuando se cumplen al menos tres criterios clínicos, entre ellos obesidad central, dislipidemia, hipertensión y alteraciones de la glucosa.

Según Thompson, en estos casos predominan la resistencia a la insulina, la acumulación de grasa hepática y la alteración del manejo lipídico. Trastornos hormonales como hipotiroidismo, síndrome de Cushing, hipogonadismo o síndrome de ovario poliquístico actúan como factores que amplifican una susceptibilidad previa.
A partir de estos mecanismos, la literatura médica describe fenotipos funcionales útiles para la práctica clínica. El fenotipo de cerebro hambriento se caracteriza por una señal de saciedad reducida o demorada, asociada a hormonas como GLP-1 y PYY. El fenotipo de intestino hambriento está vinculado a un vaciamiento gástrico rápido y una saciedad de corta duración.
También se reconoce la alimentación basada en recompensas, relacionada con una sensibilidad elevada de los circuitos dopaminérgicos, y el fenotipo de bajo gasto energético, donde el cuerpo conserva calorías con máxima eficiencia y reduce el gasto en caso de restricción.
El Dr. Thompson a lo largo de su análisis sostuvo que, comprender la obesidad desde estos fenotipos biológicos permite interpretar la variabilidad en la respuesta al tratamiento.
Algunas personas responden mejor a intervenciones que influyen sobre la señal del hambre, mientras que otras requieren estrategias que modifiquen la fisiología gástrica, la inflamación o el gasto energético.
Este enfoque traslada la atención desde explicaciones conductuales simplistas hacia la biología de la regulación del peso y constituye un marco para seleccionar tratamientos más ajustados a cada perfil.
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