
Existe un truco mental, respaldado por la psicología, que puede transformar la percepción del ejercicio y hacerlo más atractivo, incluso para quienes sienten que nunca llegarán a disfrutarlo.
Según mencionó el psicólogo David Rock, en Psychology Today, la clave está en entrenar al cerebro para asociar la actividad física con recompensas inmediatas y personales.
Así lo explica un artículo publicado por GQ, que profundiza en cómo este enfoque puede facilitar la adopción de hábitos saludables y sostenibles.
El desafío mental de disfrutar el ejercicio
Para numerosas personas, la idea de hacer ejercicio provoca resistencia o desinterés. De acuerdo con GQ, el cerebro tiende a interpretar el esfuerzo físico como una amenaza, al implicar un gasto de energía considerable. Esto genera pensamientos limitantes como “no puedo” o “mejor no vayas”, que obstaculizan tanto la constancia como el disfrute de la actividad.

David Rock, citado por GQ y Psychology Today, explica que subconscientemente el ejercicio rara vez se percibe como una fuente inmediata de placer. “No es algo que queramos hacer, por eso es muy fácil distraerse. Esta distracción suele ocurrir incluso antes de que nos demos cuenta”, afirma el experto.
Además, las recompensas tradicionales asociadas a la actividad física, como mejorar la salud o prolongar la vida, son demasiado lejanas para resultar motivadoras en el presente. El cerebro, diseñado para priorizar gratificaciones inmediatas, no responde con la misma intensidad ante beneficios diferidos.
El truco de David Rock: recompensas inmediatas y personales
Frente a este obstáculo, David Rock propone vincular el ejercicio con beneficios tangibles y presentes. La idea es que cada persona identifique una recompensa significativa que pueda experimentar justo después de ejercitarse, lo que reduce la percepción del esfuerzo como amenaza y promueve una asociación positiva.
“Mi estrategia es vincular el ejercicio con mi trabajo, ya que me encanta. Nadar o correr desbloquea mis ideas. Así que lo relaciono con algo que ya considero valioso, lo que me hace sentir recompensado”, comenta Rock en GQ.

Estas recompensas deben ser relevantes para cada individuo. Algunas opciones incluyen mejorar la calidad del sueño, socializar en clases grupales, elevar el ánimo gracias a la dopamina, o disfrutar un momento exclusivo para escuchar música o un podcast favorito. La clave está en que el beneficio sea inmediato y deseado.
Este enfoque permite que el ejercicio sea percibido como placentero y útil, lo cual disminuye la resistencia y facilita su integración como hábito. Según GQ, lo importante es encontrar una motivación inmediata que transforme la actividad física en una fuente de satisfacción personal.
Preparación adecuada: el punto de partida para una experiencia positiva
David Rock también advierte sobre la importancia de prepararse correctamente antes de comenzar una rutina. Saltarse el calentamiento o ignorar el propio nivel de energía puede transformar el ejercicio en una experiencia dolorosa, reforzando percepciones negativas.
“Si corres un maratón sin haber entrenado, tu cerebro pensará que fue la peor experiencia de tu vida, y hará lo posible para que no la repitas”, afirma Rock en el artículo de GQ. Por eso, recomienda adaptar el ejercicio a las capacidades individuales, calentar apropiadamente y escuchar las señales del cuerpo.

Una preparación adecuada no solo previene lesiones, sino que también aumenta las probabilidades de disfrutar la sesión, facilitando la formación de un hábito positivo.
Consejos prácticos para mantener la motivación
Más allá del enfoque de Rock, el sitio Triathlete, según cita GQ, ofrece estrategias adicionales para fomentar la constancia:
- Rifa de recompensas: escribir cinco recompensas deseadas y elegir una al azar tras cada sesión. Este factor sorpresa potencia la gratificación inmediata.
- Micrometas: establecer objetivos pequeños y alcanzables, como caminar diez minutos en lugar de correr una hora. Cada logro activa la dopamina y refuerza el hábito.
- Identificar el “por qué” personal: tener clara la razón íntima para ejercitarse —ya sea por salud, bienestar o autoestima— proporciona una base sólida para sostener la práctica incluso cuando decae la motivación.

Al combinar recompensas inmediatas, preparación adecuada y un propósito personal significativo, cualquier persona puede transformar el ejercicio en una actividad gratificante y sostenible, sin importar su punto de partida.
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