
En la etapa de la vejez, las personas son susceptibles no solo a enfermedades físicas, como la diabetes, las cataratas, la presión arterial alta y los problemas cardiovasculares, sino también a diversos trastornos psicológicos.
Según Ana Cristina Oliveira, psicóloga y profesora de Psicología consultada por la revista Mente Sana, los adultos mayores presentan una especial vulnerabilidad frente a condiciones como la depresión, el trastorno de ansiedad, la esquizofrenia de inicio tardío, la demencia y el trastorno afectivo bipolar.
Estas enfermedades representan un reto relevante para el sistema de salud, ya que a menudo coexisten con dolencias físicas previamente diagnosticadas.
Síntomas comunes de los trastornos mentales
De acuerdo con Oliveira, cada trastorno mental presenta síntomas particulares. En el caso de la depresión, los signos incluyen falta de interés por las actividades cotidianas, pérdida de placer, baja autoestima y una tristeza persistente sin causa aparente.

El trastorno de ansiedad se caracteriza por niveles elevados de estrés, inquietud y manifestaciones físicas como la taquicardia.
La esquizofrenia de aparición tardía afecta el pensamiento y el comportamiento, provocando alucinaciones y delirios, menciona la experta. En cuanto a la demencia, los síntomas comprenden deterioro de la memoria, dificultades en el lenguaje y transformaciones en la personalidad.
Finalmente, el trastorno afectivo bipolar se manifiesta a través de oscilaciones extremas del estado de ánimo, entre la euforia y la depresión, con episodios de irritabilidad y pérdida de memoria.
Causas principales de los trastornos mentales
Filipe Colombini, psicólogo y director general de Equipe At, señala que factores como el bajo nivel socioeconómico, el aislamiento social y la carencia de un entorno familiar aumentan la incidencia de trastornos mentales en la vejez.

A estos elementos se suma la disminución de capacidades cognitivas, la pérdida de autonomía y la aparición de enfermedades físicas incapacitantes. La cercanía con la muerte y la inactividad física también influyen de manera importante.
La interacción de estas variables genera un contexto propicio para el desarrollo de problemas psicológicos, lo que exige una intervención integral desde el ámbito clínico y social.
Diagnóstico de los trastornos mentales
La detección de estos trastornos en adultos mayores requiere de un abordaje clínico especializado. Colombini explica que los profesionales en geriatría emplean herramientas clínicas, psicológicas y neuropsicológicas para realizar una evaluación exhaustiva. Esta valoración se basa en la observación directa de conductas, así como en la identificación precisa de signos y síntomas.
De esta manera, es posible delinear un perfil diagnóstico que facilite la implementación de estrategias terapéuticas adaptadas a las necesidades particulares de cada paciente.

A pesar de que no existe una cura definitiva para estos trastornos, diversas formas de tratamiento permiten mejorar la calidad de vida de las personas afectadas. Colombini destaca la importancia del apoyo farmacológico combinado con seguimiento psicológico y psiquiátrico.
Los tratamientos mencionados no solo reducen los síntomas, sino que también generan impactos positivos en otros aspectos de la vida de los adultos mayores. En un entorno terapéutico adecuado, los pacientes experimentan mejoras progresivas en su salud mental, lo que se traduce en una mayor inclusión social y validación emocional.
Este enfoque integral, que combina intervenciones médicas y redes de apoyo comunitario, favorece una vida digna y activa en la vejez.
Importancia de la red de apoyo
La participación de una red de apoyo sólida resulta esencial en la atención de los trastornos mentales en personas mayores. Oliveira remarca el papel central de la familia y del entorno cercano, tanto en la detección temprana de señales como en el acompañamiento durante el tratamiento.
Cambios de humor, retraimiento o pérdida de interés en actividades son indicios que deben ser observados por los allegados. La presencia de un entorno afectivo, físico y social estable contribuye de manera decisiva a mejorar la adherencia al tratamiento y a enfrentar los desafíos propios de estas patologías.

La prevención comienza con el fomento de hábitos saludables. Oliveira destaca la importancia de mantener una rutina activa, conservar intereses personales, establecer relaciones sociales estables, seguir una dieta equilibrada y practicar ejercicio físico con regularidad.
Además, una relación familiar armónica resulta fundamental no solo para prevenir trastornos mentales, sino también para garantizar el bienestar general. Estas prácticas ayudan a preservar la salud emocional y sirven como barrera ante posibles desequilibrios psicológicos futuros.
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