
Con la llegada de diciembre, para muchas personas se instala una percepción recurrente: el año parece acelerarse de golpe. Las obligaciones se amontonan, las tareas no dan respiro, los cierres y evaluaciones se vuelven inevitables y, al mismo tiempo, aumenta la carga emocional.
El llamado estrés de fin de año combina agotamiento físico, ansiedad y presión sostenida, una mezcla que no es inocua. Aunque suele relativizarse o aceptarse como algo normal, puede tener efectos concretos sobre la salud, especialmente sobre el sistema cardiovascular.
En Argentina no existen estadísticas oficiales que lo midan de forma sistemática, pero la tendencia aparece de manera consistente en estudios clínicos, en la práctica médica cotidiana y en relevamientos laborales internacionales.

“En la práctica clínica, las consultas por síntomas vinculados al estrés aumentan en el tramo final del año. Se observan con más frecuencia insomnio o sueño no reparador, palpitaciones, cefaleas tensionales, aumento de la presión arterial, sensación de agotamiento extremo. Muchos pacientes no consultan por un evento aislado, sino por la acumulación de meses de sobrecarga laboral, demandas familiares y objetivos no cumplidos”, señala el médico cardiólogo Juan Pablo Costabel (MN 119403), jefe de la Unidad Coronaria e Internación de ICBA Instituto Cardiovascular.
Pese a su mala fama, el estrés no es necesariamente negativo. El especialista explica que, en niveles moderados, forma parte de un mecanismo adaptativo del organismo frente a un desafío: el ritmo cardíaco se acelera, la presión sube y se liberan hormonas como la adrenalina y el cortisol para responder a la exigencia. El verdadero riesgo surge cuando ese estado se prolonga y deja de ser transitorio.
“En estas últimas semanas del año, el cuerpo muchas veces no logra ‘bajar la guardia’. Las exigencias laborales, las preocupaciones económicas, los compromisos familiares y sociales, e incluso los cambios en la alimentación o el descanso contribuyen a mantener un nivel sostenido de estrés. En ese contexto, el sistema cardiovascular trabaja más de lo necesario”, describe Costabel.

La exposición persistente a niveles elevados de cortisol y adrenalina puede traducirse en subas de la presión arterial, aceleración del pulso, trastornos del ritmo cardíaco y procesos inflamatorios que favorecen la acumulación de colesterol en las arterias. Cuando este escenario se mantiene en el tiempo, aumenta la probabilidad de desarrollar hipertensión, arritmias, angina de pecho y otras patologías cardiovasculares.
Si bien estas recomendaciones aplican a toda la población, hay personas que deben extremar los cuidados. “Los grupos de mayor riesgo incluyen personas con hipertensión, diabetes o colesterol elevado, con antecedentes de enfermedad coronaria o ACV, obesidad o sedentarismo marcado.
En ellos, los picos de estrés pueden actuar como un desencadenante de eventos cardiovasculares o descompensaciones”, advierte el cardiólogo.
El burnout, una amenaza silenciosa para el corazón

Cuando el cansancio deja de ser ocasional y se transforma en un agotamiento persistente, puede aparecer el síndrome de burnout o “síndrome del trabajador quemado”. Aunque se lo asocie al ámbito laboral, su impacto va mucho más allá: altera el descanso, la alimentación, los vínculos personales y compromete la salud cardiovascular.
Este cuadro suele manifestarse a través de tres ejes principales: un profundo desgaste físico y emocional, con falta de energía y dificultades para concentrarse; la despersonalización, que se expresa como irritabilidad o desconexión emocional; y la pérdida de motivación y eficacia, con sensaciones de frustración, apatía y de no cumplir con las expectativas.
“Desde el punto de vista cardiovascular, el burnout puede generar una tormenta perfecta: el cuerpo permanece en un estado de alerta crónico, con aumento del tono simpático, presión arterial elevada, mayor frecuencia cardíaca y cambios metabólicos que favorecen el aumento de peso y del colesterol. Todos estos factores incrementan significativamente el riesgo de enfermedad coronaria”, subraya el jefe de la Unidad Coronaria e Internación de ICBA Instituto Cardiovascular.

El cierre del año reúne múltiples factores que explican por qué estos cuadros se intensifican en este período. A la presión por cumplir objetivos y cerrar proyectos se suma la falta de descanso, jornadas más largas y menos horas de sueño. También influyen los cambios de hábitos típicos de estas fechas, como el mayor consumo de alcohol y comidas calóricas, la disminución de la actividad física y las demandas emocionales asociadas a reuniones familiares, compromisos sociales y balances personales.
“El corazón, que es sensible no solo a lo biológico sino también a lo emocional, percibe ese conjunto de tensiones. Por eso, en esta época del año, es importante reforzar las medidas de autocuidado y prestar atención a las señales que el cuerpo envía”, agrega Costabel.
El ritmo acelerado de la vida cotidiana favorece que muchas personas ignoren o minimicen las señales de alerta que da el cuerpo. “Muchas personas normalizan dormir poco, comer mal, síntomas físicos como dolores o palpitaciones. Ese hábito lleva a que minimicen señales de alarma y recién consulten cuando los síntomas son muy intensos o sostenidos”, concluye el especialista.
Cómo prevenir el estrés y cuidar el corazón

Cuidar la salud cardiovascular implica también prestarle mucha atención a la salud emocional. No se trata solo de medir la presión arterial o hacer actividad física, sino de reconocer cuándo el estrés está desbordando y tomar medidas antes de que se exprese en el cuerpo. Para eso, hay una serie de recomendaciones simples que pueden marcar una gran diferencia:
- Escuchar al cuerpo. Si aparecen síntomas como palpitaciones, dolor o presión en el pecho, falta de aire, mareos o fatiga inusual, no los minimice. Consulte con un profesional.
- Ordenar las prioridades. No todo debe resolverse antes del 31 de diciembre. A veces, postergar es también una forma de cuidar la salud.
- Recuperar el descanso. Dormir entre 7 y 8 horas por noche es fundamental para regular las hormonas del estrés y reducir la presión arterial.
- Cuidar la alimentación. Evitar los excesos de sal, grasas y alcohol, especialmente en reuniones y festejos.
- Moverse. Caminar, andar en bicicleta o nadar son excelentes maneras de descargar tensiones y mejorar la circulación.
- Conectar y desconectar. Mantener vínculos saludables y reservar momentos sin pantallas ni trabajo es tan importante como cualquier medicación.
- Pedir ayuda. El estrés y el burnout no se enfrentan en soledad. Hablar con un médico, psicólogo o un amigo puede ser el primer paso para volver a equilibrarse.

“El corazón no solo bombea sangre: también traduce emociones. Late más rápido con la ansiedad, se calma con la serenidad y sufre cuando el estrés se prolonga. Por eso, hablar de burnout o de estrés de fin de año no es solo una cuestión psicológica: es una cuestión de salud cardiovascular”, concluye el doctor Juan Pablo Costabel, jefe de la Unidad Coronaria e Internación de ICBA Instituto Cardiovascular.
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