
Las olas de frío polar no solo alteran la rutina diaria, sino que también tienen consecuencias directas sobre el funcionamiento del cuerpo humano.
“El hipotálamo es el gran termostato interno del Homo sapiens”, señaló a Infobae el doctor Alejandro Andersson, neurólogo, director médico del Instituto de Neurología Buenos Aires (INBA). Así, dio a entender que el manejo de la temperatura corporal está cargo de nuestro órgano maestro: el cerebro.
“Las olas de frío polar, como la que atraviesa actualmente buena parte del territorio argentino, implican temperaturas muy bajas, vientos fríos y baja sensación térmica, los cuales tienen varios efectos sobre el organismo humano, en particular, en el cerebro, el sistema nervioso central y los músculos, que son estructuras especialmente sensibles al frío.
Además, pueden generar un estrés adicional en el sistema circulatorio, incrementando el riesgo de eventos cardiovasculares graves como infartos de miocardio, accidentes cerebrovasculares (ACV) e incluso paros cardíacos.
“Durante el invierno y los extremos de baja temperatura se han asociado a un incremento del riesgo de eventos cardiovasculares”, explicó el doctor Miguel González, jefe de Cardiología e Investigación del Sanatorio Finochietto. “A nivel cardiovascular, es más frecuente que las complicaciones ocurran con bajas temperaturas, a diferencia de lo que sucede con las altas”.

Los efectos del frío en el cerebro, los músculos y los nervios
Las bajas temperaturas provocan una vasoconstricción generalizada, es decir, el estrechamiento de los vasos sanguíneos. “Cuando esto ocurre en el cerebro, puede disminuir el flujo sanguíneo y dar lugar a dolor de cabeza, mareos o una sensación de ‘mente nublada’. En algunas personas, también se observa dificultad para concentrarse o enlentecimiento cognitivo“, explicó el doctor Andersson.
“La vasoconstricción también genera un aumento de la presión arterial, taquicardia y el cuerpo -el corazón en especial- se encuentra con mayor trabajo y esfuerzo para tratar de generar calor y energía”, detalló González. Este esfuerzo adicional puede exacerbar factores de riesgo preexistentes como la hipertensión arterial y las arritmias.
A su vez, el frío extremo puede agravar trastornos neurológicos preexistentes, señaló el doctor Andersson: “Como la esclerosis múltiple, donde se intensifican la rigidez y la espasticidad muscular, o el Parkinson, donde aumentan la lentitud, el temblor y la rigidez. En personas con neuralgias, como la del trigémino o de Arnold, el aire frío puede exacerbar los episodios de dolor", describió.
A nivel muscular, la baja temperatura reduce la elasticidad y favorece contracturas dolorosas, especialmente en el cuello, la espalda y las piernas. “Esto se debe a la pérdida de flexibilidad y coordinación, lo que incrementa el riesgo de lesiones, calambres o entorpecimiento de los reflejos", indicó el doctor Andersson.

Los nervios periféricos también se ven afectados: “El frío puede generar hormigueo, entumecimiento o sensación de “congelación” en las extremidades. En personas con neuropatías previas (por ejemplo, diabéticas), estos síntomas se intensifican", indicó Andersson.
Además, las bajas temperaturas pueden disminuir las defensas del organismo, haciendo que seamos más susceptibles a infecciones virales o bacterianas, que a su vez pueden desencadenar o agravar problemas cardíacos.
La edad se considera un factor de riesgo extra. “Con los años, el cuerpo pierde eficiencia para regular la temperatura, y la respuesta cardiovascular ante el frío puede ser más débil o exagerada“, señaló el doctor González. Además, las personas de mayor edad suelen presentar más factores de riesgo y menores defensas ante agentes infecciosos.
Por qué el frío puede ser un factor de riesgo de ACV

Según el Dr. Andersson, las temperaturas bajas están asociadas a un mayor riesgo de accidentes cerebrovasculares (ACV), en especial en personas con factores de riesgo cardiovascular.
Esto ocurre por varias razones, explicó el médico:
- Aumento de la presión arterial: el cuerpo eleva la tensión para conservar el calor.
- Mayor viscosidad de la sangre: el frío la vuelve más espesa, lo que dificulta su circulación.
- Activación del sistema nervioso simpático: se liberan catecolaminas (adrenalina, noradrenalina), lo que genera hipertensión transitoria y taquicardia.
“En individuos con antecedentes neurológicos, el frío puede desencadenar episodios de disautonomía —alteraciones en la regulación de funciones automáticas del cuerpo—, como hipotensión ortostática o taquicardias posturales", dijo el doctor Andersson.
Y destacó los efectos del frío en el estado de ánimo: “La combinación de estrés oxidativo, trastornos del sueño, reducción de la luz solar y aislamiento social puede agravar cuadros de depresión invernal, fatiga, sueño irregular e irritabilidad“.
El cerebro, el termostato del cuerpo

El responsable de mantener la temperatura corporal estable es el hipotálamo, una pequeña región del cerebro ubicada sobre el tronco encefálico.
¿Cómo funciona? “Este centro recibe información de termorreceptores periféricos (en la piel) y centrales (en órganos internos y el mismo cerebro), compara esos datos con el punto de ajuste fisiológico —unos 37 °C— y, si detecta desviaciones, activa respuestas automáticas, hormonales y conductuales para corregirlas", explicó Andersson.
Cuando el cuerpo detecta frío, el hipotálamo pone en marcha los siguientes mecanismos, indicó el doctor:

- Vasoconstricción cutánea: reduce la pérdida de calor.
- Temblores musculares: generan calor mediante contracciones involuntarias.
- Piloerección: la “piel de gallina” actúa como aislante (poco útil en humanos).
- Liberación hormonal (TSH, ACTH): eleva el metabolismo para producir más calor.
- Conductas adaptativas: buscar abrigo, consumir más calorías, encender fuego.
“Si el cuerpo está sobrecalentado, el cerebro aplica el proceso inverso: vasodilatación, sudoración, hiperventilación leve y comportamientos como quitarse ropa o beber líquidos", detalló Andersson.
Cómo proteger la salud del frío

Recomendaciones del doctor Andersson para prevenir el impacto del frío en el sistema nervioso y muscular:
- Vestir en capas, cubriendo zonas clave como cabeza, cuello, orejas y manos.
- Evitar esfuerzos bruscos al aire libre, especialmente sin calentamiento previo.
- Realizar actividad física moderada, para conservar el calor corporal y mejorar la circulación.
- Suplementar con vitamina D si hay escasa exposición solar.
- Usar protección térmica si se padecen neuralgias (por ejemplo, gorros para neuralgia de Arnold).
- Controlar la presión arterial y mantener una buena hidratación, sobre todo en adultos mayores.
El especialista también advierte que los trastornos del sueño y los cambios de ánimo durante los meses fríos no deben subestimarse: pueden ser indicadores de malestar neurofisiológico que requieren atención médica o psicológica.

Consejos del doctor González para cuidar el corazón en invierno:
- Evitar cambios bruscos de temperatura: procurar no pasar de ambientes muy calefaccionados al aire libre sin la protección adecuada.
- Mantener una alimentación saludable: optar por comidas nutritivas y equilibradas.
- Realizar actividad física moderada: incluso dentro de casa, mantenerse activo es beneficioso para la salud cardiovascular.
- Adherencia a la medicación: tomar los medicamentos recetados en tiempo y forma. Ante cualquier duda sobre ajustes de dosis, especialmente para la presión arterial, colesterol o anticoagulantes, siempre consultar al médico y nunca automedicarse.
- No fumar y evitar el estrés: estos hábitos son perjudiciales para la salud cardiovascular en cualquier época del año.
- Vacunación anual: es sumamente importante recordar la importancia de la vacunación anual con la vacuna antigripal y recibir el esquema de la vacuna antineumocócica. Está comprobado que infecciones como la gripe o el neumococo pueden provocar ataques cardíacos o empeorar cuadros de insuficiencia cardíaca o arritmias. Las vacunas protegen para evitar la infección o atenuar su gravedad. El esquema de vacunación en Argentina es gratuito para mayores de 65 años y personas con enfermedades cardiovasculares, respiratorias o sistémicas.
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