Aceite de oliva virgen extra, el “oro líquido” que controla la hipertensión, reduce el colesterol y cuida el corazón

Este producto es símbolo de la cultura mediterránea y un verdadero aliado de la salud cardiovascular

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Aceite de oliva y aceitunas
Aceite de oliva y aceitunas (AdobeStock)

Desde que la diosa Atenea lo hiciera crecer en la Acrópolis de Atenas en una competición con Poseidón, tal y como reza la mitología griega, el olivo se erige como uno de los símbolos de la cultura mediterránea. El olivo más antiguo de España fue plantado por los romanos y sabemos que el aceite era un bien esencial en la economía del Imperio.

El aceite de oliva virgen extra (AOVE) es más que un producto o una histórica moneda de cambio, ya que la comunidad científica ha encontrado en este alimento una fuente de nutrientes para nuestro organismo. De ahí que reciba el cariñoso apelativo de “oro líquido”, pues es un aliado clave para la salud cardiovascular y metabólica.

Uno de los efectos más sólidos respaldados por la evidencia científica es su capacidad para ayudar a controlar la presión arterial, un factor fundamental en la prevención de enfermedades cardiovasculares. Según la Fundación Española del Corazón (FEC), el aceite de oliva virgen extra contribuye a reducir la presión arterial en personas hipertensas gracias a su riqueza en compuestos fenólicos, que son unas sustancias con propiedades antiinflamatorias y antitrombóticas. Estos polifenoles ejercen un papel protector frente a la arteriosclerosis, un proceso de endurecimiento y estrechamiento de las arterias relacionado con el envejecimiento y responsable de numerosos trastornos cardíacos, entre ellos la hipertensión.

AOVE para reducir el colesterol

A este efecto vasodilatador se une su reconocida influencia sobre el perfil lipídico. La literatura científica recogida por la FEC destaca que el aceite de oliva virgen extra ayuda a reducir los niveles de colesterol LDL (conocido como “malo”) y a aumentar el HDL (el “bueno”), especialmente cuando los valores iniciales del LDL superan los 120 mg/dL.

Aunque algunos aceites de semillas pueden disminuir el LDL más intensamente, el virgen extra presenta una ventaja diferencial: promueve un tipo de LDL más grande y menos propenso a oxidarse, lo que se considera más saludable. Este beneficio se explica en parte por su alto contenido en ácido oleico, una grasa monoinsaturada que mejora la función de los vasos sanguíneos y cuya ingesta se recomienda priorizar a diario.

Así se cosecha la aceituna en una de las almazaras más antiguas del mundo: un aceite de oliva virgen extra biodinámico y de premio

Aceite de oliva frente al aceite de girasol

El impacto metabólico del aceite de oliva va más allá del colesterol. La FEC señala investigaciones que comparan dietas ricas en aceite de oliva virgen extra frente a otras basadas en aceite de girasol, mostrando que el virgen extra favorece la sensibilidad a la insulina al mejorar el transporte de glucosa en los adipocitos. Este mecanismo puede contribuir a la prevención de la diabetes tipo 2, una de las patologías metabólicas más prevalentes en el mundo desarrollado.

Por otra parte, el aceite de oliva forma parte del complejo universo de las grasas, cuyas diferencias químicas determinan su impacto en la salud cardiovascular. Mientras las grasas saturadas (abundantes en productos animales, coco y palma) elevan significativamente el colesterol y aumentan el riesgo trombogénico, las monoinsaturadas, como el ácido oleico predominante en el aceite de oliva, se consideran la opción más recomendable para el consumo cotidiano.

Por su parte, las grasas poliinsaturadas, esenciales porque el organismo no puede producirlas, incluyen los omega-6 y los omega-3. Estos últimos destacan por su acción antiagregante y vasodilatadora, y contribuyen tanto a reducir el colesterol LDL como a elevar ligeramente el HDL. Finalmente, los ácidos grasos trans, presentes de manera natural en mínima cantidad pero también generados industrialmente mediante hidrogenación, deben limitarse estrictamente: elevan el LDL y pueden acumularse en tejidos como el músculo cardíaco.