Ana Ibáñez, neurocientífica: “Si tú te estás hablando de una manera positiva, tu cerebro se calma”

La experta explica la manera en la que el diálogo interno puede llegar a modificar nuestras respuestas emocionales y favorecer decisiones más claras

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El diálogo interno puede influir
El diálogo interno puede influir en nuestro estado anímico, la toma de decisiones y la forma en la que nos enfrentamos a los problemas. (Freepik)

Aunque pueda parecer algo nimio, el lenguaje interno tiene un gran peso. Ese murmullo constante con el que nos acompañamos actúa como un filtro a través del que interpretamos la realidad y enfrentamos los desafíos diarios. Su influencia, lejos de ser anecdótica, influye en gran medida en nuestro estado anímico y la manera en la que afrontamos el día a día.

La neurocientífica Ana Ibáñez (@anaibanez_g) defiende que las palabras que nos dirigimos tienen un impacto medible en el funcionamiento del cerebro. Según ha explicado en NOP Podcast, el lenguaje interno actúa como un modulador de la alerta, la calma y la creatividad. No es una cuestión menor: la forma en la que interpretamos nuestros fracasos, dificultades y bloqueos influye directamente en nuestro cerebro.

“Tú entrenas a tu cerebro si te fuerzas a tener un lenguaje positivo contigo mismo. Lo que tú te dices, tu cerebro lo recibe”, afirma la experta. “Si tú te estás hablando de una manera positiva, empoderada, y si te estás dando seguridad a ti mismo [...] tu cerebro se calma y, en vez de conectar la parte más de los núcleos amigdalinos, de la alerta, activa la parte del córtex prefrontal”.

De esta manera, nos podemos enfrentar a un problema de una manera distinta. Cada vez que evitamos dramatizar lo que no funciona y adoptamos un tono más comprensivo con nosotros mismos, introducimos una modificación en ese circuito de respuesta. Es un entrenamiento lento, constante, casi imperceptible, pero que se acumula.

El malestar como zona de confort

No todas las personas parten del mismo punto. Ibáñez recuerda que muchos han normalizado el malestar al punto de convertirlo en una zona de aparente seguridad. “Cuando una persona se ha acostumbrado y ha acostumbrado a su cerebro que su lugar seguro es el de la queja o el de sentirse mal, para tu cerebro esa es la manera de funcionar segura”, explica.

Las personas que se han
Las personas que se han acostumbrado a la queja comienzan a sentir como zona de confort el malestar. (Freepik)

Este fenómeno (que combina aprendizaje emocional, memoria y patrones de comportamiento repetidos) provoca que incluso quienes desean sentirse mejor sigan reproduciendo monólogos internos corrosivos. “Vas a seguir haciéndolo aunque tú no te sientas bien”, advierte. Romper ese bucle implica introducir interrupciones conscientes: detectar la queja automática, reformularla y ofrecer una lectura alternativa que no active el estado de alerta.

El poder de las palabras en el cerebro

El impacto del lenguaje no se queda en lo individual. Para Ibáñez, el efecto se amplifica hacia el entorno. “Si tú te hablas bien, tu cerebro va a tener más energía y va a conectar las áreas cerebrales que te van a permitir tomar acciones expansivas”, sostiene. A la inversa, “si tú te hablas mal, estás diciéndole a tu cerebro: ‘estoy en peligro, esta situación es terrible, no hay salida’, y el cerebro se lo cree”.

Ese “creérselo” no debe entenderse como un acto de ingenuidad, sino como una respuesta fisiológica: el cuerpo se activa como si realmente existiera una amenaza inmediata. Y con la amenaza llega el agotamiento, la irracionalidad momentánea y la reducción de recursos cognitivos. “Te vuelves menos cuerdo, menos racional. Es simplemente que estás utilizando menos área cerebral”, resume.

Cuando el cambio finalmente se produce, el efecto es doble. La persona se siente mejor consigo misma, pero también proyecta, según Ibáñez, una energía más clara, más constructiva. “Cuando una persona se siente mejor consigo misma, se vuelve mejor persona, está expandiendo mejor energía, que impacta mejor en los ambientes”, afirma.

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La importancia del diálogo interno

Para comenzar a cambiar esta dinámica, la neurocientífica señala que no solo hay que empezar a cuidar cómo nos hablamos, lo que permitirá al cerebro “responder con calma y claridad en vez de con miedo o tensión”. También hay que dar espacio a la perspectiva, es decir, evitar dramatizar lo que no funciona y adoptar un tono más comprensivo.

“Saber cómo hablarte no es solo una herramienta emocional, es una forma concreta de mejorar tu funcionamiento mental y tus resultados diarios”, señala la experta, consciente de que el diálogo interno no es solo algo que acompaña, sino también lo que puede marcar la diferenciar en la manera en la que nos enfrentamos al día a día.