
Con la llegada de las altas temperaturas, nada como una copa de vino bien frío como perfecto acompañante para una cena en casa o para maridar una tarde de charlas entre amigos. Para disfrutar del vino en su máximo esplendor en las fechas estivales, es importante prestar atención a la temperatura a la que lo servimos.
La temperatura del vino afecta radicalmente a nuestra experiencia y, por supuesto, al propio vino. Altera nuestra forma de percibir sus aromas, sabores, acidez, taninos e, incluso, la textura en boca. Es por ello que encontrar el equilibrio perfecto en la temperatura de nuestra bebida es clave. Ni un vino demasiado caliente será disfrutable, ni lo será tampoco demasiado frío: a menos de 4 °C, es muy difícil oler un vino blanco o un cava porque la glándula pituitaria de la nariz ya no capta los aromas, además de que las papilas gustativas quedarán anestesiadas.
Como con todo, con la temperatura de los vinos también es cierto eso de que en el equilibrio está la virtud. Conseguir un vino fresco pero no congelado es fácil si somos previsores y hemos conservado nuestra botella en una nevera o cava para vinos o en nuestro frigorífico. En cambio, si nos hemos olvidado de este paso o acabamos de recibir un vino caliente para consumir en nuestra comida, hay algunas soluciones viables que nos permitirán disfrutarlo fresco sin necesidad de esperas.

Cómo enfriar un vino correctamente
La Guía Peñín, la guía de referencia del vino español en todo el mundo, cuenta con una serie de recomendaciones para lograrlo. La primera de ellas es seguir la técnica clásica, que al mismo tiempo es la más efectiva: sumergir nuestra botella en un cubo o cubitera con una mezcla de agua, hielo y un poco de sal. Este último ingrediente ayudará a que nuestro vino se enfríe con mayor velocidad, lo que nos permitirá tenerlo listo a la temperatura ideal en unos 15 minutos. Otro hack es controlar el ratio de hielo y agua. El agua es la encargada de transmitir el frío, por lo que, en nuestra cubitera, mejor mucha agua y un poco de hielo.
Ante la ausencia de una cubitera, o en el caso de sentir un ansia de innovación, existen otras formas de enfriar un vino de manera rápida y sin alterar sus características. Una de ellas consiste en envolver la botella en un paño de cocina mojado y meterlo al congelador. El agua del paño acelerará el enfriamiento. Eso sí, tendremos que mantenernos atentos y no olvidar nuestra botella por demasiado tiempo, pues esto podría hacer que explotara. La última de las opciones que propone la guía podría ser la más original de todas: congelar uvas y usarlas como si fueran hielos. Esta fruta no enfría tanto, pero a cambio no agua el vino.
Además de estos consejos, la Guía Peñín señala algunos métodos que no deberíamos seguir “bajo ningún concepto”. El primero de ellos es el más común: congelar una botella sin supervisión. Lamentablemente, el error de olvidar una botella en el congelador puede transformarse en un desastre, acompañado de una potencial explosión. Tampoco es conveniente introducir hielo al vino, ya que altera su pureza con sabores y olores extraños. Un remedio aceptable en este sentido, explican los expertos, es introducir un cubito en la copa por unos 15 segundos para refrescarla brevemente, pero sin comprometer su calidad.
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