
Cuando el cerebro envejece más rápido que el resto del cuerpo, las consecuencias pueden ser graves: aumenta drásticamente el riesgo de muerte y de desarrollar demencia.
Dos estudios recientes citados por National Geographic lograron medir la edad biológica del cerebro con métodos innovadores y llegaron a una conclusión alarmante: tener un cerebro “más viejo” eleva en un 182% la probabilidad de morir y triplica las chances de padecer deterioro cognitivo severo.
Estos avances señalan el inicio de una nueva etapa en la medicina, en la cual la prevención y el tratamiento de enfermedades asociadas al envejecimiento podrían transformarse de fondo.
Avances en la medición del envejecimiento cerebral
La investigación del envejecimiento avanzó con la publicación de trabajos independientes por la Universidad de Stanford y un equipo conjunto de la Universidad de Duke y la Universidad de Otago (Nueva Zelanda). Ambos grupos han presentado herramientas capaces de estimar la edad biológica cerebral, es decir, el estado real del cerebro más allá del tiempo transcurrido desde el nacimiento.
El equipo de Stanford, dirigido por Tony Wyss-Coray, utilizó un análisis de sangre enfocado en biomarcadores proteicos para calcular la edad biológica de distintos órganos, incluido el cerebro.
Los resultados, publicados el 9 de julio en Nature Medicine, mostraron que quienes tienen cerebros biológicamente envejecidos presentan un riesgo de muerte un 182% superior en 15 años y hasta el triple de probabilidades de desarrollar demencia, en comparación con quienes muestran un envejecimiento cerebral estándar.
Por otro lado, el grupo de Duke y Otago, liderado por Terrie Moffitt, Ahmad Hariri y Ethan Whitman, creó un algoritmo que, a partir de una sola resonancia magnética (MRI), puede anticipar con precisión la tasa de envejecimiento cerebral. Esta técnica, descrita el 1 de julio en Nature Aging, se apoya en equipos disponibles en muchos hospitales, lo que facilita su posible incorporación al sistema de salud.

Edad biológica y edad cronológica: diferencias significativas
La edad cronológica refleja sólo los años vividos, mientras que la edad biológica indica el estado efectivo de los órganos y tejidos. Ahmad Hariri, profesor de psicología y neurociencia en Duke, expuso una analogía: muchas personas conducen autos fabricados en 2010, pero no todos han recorrido el mismo kilometraje. Por lo tanto, dos personas con la misma edad pueden tener cerebros en estados muy diferentes de funcionamiento y desgaste.
Wyss-Coray añadió que la edad biológica señala la salud, el nivel de deterioro y la probabilidad de desarrollar enfermedades en el órgano. Factores como genética, estilo de vida, estrés, historial clínico y ambiente influyen en el ritmo individual de envejecimiento. Algunas personas mantienen una biología joven, mientras otras enfrentan un envejecimiento acelerado y riesgos elevados de demencia, cardiopatías o diabetes.
Los métodos científicos: sangre y resonancia magnética
El estudio de Stanford se fundamentó en el análisis de más de 3.000 proteínas presentes en muestras sanguíneas de más de 45.000 personas. Aplicando algoritmos de aprendizaje automático, el equipo estimó la edad biológica de once sistemas orgánicos mediante una sola muestra de sangre.
Las conclusiones resultaron sólidas: un corazón biológicamente viejo predice mayor riesgo de fibrilación auricular e insuficiencia cardíaca; pulmones envejecidos se asocian a más EPOC; y un cerebro envejecido incrementa drásticamente la probabilidad de demencia.
Una persona con un cerebro “viejo” tiene hasta 12 veces más chances de desarrollar Alzheimer en la década siguiente, en comparación con quienes mantienen cerebros jóvenes. Además, un cerebro joven se relaciona con una reducción del 40% en el riesgo de muerte.

El método de Duke/Otago se sustenta en resonancia magnética y un algoritmo llamado DunedinPACNI. Este biomarcador utiliza imágenes cerebrales obtenidas en una sesión de MRI para calcular la velocidad de envejecimiento cerebral. Ethan Whitman, autor principal del estudio y candidato a doctorado en Duke, explicó a National Geographic: “De una sola resonancia cerebral, los investigadores pueden estimar la velocidad de envejecimiento para predecir el riesgo de enfermedad”.
El desarrollo del algoritmo incluyó el análisis de más de 50.000 resonancias cerebrales y datos de la cohorte Dunedin, compuesta por 1.037 personas nacidas en 1972-1973 en Nueva Zelanda y seguidas durante décadas. El sistema identifica marcadores estructurales clave, como el adelgazamiento cortical y la reducción del hipocampo, asociados a pérdida de memoria y demencia.
Evaluando a individuos del mismo año de nacimiento, el método distingue el envejecimiento biológico de influencias generacionales, como la exposición a humo de cigarrillo.
“Relojes de envejecimiento” y su valor clínico
Los relojes de envejecimiento emplean biomarcadores para estimar la edad real de órganos y tejidos. Entre los más habituales destacan la metilación del ADN y la expresión génica; los estudios de Stanford y Duke/Otago se enfocaron en proteínas sanguíneas y resonancia magnética cerebral, respectivamente.
Estas herramientas permiten determinar qué órganos envejecen más rápido y anticipar el riesgo de patologías específicas. Wyss-Coray afirmó a National Geographic: “Personas con órganos más viejos tienen más probabilidades de desarrollar enfermedades en esos órganos”.
Poder detectar un envejecimiento acelerado antes de que surjan síntomas puede transformar la prevención de enfermedades crónicas.
Perspectivas clínicas y medicina personalizada

La implementación clínica de estos tests todavía no es inmediata. El análisis de sangre de Stanford ha sido patentado y licenciado, pero su uso extendido en hospitales requerirá tiempo. Mientras tanto, la técnica basada en MRI de Duke/Otago podría adoptarse antes, dado que utiliza tecnologías ya presentes en numerosos centros médicos.
Terrie Moffitt resaltó la relevancia de actuar antes de que surjan las enfermedades asociadas a la edad: “Queremos intervenir mientras las personas aún son jóvenes y antes de que se desarrollen enfermedades relacionadas con la edad”. A juicio de Ahmad Hariri, el algoritmo DunedinPACNI podría emplearse tanto en ensayos clínicos como sistema de cribado para identificar pacientes con alto riesgo de deterioro cognitivo.
La combinación de ambas metodologías —análisis de sangre y resonancia cerebral— ofrece una visión integral del envejecimiento y permite intervenciones médicas personalizadas. Wyss-Coray lo expresó así: “Es emocionante prever un futuro donde una simple gota de sangre o una resonancia cerebral puedan guiar intervenciones personalizadas, como cambios en el estilo de vida o medicamentos, y monitorizar su eficacia a lo largo del tiempo”.
Limitaciones y validación científica
Ambos estudios presentan limitaciones. El trabajo de Stanford analizó una cohorte en su mayoría blanca y un conjunto restringido de proteínas, lo que podría limitar sus conclusiones. Además, los métodos no están aún disponibles para el público general y exigen validación en poblaciones más diversas.
A pesar de ello, los equipos validaron y reconocieron la calidad de sus trabajos de modo mutuo. Kristine Yaffe, directora del Centro para la Salud Cerebral Poblacional de la Universidad de California en San Francisco, revisó ambos estudios y los calificó como investigaciones de alta calidad y altamente complementarias.

Wyss-Coray describió el método de Duke/Otago como un enfoque muy poderoso para construir mejores modelos, obtener más información biológica y mejorar las predicciones de salud y enfermedad. Whitman consideró el estudio de Stanford excelente y un avance en la compresión y medición del envejecimiento.
Rumbo al futuro: herramientas combinadas
La información de National Geographic resalta que la mayor promesa radica en la combinación de ambos métodos. Según Hariri, al emplear distintos tipos de medición se puede identificar el riesgo general de enfermedades crónicas y también detectar vulnerabilidades concretas en órganos específicos: es como saber no solo a qué velocidad viaja tu coche, sino también qué partes muestran desgastes tempranos.
Wyss-Coray coincide en que el porvenir de la medicina personalizada estará guiado por pruebas simples, como una gota de sangre o una imagen cerebral, capaces de orientar intervenciones a medida y medir su impacto real.
Finalmente, Whitman sostiene que ningún método, por sí solo, puede describir todo el proceso de envejecimiento, por lo que los médicos necesitarán varias herramientas para comprender cómo envejecemos y cómo mantener la salud durante más tiempo.
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