
En la actualidad, el ritmo acelerado, sumado a la enorme exposición a estímulos digitales, impacta de lleno en la salud mental. Con desafíos crecientes tanto en ciudades como en entornos laborales y escolares, la ciencia está comenzando a centrarse en un antídoto clave y accesible: la naturaleza.
Diversas investigaciones revelaron que el contacto con entornos verdes no solo ofrece un momento de respiro, sino que genera beneficios mensurables para la cognición y el bienestar físico. Uno de los mayores avances en este campo proviene de los experimentos dirigidos por el Dr. Marc Berman, profesor de psicología en la Universidad de Chicago y director del Environmental Neuroscience Laboratory.
El equipo de Berman demostró que un paseo de apenas 20 minutos entre árboles puede aumentar la memoria de trabajo y la atención en un 20% respecto a caminar por una calle urbana. “No es necesario disfrutar el paseo en la naturaleza para obtener beneficios cognitivos”, enfatizó el experto en una entrevista publicada por el podcast Huberman Lab —conducido por Andrew Huberman—.
Los efectos positivos aparecen incluso si la experiencia no resulta agradable, como sucedió con participantes que caminaron en temperaturas bajo cero y sin placer aparente, pero obtuvieron las mismas mejoras cognitivas que quienes pasearon en días templados.

Tipos de atención y la sobrecarga moderna
La investigación de Berman, inspirada en la teoría desarrollada por Steve Kaplan, distingue entre atención dirigida (la que requiere control y esfuerzo consciente para centrarse en una tarea) y atención involuntaria (que surge sin esfuerzo ante estímulos interesantes del entorno). “Cuando nuestra atención está agotada, perdemos control de los impulsos y nos cuesta alcanzar objetivos”, explicó el entrevistado.
Asimismo, la vida contemporánea exige un uso constante de la atención dirigida, un recurso limitado que se agota rápidamente en ambientes saturados. Por el contrario, la atención involuntaria se activa ante elementos que capturan suavemente nuestros sentidos, como la visión de una cascada, el rumor del viento entre los árboles o la observación de animales en libertad.
Según el especialista en psicología, la clave para restaurar la capacidad de concentración consiste en buscar entornos que, sin demandar esfuerzo, permitan recuperar el foco y la energía mental.
Mecanismos: la fascinación suave de los entornos naturales
Los entornos naturales ejercen lo que la teoría llama una “fascinación suave”, capturando la atención involuntaria sin imponer una carga sobre los recursos cognitivos. Elementos como el fluir del agua o los patrones fractales presentes en hojas, ramas y troncos posibilitan la recuperación mental.
Berman y su equipo pudieron comprobar que los paisajes naturales contienen patrones repetitivos y estructuras visuales que el cerebro procesa más eficientemente en comparación con los entornos urbanos.
“Quizá nuestro cerebro, que evolucionó en la naturaleza, está más afinado para procesar estos estímulos”, propuso Berman. El análisis de imágenes demuestra que las escenas naturales pueden reducirse a menos información que las urbanas, lo que sugiere una mayor eficiencia de procesamiento y un menor desgaste para la mente.
Efectos en la salud física y mental

Los beneficios de la naturaleza van más allá de la cognición. Estudios dirigidos por el grupo de Berman en ciudades como Toronto hallaron que incrementar la cantidad de árboles por cuadra se vincula con una mejor autopercepción de salud y una menor incidencia de enfermedades como diabetes, accidentes cerebrovasculares y cardiopatías.
Sobre las influencias del entorno natural, el experto indicó: “Aumentar un solo árbol por cuadra se relaciona con una reducción del 1% en estas enfermedades, un efecto comparable a incrementar el ingreso familiar en USD 20.000”.
Investigaciones clásicas, como las realizadas por Roger Ulrich en hospitales estadounidenses, también demostraron que los pacientes con vistas a espacios verdes se recuperan más rápidamente y requieren menos analgésicos que quienes solo ven muros de ladrillo. La integración de plantas, jardines o materiales naturales en ambientes interiores contribuye igualmente al bienestar físico y emocional.
Protocolos y aplicaciones cotidianas
Los hallazgos sugieren acciones prácticas y accesibles. Basta con acumular poco más de dos horas semanales de contacto con la naturaleza —en paseos de 20 minutos o mediante exposiciones más breves, pero frecuentes— para lograr mejoras en la atención y la memoria.
Incluso observar imágenes, escuchar sonidos de la naturaleza o incorporar plantas en el hogar o el trabajo puede aportar avances, especialmente en personas sin fácil acceso a parques o bosques. Para maximizar el efecto restaurador, Berman recomienda realizar estos descansos en soledad, sin utilizar teléfonos ni auriculares, ya que “la atención involuntaria debe ser capturada por el entorno natural”.
Implicaciones para el diseño urbano
Frente a esta evidencia, el psicólogo sostiene que “la naturaleza debe considerarse una necesidad, no un lujo, para alcanzar el potencial humano”. Replantear el diseño de ciudades, escuelas y lugares de trabajo para incluir más espacios verdes, árboles y elementos biofílicos permitiría combatir la fatiga mental, reducir el estrés y favorecer la creatividad y la cooperación.
En el ámbito escolar, el aumento de recreos al aire libre o actividades en la naturaleza beneficia el rendimiento y la atención. En oficinas, las pausas en patios arbolados, jardines interiores o la simple visualización de entornos verdes pueden tener un efecto restaurador muy superior al de actividades de ocio pasivas.

La entrevista de Huberman Lab y los estudios citados por Marc Berman llegan a una conclusión inequívoca: la exposición a la naturaleza debe considerarse un componente esencial para la salud mental y física, en contraste con el descanso que ofrecen actividades como mirar televisión o navegar en redes sociales. “Las actividades de bajo esfuerzo cognitivo no siempre son restaurativas; incluso pueden dejar más cansadas e irritables a las personas”, concluyó sobre las prácticas habituales.
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