
La sociedad actual se mueve en un bucle de autoexigencia, comparación y sentimiento de llegar demasiado tarde a la vida. La sensación de que todo va muy rápido y de que no hay tiempo suficiente para hacer todo lo que se querría o “debería” ha empujado a muchas personas a una constante de insatisfacción y ansiedad.
Miedo a la incertidumbre, dificultad para tomar decisiones, un diálogo interno agresivo... Son múltiples los efectos que este ritmo acelerado de la vida y la necesidad de alcanzar la perfección tienen en el día a día de quienes lo sufren. Y, en este contexto, las redes sociales tienen un papel clave, puesto que se han convertido en “un escaparate maravilloso para compararnos”, señala a Infobae España la psicóloga Icíar Navarro.
Sin embargo, no todo es negativo. Estos espacios digitales se llenan de contenidos relacionados con la salud mental, expandiendo un mensaje de normalización sobre conceptos relacionados con las emociones, la ansiedad o la creación de vínculos sanos tanto con el resto como con nosotros mismos.
Sobre todas estas cuestiones y muchas más trata Icíar Navarro en sus redes sociales (@bibepsicologia en Instagram y TikTok). La experta, tras ejercer como maestra de Educación Primaria durante seis años, tomó la decisión de estudiar Psicología. Ahora, en sus consultas en Bibe Psicología, se centra en cuestiones como las relaciones, la ansiedad o la autoestima.
En una entrevista con Infobae España, Icíar Navarro habla sobre la dicotomía de las redes sociales en material de salud mental, la necesidad de aprender a improvisar y la importancia de comenzar a construir un camino propio en base a nuestros propósitos y no según los del resto o los que nos marca la sociedad.
Pregunta: En los últimos años, cada vez es más frecuente encontrar en las redes sociales contenido sobre psicología y salud mental. Para muchas personas esto es positivo porque acerca estos conceptos al público general, pero hay otros que defienden que existe riesgo de patologizar las emociones. Como psicóloga, ¿cuál es tu opinión sobre los efectos que puede tener esto en la audiencia?
Respuesta: A mí me parece que es una manera maravillosa de utilizar las redes. Por fin estamos consiguiendo que se hable de salud mental con naturalidad, que se normalice el pedir ayuda, que la gente pierda un poco el miedo o la vergüenza a ir a terapia, que antes era un tabú. Pero también creo que es muy importante tener cuidado con el tipo de contenido que se consume porque los vídeos en redes son una forma de divulgación general que te puede ayudar a reflexionar, a poner nombre a lo que sientes, a entender mejor lo que te está pasando, pero eso no va a sustituir nunca a un proceso de terapia.

Cada persona tiene su propia historia, su propio contexto, su propio ritmo… Esto no se puede abordar en un vídeo de un minuto. El contenido puede ser ese punto de partida, pero la terapia sigue siendo el espacio donde se trabaja, donde se entiende y se transforma un poco lo que hay detrás. Yo creo que, cuando se empieza a dar visibilidad a algo, pasamos de un extremo a otro. Se ha pasado de que de la salud mental no se hable a que ahora de repente todo es una patología. “Ay, hoy tengo un día malo; ya tienes ansiedad. ¿Has discutido con tu pareja? Uf, esa relación ya es tóxica”. De repente todo nos lo llevamos al extremo. Entonces, creo que con eso hay que tener mucho cuidado.
El miedo a la incertidumbre
P: Muchas personas, especialmente las más perfeccionistas, sienten temor a ciertas situaciones nuevas porque suponen una pérdida de control. ¿Por qué ocurre esa necesidad de que todo salga según lo que se había previsto?
R: Esa necesidad de control viene, por un lado, de una autoexigencia muy grande y, por otra parte, del miedo. Si yo lo tengo todo controlado, si yo sé perfectamente lo que va a pasar, cuándo va a pasar, cómo voy a actuar, el miedo se rebaja muchísimo porque ya has contemplado todos los escenarios posibles. Al final, en la vida no podemos controlarlo todo.
Ese miedo lo que hace es motivar la ansiedad. La ansiedad no aparece porque sí, no está para fastidiarnos, no es nuestra enemiga. Está apareciendo para avisarnos de “oye, vamos a prestar atención a esto”. Para ese miedo a la pérdida de control, lo mejor es confiar en que, pase lo que pase, tú vas a tener las herramientas para enfrentarte a ello, que vas a poder salir de ahí, que vas a poder hacerle frente.
P: ¿Y todo esto puede llevar a la dificultad para tomar decisiones?
R: Sí, justo. La base es la misma, ese miedo a “a ver si por decidir esto me pierdo algo mucho mejor”. Yo creo que aquí lo más importante, y es algo que parece muy fácil decirlo, es mantener la calma y valorar. Aquí entra mucho la capacidad que tenemos de ponernos en lo peor, de catastrofizar totalmente lo que va a ocurrir. Lo mejor para esto es decir: “Vale, ¿cuáles pueden ser las consecuencias reales en cualquier de estas dos decisiones?, ¿qué es lo peor que puede pasar?, ¿qué probabilidad hay de que esto que me está dando tanto miedo pase?”.

El diálogo interno como un juez
P: En uno de tus vídeos explicas que “Si tu diálogo interno suena más como un juez que te critica que como un amigo que te acompaña, es normal que acabes agotada”. Nos pasamos la vida buscando la asertividad y la empatía con el resto, pero luego con nosotros mismos no la tenemos. ¿Por qué es importante empezar a aplicarlo?
R: Al final ese diálogo interno que tenemos está superunido a nuestra autoestima, que es la valoración que tenemos de nosotros mismos. Se basa en cómo percibimos nuestras cualidades, nuestras capacidades, el valor que nos damos como personas. Va a determinar todo lo que permitimos y lo que no.
Esto se lo digo mucho a los pacientes en consulta: “Todo esto que me estás diciendo, ¿tú se lo dirías a tu mejor amiga que viene destrozada porque la han echado del trabajo? ¿Tú le vas a decir: ‘madre mía, eres un desastre, es que lo has hecho todo fatal’?”. La gente siempre me dice: “Hombre, no, ¿cómo le voy a decir eso?”. Pues con nosotros pasa lo mismo. Si nosotros nos estamos constantemente juzgando, criticando, el día a día es agotador. Está muy bien que de vez en cuando nos metamos un poco de caña y digamos “aquí nos podíamos haber esforzado un poco más”, pero siempre de una manera superasertiva.
P: ¿Cuáles son las personas que normalmente se enfrentan a este diálogo interno más agresivo? ¿Qué características suelen tener en cuanto a expectativas en su vida o a la manera en la que han sido educados?
R: Todo lo que nos decimos a nosotros mismos, de alguna manera, lo hemos escuchado en algún momento. A nuestro cerebro le encanta lo que es familiar. Si yo he crecido en un entorno donde me han juzgado muchísimo, donde han sido muy exigentes, donde no me han validado, no me han hecho sentirme vista, es normal que pase esto. Cuando nosotros somos pequeños, tenemos puesta toda nuestra fe y vida en manos de nuestras figuras de referencia y cuidado. Con lo cual, lo que esas personas dicen, para la cabeza de un niño es imposible pensar que no es verdad. Si yo de pequeño todo lo que he escuchado es que hago las cosas mal, yo no puedo pensar que eso es mentira. Todo esto se nos va quedando. Entonces, normalmente [ese diálogo interno agresivo] se produce cuando encontramos baja autoestima, un estilo de apego inseguro, ya sea evitativo o ansioso…

P: ¿Y cuál sería la clave para empezar a tener un diálogo interno más saludable?
R: Lo primero es pensar en qué le dirías a tu amiga. Vamos a intentar cambiar la forma en la que nos hablamos; vamos a intentar tratarnos con más asertividad y ser menos exigentes. Esto también va unido a nuestro nivel de confianza y, para mejorarla, tenemos que enfrentarnos al miedo. Es superimportante empezar a pasar a la acción. También hay que tener muy claro que la confianza tarda: ese cambio que queremos hacer en nuestras vidas, desgraciadamente, no pasa de la noche a la mañana. En nuestro cerebro se hacen “caminitos”: hay unas redes que se van construyendo; se puede cambiar ese camino, pero, para construir otro, hace falta tiempo y esfuerzo.
La sensación de “ir tarde” en la vida
P: Existe un pensamiento generalizado, especialmente entre las personas que comienzan ahora sus estudios universitarios, en el mundo laboral o que se están enfrentando recientemente a la vida adulta, de que “vamos tarde”, como si ya hubiesen que haberse escalado ciertos hitos vitales. ¿Cómo se ha llegado a esta situación?
R: Durante mucho tiempo nos han enseñado que la vida es una carrera y que hay unas etapas supermarcadas: tienes que estudiar, tienes que trabajar, pareja, casa, hijos. Si te desvías un poquito, ya tienes la sensación de “voy tardísimo”. La realidad es que no hay un único ritmo correcto; cada persona tiene su proceso, sus tiempos y sus prioridades. Vivir desde la comparación o la autoexigencia constante lo único que hace es generar ansiedad y la sensación de que da igual lo que hagamos, que no vamos a ser suficientes.
Las redes sociales, además, se han convertido en un escaparate maravilloso para compararnos: estamos viendo todo el rato logros, viajes, nuevas relaciones, proyectos… A mi edad, ahora, embarazos, bodas… Pero es que nunca vamos a ver el contexto completo y es muy importante que no nos olvidemos de que lo que estamos viendo es solo un fragmento superpequeñito de la vida de los demás. Además, es justo la parte de su vida que el resto quiere enseñar. Entonces, las comparaciones que hacemos desde ahí casi siempre van a ser hiperinjustas con nosotros mismos.

Creo que es verdad que poco a poco vamos aprendiendo a medirnos un poquito menos por lo que conseguimos, según los tiempos que nos está marcando la sociedad, y más por cómo nos estamos sintiendo en este camino. Esto no siempre es fácil, pero creo que es un cambio muy necesario y muy sano. Lo más importante es que las decisiones que tú tomes cada día te estén acercando a la vida que tú quieres en un futuro.
P: ¿Y cómo se puede empezar a hacer ese cambio, teniendo en cuenta que procede de un pensamiento tan instaurado en nuestra mente como lo es la sensación de fracaso o insuficiencia?
R: Este cambio pasa un poco por la coherencia, que es algo que muchas veces no nos paramos a pensar: coherencia en cómo estoy viviendo y qué vida quiero tener. Es que a lo mejor me estoy sintiendo fatal porque X persona tiene ya dos hijos y yo no tengo ninguno. Pero a ver, párate un momento: ¿tú quieres? Muchas veces damos por hecho el “esta persona ha llegado superalto, por ejemplo, en la empresa”. ¿Tú quieres eso? ¿Tú quieres estar trabajando 12 horas y sacrificar todo para llegar ahí o a lo mejor prefieres una vida más sencilla? Un punto muy importante es pensar con qué nos vamos a comparar y para eso hay que vivir con un propósito. Muchas veces nos quedamos tan metidos en esa comparación, esa exigencia, en las reglas que marca la sociedad, que no nos paramos a pensar realmente en cómo queremos enfocar nuestra propia vida”.
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