
Sophia Loren forma parte de esa categoría cada vez más escasa: la de las leyendas vivas del cine. Con 90 años recién cumplidos en septiembre pasado, la actriz italiana conserva intacta su lucidez, su sentido del humor y una visión poco común de lo que significa ser considerada un ícono de belleza.
En una entrevista televisiva realizada en 1977 por Christian Defaye para la cadena suiza RTS, Loren afirmaba con sinceridad: “No me considero guapa en absoluto”. Lo decía con plena convicción y no por una falsa modestia. “No creo que sea hermosa. Al menos no de la manera canónica, porque mi nariz es muy larga, mi boca demasiado grande para mi pequeña cara”, explicaba entonces.
Pese a esa autopercepción, también reconocía que su apariencia —vista por los demás como extraordinaria— le permitió iniciar una carrera en el cine. “La belleza me ayudó mucho porque pude empezar a hacer cine solo porque la gente creía que era muy hermosa”, admitía en esa misma conversación. Su relato invita a revisar cómo el entorno puede modelar las oportunidades, incluso cuando la persona protagonista de ese relato no comparte la imagen que otros proyectan sobre ella.
De la pobreza al estrellato
Loren nació en Roma, pero creció en Pozzuoli, una localidad cercana a Nápoles. Su infancia estuvo marcada por la precariedad económica. El cine fue desde temprano un refugio emocional y una forma de evadirse del contexto hostil. “Me refugiaba en nuestro cine en Pozzuoli. Este era el lugar donde soñaba con un futuro mejor”, escribió años más tarde en un texto dirigido a la Academia del Cine de los Estados Unidos.

La vida le ofreció una primera gran oportunidad cuando conoció al productor Carlo Ponti, quien no solo confió en su potencial actoral, sino que con el tiempo se convirtió en su pareja y su marido. A partir de allí, Loren consolidó una carrera internacional que la llevó a convertirse en una de las actrices más celebradas del siglo XX, con galardones como el Óscar, la Copa Volpi y el premio del Festival de Cannes, entre muchos otros.
Seguridad antes que belleza
Loren detalla cómo en sus comienzos fue blanco de burlas y estereotipos: “Me llamaban jirafa porque era alta y torpe. Nadie pensaba que yo fuera especialmente bella”. Pero había algo en ella que generaba respeto: su actitud. “Desde el primer momento todos sabían que era orgullosa. Al principio la gente quedaba impresionada por mi seguridad y gradualmente empezaron a verla como belleza”, reflexiona.

En esos mismos libros, reivindica la autodeterminación como una herramienta poderosa, especialmente para las mujeres: “Una mujer que cree con gran convicción en su atractivo terminará por convencer a los demás de que tiene razón. Y una mujer convencida de su fealdad terminará por convencer a todos de ella”. La frase resume una filosofía de vida basada en la firmeza interior antes que en los estándares externos.
La edad y el arte de envejecer
En la entrevista, Loren también habló sobre el paso del tiempo y el modo en que el envejecimiento es percibido, particularmente en el mundo del espectáculo. “La edad es una condición, no es un privilegio. Estamos en la edad que hemos conquistado y es bueno envejecer bien y no convertirse en caricaturas de uno mismo con el maquillaje”, sentenció.

Con esa mirada honesta, Sophia Loren se ha mantenido a lo largo del tiempo como un modelo de integridad y autenticidad. No ha buscado adaptarse a moldes ajenos ni perpetuar una imagen forzada. Más bien, ha demostrado que el verdadero encanto radica en la coherencia entre lo que se es y lo que se transmite.
A sus nueve décadas, Loren no necesita de etiquetas para validar su legado. Su trayectoria, marcada por el talento, la perseverancia y una extraordinaria capacidad de autoposicionamiento, habla por sí sola. Y quizás, precisamente porque nunca se sintió del todo hermosa, haya logrado encarnar una belleza más profunda: la que se construye desde la convicción personal.
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