
En los últimos tiempos, distintas voces empezaron a coincidir en un diagnóstico preocupante: los niveles de alfabetización y comprensión lectora atraviesan un retroceso sostenido. Lo confirman los datos globales, los relevamientos regionales y también las evaluaciones locales. Valeria Abusamra, una de las referentes académicas en el tema, lo expresó con claridad: enseñar a decodificar no alcanza; hay que enseñar a comprender. Desde Argentinos por la Educación lo confirmaron con cifras: Latinoamérica es la región más afectada por el retroceso, y la Argentina, que hace veinte años ocupaba los primeros puestos, hoy se encuentra por debajo del promedio regional.
Pero ¿qué está pasando en las aulas? ¿Qué ven los docentes que todos los días enfrentan el desafío de enseñar a chicos que leen poco, que escriben con dificultad y que están inmersos en una cultura atravesada por las pantallas? ¿Cómo impacta este escenario en el trabajo cotidiano y en los vínculos con el conocimiento? Para responder estas preguntas, Ticmas habló con tres docentes de nivel secundario que trabajan en distintas provincias del país. Sus voces permiten entender, desde el territorio, lo que los datos apenas insinúan.

Sin prisa, sin pausa: cómo cambió la relación con el texto
Viviana Postay es docente en nivel secundario. Desde hace años observa un fenómeno que se volvió parte del paisaje escolar: estudiantes que llegan a primer año con serias dificultades para comprender consignas, interpretar textos o producir por escrito. “Esto no fue de un momento a otro —dice—. Fue aumentando. Sin prisa, pero sin pausa”. Lo que antes se explicaba según el origen escolar o el nivel socioeconómico, ahora es transversal: “De golpe esto empezó a ser un problema de todos”.
Postay no duda en señalar un factor determinante: el vínculo con las pantallas. “Después de ese momento en el cual todos nos enamoramos de lo tecnológico, la tecnología nos fue alejando, desenfocando de lo que se necesita para la comprensión lectora, para la escritura de textos complejos”. Lo que antes eran rasgos asociados a trastornos específicos, como la dislexia, hoy aparecen de manera generalizada: palabras mal separadas, letras mezcladas, frases inconexas. A la hora de leer en voz alta, se instala la vergüenza. A la hora de responder, aparecen respuestas mínimas, desajustadas, esquivas.
El impacto no es menor. “La escuela secundaria sofistica los aprendizajes —señala—. Y si un chico no entiende la consigna, ¿cómo va a trabajar con abstracciones más complejas?”. En una cultura que celebra la inmediatez, hablar de “bóveda celeste” puede sonar a chino. Y sin embargo, dice Postay, el desafío no es adaptar todo a lo que los chicos ya conocen, sino construir con ellos nuevos intereses: “La escuela tiene que ser contracultural. No se trata de hacer lo que a los chicos les gusta, sino de mostrarles que hay otra cosa. Si no, que se queden en su casa”.

Comprensión lectora en matemática: una barrera invisible
Adriana González también enseña en secundaria. Es profesora de matemática, y por eso sabe que el problema de la comprensión lectora no es patrimonio de las materias humanísticas. “Tenemos muchas situaciones donde los chicos no comprenden las consignas. A veces ni las leen”. Frente a una consigna tan simple como “¿Cuántos números primos hay entre 1 y 100?”, las respuestas son elocuentes: “¿Tengo que escribirlos todos? ¿Qué tengo que contestar?”. González lo resume sin eufemismos: “No se enteran de lo que se les pregunta”.
Para ella, mejorar la comprensión lectora requiere volver a lo básico: leer, subrayar, buscar palabras en el diccionario, comparar significados. Leer distintos tipos de textos. Leer en matemática también. “Leer las consignas entre todos, ver si hay una coma, ver qué dice realmente. Interpretar los signos de puntuación”. Porque entender la consigna —dice— es una condición previa para resolver cualquier problema.
También señala que los chicos sí tienen ganas de estar en el aula, pero muchas veces no coinciden con lo que la escuela propone: “Vienen para ver a sus amigos. Algunos dicen que si no fuera obligatorio, no vendrían. Otros directamente dicen que no les interesa nada”. Ante eso, González no propone resignarse, sino recuperar el compromiso colectivo: “Desde la familia, la docencia, la política, todos tenemos que poner un poquito mucho para que a todos les llegue la educación”.
Del aula a la vida: leer como ejercicio de libertad
Marina Bertone también es docente de secundaria. En su experiencia, el problema de la comprensión lectora no se limita al área de prácticas del lenguaje. “Es transversal —dice—. Impacta en todas las materias. Por eso tomar decisiones que sean solo desde un área es, a mi gusto, un error”.
Para Bertone, el desafío actual no es solo que los chicos aprendan a leer, sino que logren darle sentido a lo que leen, que puedan establecer conexiones, inferencias, relaciones. En un mundo saturado de información, formar lectores críticos se vuelve indispensable. “Hoy más que nunca hay que enseñar a discernir, a hacerse preguntas, a dudar, a pensar. Porque si no, ¿qué sentido tiene leer?”.
Pese al contexto, Bertone no pierde la confianza en el deseo de aprender. “Los chicos tienen ganas —afirma—. Cuando la lectura tiene un propósito, cuando se les propone algo que los engancha, aparece la curiosidad. Aparece el interés”. La tarea docente, entonces, no es entretener ni competir con las redes sociales, sino encender una chispa. “Leer y comprender no es una obligación escolar. Es algo que les abre las puertas del conocimiento. Y el conocimiento va de la mano de la libertad”.
En su mirada, la lectura no es solo una herramienta académica. Es una práctica vital que se construye también en casa. “No se trata de que los padres sean maestros —dice—. Se trata de generar espacios de lectura compartida, de conversación, de preguntas, de exploración”. Porque estar alfabetizado —concluye— no es solo un requisito escolar. Es una habilidad social, y es una forma de estar en el mundo.
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