Carlos Alcaraz, a sus casi 22 años, ha alcanzado en tiempo récord lo que muchos tenistas sueñan durante toda su carrera.
Con 17 títulos en su historial, incluidos cuatro Grand Slams —dos en Wimbledon, uno en Roland Garros y el US Open— y un paso como número uno del mundo, Alcaraz se ha ganado su lugar entre los grandes del tenis.
Sin embargo, lo que más sorprende de él es su enfoque sobre el éxito, un camino que combina logros deportivos con la búsqueda de la felicidad.
En una reciente entrevista, Alcaraz comentó: “No estoy obsesionado con ser el mejor del mundo. Fui número uno hace unos años, y era feliz. Ahora soy el número tres, y soy igualmente feliz”.
Esta reflexión pone de manifiesto una visión que lo diferencia de muchos de sus compañeros de circuito, quienes consideran que el sacrificio absoluto es la única forma de alcanzar la cima. Para Alcaraz, el bienestar personal y la satisfacción por lo que hace son igual de importantes que los trofeos.
La miniserie documental A mi manera -que se estrena en Netflix el próximo 23 de abril- revela este enfoque único del tenista. A lo largo de sus tres episodios, se muestra cómo Alcaraz compagina su vida profesional con una existencia personal relativamente normal, algo que no suele ser habitual entre los deportistas de élite.
Alcaraz sigue viviendo en su casa en El Palmar, rodeado de su familia y amigos, lo que para él es esencial para mantener un equilibrio mental y emocional.
La serie también resalta una dicotomía interesante en su vida: la tensión entre la visión de su mentor, Juan Carlos Ferrero, y la suya propia.
Ferrero, ex número uno y ganador de múltiples títulos ATP, cree que solo a través del sacrificio extremo se puede llegar a lo más alto, mientras que Alcaraz, más influenciado por su generación, considera que el éxito no debe implicar renunciar a la felicidad.
“Yo no juego bien si no me divierto”, afirma el tenista, una declaración que contrasta con la idea tradicional de que el sufrimiento es necesario para alcanzar el máximo nivel en el deporte.
Aunque algunos miembros de su equipo sostienen que su enfoque puede ser incompatible con alcanzar aún más logros, Alcaraz ha demostrado que se puede llegar a la cima disfrutando del camino.

A sus 21 años, ya fue N°1 del mundo durante 36 semanas, con 17 torneos importantes en su estadísitca. Esta hazaña la ha logrado sin perder la alegría que le otorgan tanto los triunfos como los momentos compartidos con su familia y amigos.
El documental también aborda su relación con el sacrificio y el trabajo duro. “La diversión puede esperar”, dijo alguna vez Alcaraz, refiriéndose a la idea de que no es necesario vivir una vida de sufrimiento constante para obtener recompensas.
Sin embargo, su éxito no ha sido un camino fácil: “Obviamente he sacrificado muchas cosas, pero no me arrepiento de nada a día de hoy”, explicó. El tenista no ve el sacrificio como una constante, sino como un proceso ocasional, en el que los momentos difíciles no deben despojarlo de lo que realmente valora: la felicidad.
Una parte fundamental de su estabilidad es la cercanía con su familia. Aunque muchos en el mundo del tenis se ven obligados a vivir lejos de sus seres queridos debido a las exigencias de la gira, Alcaraz sigue viviendo con sus padres, lo que le permite mantener un ancla emocional que lo ayuda a sobrellevar las presiones del circuito.
“Mi padre es una de las personas más importantes de mi vida. Y estar compartiendo todo esto juntos, viajes, torneos, experiencias… es algo espectacular para ambos”, comentó Alcaraz, reafirmando la importancia de su familia en su vida.
En su enfoque de vida, Alcaraz ha logrado algo raro en el mundo del deporte de élite: ha encontrado un equilibrio entre el éxito profesional y el disfrute personal. Lejos de la imagen tradicional del deportista que se sacrifica constantemente, él demuestra que es posible tener éxito sin perder de vista la alegría.

“No me obsesiona ser el mejor del mundo”, dijo, reiterando que lo más importante para él es disfrutar de lo que hace, independientemente de su posición en el ranking. “Ahora soy el número tres, y soy igualmente feliz”, añadió, un mensaje claro sobre la importancia de vivir en el presente.
Con su filosofía de disfrutar del camino y no solo de los logros, Carlos Alcaraz se está convirtiendo en un referente para una nueva generación de deportistas, mostrando que la grandeza no tiene por qué estar ligada al sufrimiento.
En este sentido, su carrera sigue desafiando las convenciones del deporte profesional, invitando a otros a pensar que es posible ser el mejor sin renunciar a lo que realmente importa: la felicidad.
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