
En las costas de Noruega, la contaminación plástica se consolidó como uno de los principales desafíos ambientales. A pesar del prestigio internacional del país por sus políticas sostenibles, la mayor parte de las estrategias impulsadas hasta ahora se concentran en la limpieza y el reciclaje de residuos, sin atacar las causas estructurales del problema.
Un equipo interdisciplinario de la Norwegian University of Science and Technology (NTNU) presentó una investigación que insta a priorizar valores sociales y ecológicos —como la salud de los océanos y el bienestar comunitario— sobre los indicadores económicos tradicionales.
Cada año, llegan millones de toneladas de plástico a los océanos, lo que agrava la situación de los ecosistemas marinos y representa una amenaza potencial para la salud humana. De acuerdo con datos citados por la Norwegian University of Science and Technology, actualmente entre 75 y 199 millones de toneladas de plástico flotan en los mares del mundo.

Este material se acumula en los sedimentos del fondo marino, en las playas y diversos rincones del planeta, hasta convertirse en un distintivo del Antropoceno, la actual época geológica. Además, la proliferación de microplásticos —cuya presencia en los productos del mar representa un riesgo para la salud humana— agrava el panorama.
La contaminación plástica tiene orígenes diversos: vertidos incontrolados de residuos terrestres, aguas residuales, desgaste de textiles y neumáticos, fugas agrícolas y emisiones directas de la industria marítima. Los efectos son devastadores para la vida marina. Ejemplos incluyen enredos, asfixia, ingestión y exposición a sustancias químicas asociadas al plástico.
Incluso, los plásticos flotantes sirven como vectores para bacterias patógenas y compuestos tóxicos, trasladando estas amenazas hacia las zonas costeras y aumentando los riesgos para ecosistemas y habitantes.

Medidas tradicionales y sus límites
La Norwegian University of Science and Technology revisó 52 medidas adoptadas en Noruega desde los años 80, como campañas de limpieza de playas, recolección de redes de pesca abandonadas, eliminación de microplásticos de aguas residuales y uso de materiales degradables. También se implementaron campañas informativas, sistemas de clasificación en origen y plataformas digitales para recuperar equipos de pesca perdidos.
Sin embargo, la mayoría de estas acciones se orientan al reciclaje, la limpieza y la sustitución de materiales, sin incidir en el origen de la contaminación.
Natalya Amirova, investigadora principal del estudio, explicó que la contaminación plástica es un problema social complejo y planteó la necesidad de “buscar medidas capaces de transformar por completo nuestra manera de pensar, tanto si somos productores, políticos o consumidores”.
De más de 50 iniciativas analizadas, solo tres se consideraron potencialmente transformadoras. Todas comparten un enfoque sustentado en valores pro-sociales y pro-ecológicos, que ubican el bienestar humano, la comunidad y el medio ambiente como ejes de decisión.
Entre las limitaciones identificadas, el equipo de la NTNU señala la ausencia de objetivos y plazos definidos, lo que dificulta evaluar el impacto real de las iniciativas. Asimismo, tanto el Panel Oceánico como la estrategia gubernamental para una economía circular verde mantienen la prioridad en valores económicos y externos, en detrimento de la salud de los océanos.
Amirova advirtió que “los valores materialistas de la sociedad incluyen el éxito financiero, el estatus y el crecimiento económico. En el extremo opuesto se encuentran los intrínsecos, como la igualdad social, la salud ambiental y humana, el arte y la creatividad”.

Propuestas innovadoras y cambio de valores
La investigación de la Norwegian University of Science and Technology retoma los aportes del psicólogo estadounidense Tim Kasser, quien sostiene que los cambios sociales auténticos se producen cuando quienes toman decisiones actúan en sintonía con valores pro-sociales y pro-ecológicos. Amirova ejemplificó cómo los mensajes que prevalecen en la sociedad moldean conductas: “Si te encuentras en Times Square, en Nueva York, estarás rodeado de anuncios que incitan al consumo. En cambio, en el centro de Trondheim, predominan mensajes que promueven el bienestar social y ecológico”.
Para Amirova, medios de comunicación y redes sociales juegan un papel fundamental en la formación de actitudes, incluso sobre la percepción del océano: “Una noticia que describe al océano como la séptima economía más grande del mundo nos da una visión materialista del océano. Pero el océano no es solo dinero, también contribuye a nuestra salud física y mental”.
Entre las propuestas innovadoras, el estudio recomienda reemplazar los indicadores económicos por métricas vinculadas a la salud del océano, como la calidad del agua y la biodiversidad. Así, las políticas públicas podrían evaluarse según su impacto ambiental y social, y no solo por su rentabilidad.
Además, el equipo sugiere fijar metas y plazos concretos para la reducción de residuos plásticos desde el origen, así como fortalecer el apoyo a iniciativas locales y empresas pequeñas con perfil “cero residuos”. Amirova destacó: “Al respaldar a estos actores, no solo se reduce el consumo de plástico, sino que también se fortalece a las comunidades locales”.

El papel de la comunicación y la educación ambiental
La transformación efectiva requiere que la comunicación ambiental y la educación se conviertan en herramientas prioritarias. La integración de mensajes que valoren la protección de la naturaleza y el bienestar social en medios y entornos educativos contribuye a fortalecer comportamientos responsables.
Educar a las futuras generaciones bajo parámetros que privilegien la sustentabilidad, e impulsar campañas con impacto positivo, son acciones necesarias para acompañar las políticas institucionales y consolidar cambios en los hábitos cotidianos.
Perspectiva interdisciplinaria y próximos pasos
El proyecto Sweet Spot, coordinado por Siv Marina Flø Grimstad en la NTNU, integra economía, tecnología, psicología y gestión de cadenas de suministro para detectar los focos principales de contaminación plástica en aguas noruegas.
El proyecto incluye el desarrollo de vehículos autónomos para recolección de datos, experimentos de laboratorio sobre degradación de macroplásticos y análisis de las redes organizacionales de la industria pesquera. Además, se diseñan modelos de negocio innovadores y parámetros efectivos para promover cambios de comportamiento, tanto individual como colectivo.
La Norwegian University of Science and Technology concluye que revertir la tendencia y evitar que en 2050 haya más plástico que peces en los océanos requerirá un cambio de mentalidad a todos los niveles de la sociedad, que se exprese en nuevas formas de actuar y relacionarse con el entorno marino.
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