
En 1864, la búsqueda de una alternativa al marfil para fabricar bolas de pool marcó el inicio de una revolución material que prometía aliviar la presión sobre los recursos naturales. Sin embargo, lo que comenzó como una solución sostenible se ha transformado en una crisis ambiental global, con los microplásticos infiltrándose en ecosistemas, alimentos y hasta en los órganos humanos, según documenta Scientific American.
El origen de los plásticos se remonta a una competencia anunciada por la revista Scientific American en la que la empresa Phelan & Collender ofrecía 10.000 de dólares a quien lograra crear un sustituto del marfil.
El marfil, extraído de los colmillos de elefante, era cada vez más escaso, pero sus propiedades físicas resultaban difíciles de replicar. John Wesley Hyatt, un impresor de Albany, Nueva York, respondió al desafío con el celuloide, un material moldeable compuesto por nitrato de celulosa, alcanfor y hueso de vaca triturado.
En lugar de vender su invento, Hyatt lo patentó en 1869 y fundó su propia empresa, dando origen a lo que el científico de la conservación Artur Neves describió en 2023 como “el objeto fundacional de la industria del plástico”.
El celuloide surgió como respuesta directa a la escasez de recursos naturales como el marfil, los caparazones de tortuga y las fibras de seda. Publicaciones y anuncios de la época presentaban estos nuevos materiales como una vía para proteger especies amenazadas.

Neves y sus colegas, en un artículo de 2023 citado por Scientific American, calificaron las bolas de pool de celuloide como uno de “los primeros esfuerzos exitosos para sustituir materiales y ayudar a la supervivencia de animales en peligro”.
De utopía material a símbolo ambiental
A medida que avanzaba el siglo XX, la industria del plástico evolucionó rápidamente. El término “plástico” se utilizaba más como estrategia de mercadeo que como categoría científica, según el análisis de Philip H. Smith en 1935.
La producción masiva de plásticos en Estados Unidos se disparó en los años 40, impulsada por la sustitución de materiales biológicos como el algodón y la soja por polímeros sintéticos derivados de combustibles fósiles, considerados entonces recursos abundantes.
Para dotar a los productos de características específicas, se añadían colorantes, plastificantes como los ftalatos y el bisfenol A, y retardantes de llama durante la fabricación.
La percepción social de los plásticos experimentó un giro radical entre las décadas de 1940 y 1970. Lo que en un principio se consideró un material utópico, capaz de “trascender la naturaleza”, pasó a verse como un símbolo de desastre ambiental, según el historiador Jeffrey L. Meikle.

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La durabilidad y longevidad, antes celebradas, se convirtieron en problemas cuando los plásticos empezaron a emplearse en productos de un solo uso. Scientific American señala que el 90% de los plásticos no son técnicamente reciclables, y algunos expertos sostienen que las campañas de reciclaje solo sirvieron para tranquilizar a los consumidores y fomentar el consumo. Al no ser biodegradables, los plásticos se acumulan y se fragmentan en partículas cada vez más pequeñas durante siglos.
Microplásticos y nuevas amenazas invisibles
En la actualidad, la atención científica se centra en los microplásticos, diminutas partículas que liberan sustancias tóxicas en el medio ambiente. Aunque los envases de un solo uso, como las botellas de agua, son una fuente evidente, existen otros factores menos visibles.
Hasta mediados de los años 90, las fibras naturales dominaban la industria de la moda, pero en 2023 los polímeros sintéticos representaron el 67% de la producción global de fibras, con el poliéster acaparando el 57% de la ropa, textiles para el hogar y calzado.
Cada lavado de estas prendas libera microfibras plásticas que contaminan las aguas subterráneas. Estas partículas, prácticamente imposibles de eliminar, no solo se encuentran en el suelo y el agua: un estudio reciente citado por Scientific American reveló que las hojas de las plantas absorben microplásticos del aire.

Además, todos los animales analizados, incluidos los humanos, presentan plásticos en sus órganos, lo que evidencia la magnitud del problema.
Paradojas y consecuencias imprevistas
El caso del celuloide ilustra las paradojas y consecuencias imprevistas de la industria del plástico. Rebecca Altman, en un artículo de 2021 citado por Scientific American, explicó que aunque el celuloide “supuestamente salvó al elefante, especialmente de la industria de las bolas de billar”, los datos de mercado muestran que la demanda de marfil no disminuyó tras la introducción del nuevo material, sino que aumentó.
Además, el celuloide incrementó la demanda de alcanfor, extraído de un árbol abundante en Taiwán, lo que llevó a la destrucción de bosques y al desplazamiento de comunidades indígenas. Así, la llegada de los polímeros sintéticos no liberó a la humanidad de los límites de los recursos naturales, sino que generó nuevas presiones y conflictos.
Hoy, la humanidad enfrenta el reto de limpiar gigantescas acumulaciones de residuos plásticos, como la Gran Mancha de Basura del Pacífico, en una carrera tecnológica que contrasta con la competencia original por sustituir el marfil.
Como concluye Scientific American, el verdadero legado de los plásticos podría residir en la presencia de fragmentos nanoplásticos en los cerebros de las generaciones futuras, un desenlace que ni los pioneros de la industria imaginaron.
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