
En las profundidades oceánicas, donde el sonido es la clave para comunicarse y orientarse, el canto de las ballenas azules comienza a extinguirse. Este fenómeno, documentado por científicos a lo largo de la costa de California, señala un cambio en el comportamiento de los animales más grandes del planeta y, según expertos, representa una señal de alarma sobre el estado de los ecosistemas marinos.
Un reciente informe de National Geographic relaciona la caída drástica en las vocalizaciones de las ballenas azules con olas de calor marinas y con la escasez de krill, su principal alimento, evidenciando el impacto del cambio climático en el océano.
El estudio que reveló el silencio de las ballenas azules
Durante 6 años, un equipo de investigadores liderado por John Ryan, oceanógrafo biológico del Monterey Bay Aquarium Research Institute, empleó un hidrófono instalado a 900 metros de profundidad frente a la costa de California para registrar sonidos marinos.
El dispositivo, conectado mediante un cable de 51 kilómetros, permitió captar complejas armonías oceánicas y los cantos de múltiples especies. El estudio, publicado a principios de este año y citado por National Geographic, inició en julio de 2015, cuando se desarrollaba una ola de calor marina sin precedentes en la región.
Los resultados mostraron que las ballenas jorobadas, con una dieta más diversa, mantuvieron sus vocalizaciones habituales. A diferencia de ellas, las ballenas azules y las ballenas de aleta, que dependen casi exclusivamente del krill, disminuyeron de manera drástica sus cantos.

En los años más críticos, la frecuencia de vocalizaciones de las ballenas azules cayó cerca de un 40%, en paralelo al colapso de las poblaciones de krill y anchoas. “Cuando realmente lo analizas, es como intentar cantar mientras te mueres de hambre”, explicó Ryan, según National Geographic.
La energía de las ballenas se concentró en la búsqueda constante de alimento, lo que redujo el tiempo y la posibilidad de emitir sus cantos habituales.
“The Blob”: ola de calor marina que alteró el ecosistema
El fenómeno denominado “The Blob” inició en 2013, cuando una masa de agua inusualmente cálida persistió en el mar de Bering y el golfo de Alaska durante el invierno. Esta anomalía se extendió hacia el sur por la costa del Pacífico, desde Alaska hasta México, entre 2014 y 2016.
En algunos sectores, las temperaturas oceánicas superaron en más de 2,5°C los valores promedio, cubriendo una franja de 800 kilómetros de ancho y 90 metros de profundidad, y llegando a abarcar más de 3.200 kilómetros del océano Pacífico.
El impacto sobre el krill, pequeños crustáceos que sustentan la cadena alimenticia, fue inmediato. En años anteriores, la abundancia de krill era tan grande que teñía de rosa las redes de pesca, pero durante la ola de calor prácticamente desapareció.

Kelly Benoit-Bird, bióloga marina del Monterey Bay Aquarium y coautora del estudio, explicó en National Geographic que “el comportamiento de agrupamiento del krill es realmente crítico para su supervivencia”. Las corrientes alteradas y el aumento de temperatura dispersaron a estos animales, dificultando su localización para las ballenas. “El sistema completo cambia y no obtenemos el krill. Así que los animales que dependen solo del krill están en desventaja”, señaló Benoit-Bird.
Las ballenas azules, adaptadas para engullir enormes cantidades de agua solo cuando el krill se agrupa densamente, resultaron especialmente vulnerables. “Cada bocado debe valer la pena la inmersión”, añadió Benoit-Bird.
Con la escasez de alimento y el cambio en el comportamiento del krill, las ballenas destinaron toda su energía a buscar comida, lo que supuso una caída marcada de sus cantos. “No las escuchamos cantar”, apuntó Ryan respecto a aquellas grabaciones. “Gastan toda su energía en buscar. Simplemente no queda tiempo, y eso nos indica que esos años son sumamente estresantes”.
Un fenómeno global: el silencio se extiende
El silencio registrado en California no constituye un caso aislado. Investigaciones entre 2016 y 2018 en las aguas que separan las islas de Nueva Zelanda detectaron un fenómeno similar. Dawn Barlow, ecóloga del Marine Mammal Institute de la Oregon State University y autora principal del estudio, indicó a National Geographic que su equipo terminó analizando, casi por coincidencia, los efectos de las olas de calor marinas sobre las ballenas azules.
Mediante grabadoras submarinas en el South Taranaki Bight, identificaron dos tipos de vocalizaciones: llamadas D, asociadas a la alimentación, y cantos estructurados, vinculados al apareamiento.

Durante los años de aguas anormalmente cálidas, hubo una reducción de las llamadas D en primavera y verano, señal de menor actividad de forrajeo. En el otoño siguiente, descendió la intensidad de los cantos, lo que sugiere una disminución en la actividad reproductiva.
“Cuando hay menos oportunidades de alimentación, dedican menos esfuerzo a la reproducción”, explicó Barlow. Los científicos consideran ahora la ausencia de cantos como un indicador clave: “Las ballenas azules son centinelas... lo que hacen puede decir mucho sobre la salud del ecosistema”, afirmó Barlow.
Consecuencias ecológicas y advertencias de los expertos
Los efectos de una ola de calor marina pueden extenderse mucho después de normalizarse las temperaturas. “The Blob realmente puso de manifiesto cuán duraderas pueden ser estas consecuencias”, advirtió Barlow.
La longevidad de las ballenas, que alcanzan hasta 80 años, incrementa su valor como indicadores de los cambios oceánicos. Benoit-Bird, citada en National Geographic, alertó sobre el riesgo de que estos eventos extremos marquen puntos de no retorno para el ecosistema.
“Existe la posibilidad de que uno de estos eventos se convierta en un punto de inflexión, y que no se vuelva al estado anterior”, advirtió. Las consecuencias afectan no solo a las ballenas, sino a todo el sistema: desde la capacidad del océano para absorber carbono hasta la disponibilidad de peces para el consumo humano. “Hay consecuencias para todo el ecosistema marino”, subrayó Benoit-Bird.
Desde la década de 1940, la frecuencia y duración de las olas de calor marinas aumentó de manera sostenida. Un estudio citado por National Geographic y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences revela que la duración de estos eventos se triplicó y las temperaturas medias son ahora 1°C superiores, con máximos de hasta 5°C en algunas regiones.
El potencial de la acústica marina para la conservación
El estudio de los sonidos marinos se convirtió en una herramienta esencial para conocer los cambios en el océano. Jarrod Santora, oceanógrafo de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), subrayó en National Geographic la importancia de registrar el océano para detectar desequilibrios y señales de resiliencia en la fauna.
Sin embargo, definir cómo suena un océano prístino sigue siendo un reto. La pandemia de COVID-19 brindó una situación excepcional: la disminución del tráfico marítimo causó un silencio temporal en los mares y permitió observar cómo los animales modificaron su comportamiento en ausencia de actividad humana.

Benoit-Bird recordó que, así como se observaron animales en las calles vacías durante el confinamiento, en el océano surgió un ajuste igual de profundo, aunque menos visible. “No solemos pensar en los humanos como presentes en el océano de la misma manera, pero lo estamos. Estamos ahí, estamos en todas partes”, afirmó.
Pese a los avances, los científicos insisten en la necesidad de recopilar más datos para poder vincular sonidos específicos con cambios ambientales concretos. “Es muy difícil obtener observaciones en el océano”, indicó Santora. “Una red como esta abre la puerta a muchas posibilidades: para la conservación, la gestión y la mitigación”.
Escuchar para proteger el océano
Las ballenas azules, por su ritmo vital lento y generaciones superpuestas, ofrecen una perspectiva única ante los cambios a largo plazo en el océano. Aunque sus poblaciones recuperaron parte de su tamaño tras el fin de la caza comercial, los científicos insisten en que harán falta muchas más generaciones para comprender el efecto total de las amenazas actuales.
“La ciencia muestra que el cambio climático está afectando los océanos”, afirmó Dawn Barlow, según National Geographic. “Lo vemos en todos los niveles tróficos, en todos los ecosistemas. Escuchar y aprender de estos lugares es esencial para nuestro futuro. Ahora más que nunca, es importante escuchar”.
El silencio de las ballenas azules se ha convertido en una advertencia irrefutable. Para los expertos, prestar atención a estos cambios acústicos resulta clave para anticipar y mitigar los efectos del cambio climático sobre el ecosistema oceánico. La información publicada por National Geographic destaca que la protección de los océanos inicia escuchando sus voces, antes de que el silencio resulte irreversible.
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