
En los últimos años, el aumento de lanzamientos de satélites transformó la manera en que la humanidad se comunica, navega y estudia el espacio. Sin embargo, esta expansión tiene un costo ambiental poco estudiado: la contaminación de la estratósfera. La práctica de desintegrar satélites en la atmósfera para evitar la acumulación de basura espacial está liberando partículas metálicas a grandes altitudes. Frente a esta creciente modelo, el medio The Economist publicó un artículo con perspectivas especializadas.
La actual dinámica de desintegración podría alterar la química del aire, generando consecuencias desconocidas. Con miles de satélites en órbita y proyectos en marcha para desplegar cientos de miles más, el problema se intensifica, mientras las regulaciones ambientales continúan siendo insuficientes para abordar este fenómeno emergente.

Riesgo de una contaminación invisible
Cada vez que un satélite llega al final de su vida útil, su reentrada en la atmósfera se convierte en un evento destructivo. A velocidades cercanas a los 8 kilómetros por segundo, la fricción y el calor extremo hacen que el artefacto se desintegre en su totalidad, liberando a la estratósfera partículas de aluminio, cobre, litio y niobio.
Anteriormente, estos impactos eran insignificantes debido al reducido número de satélites en órbita. Pero en el presente, con más de 11.000 en funcionamiento y solicitudes para lanzar un millón más, la situación cambió drásticamente.
La preocupación por los efectos de esta contaminación fue en aumento dentro de la comunidad científica. Según Daniel Murphy, químico atmosférico de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), “la humanidad está introduciendo sustancias en la atmósfera sin conocer sus consecuencias”. Algunas investigaciones revelaron que una de cada diez partículas en la estratósfera ya contiene residuos metálicos provenientes de la desintegración de satélites.
Transformación química en la atmósfera
La contaminación estratosférica provocada por satélites es diferente a la que generan fuentes naturales, como el polvo cósmico y los meteoritos. De acuerdo con un informe de la Agencia Espacial Europea (ESA), cada año ingresan a la atmósfera unas 12.400 toneladas de material natural. En 2019, la actividad humana sumó 890 toneladas adicionales, y la cifra sigue en ascenso.

Más allá del volumen de partículas, preocupa la composición de estos residuos. John Plane, investigador de la Universidad de Leeds, advirtió que la entrada de ciertos metales cambió radicalmente. Por ejemplo, el litio inyectado en la atmósfera por satélites es diez veces mayor que el proveniente del polvo cósmico. Además, la introducción de elementos como el niobio y el cobre podría desencadenar reacciones químicas no observadas antes en la estratósfera.
Uno de los principales riesgos es la formación de óxido de aluminio (alúmina), que puede actuar como superficie catalizadora para nuevas reacciones químicas. Se teme que este proceso facilite la liberación de cloro a partir de compuestos como el cloruro de hidrógeno, lo que afectaría la capa de ozono. Asimismo, elementos como el cobre pueden acelerar reacciones químicas sin degradarse en el proceso, permitiendo que continúen alterando la atmósfera de manera indefinida.
Regulación insuficiente y falta de supervisión
A pesar del impacto potencial de esta contaminación, no existe un marco regulatorio sólido que controle las emisiones generadas por la destrucción de satélites en la atmósfera. En EEUU, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) exige que los satélites comerciales abandonen la órbita en un plazo máximo de cinco años, pero no evaluó los efectos ambientales de esta práctica.
La falta de supervisión es especialmente preocupante en el caso de las mega-constelaciones de satélites, las cuales cuentan con miles de unidades en órbita. En 2022, la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de EEUU recomendó a la FCC que analizara los impactos ambientales de estos proyectos, pero el organismo aún no publicó ninguna actualización al respecto.
La expansión de la industria satelital no se limita a EEUU China, la Unión Europea y Rwanda anunciaron planes para desplegar sus propias mega-constelaciones. China proyecta al menos tres sistemas con un total de 38.000 satélites, mientras que la UE prevé lanzar su constelación IRIS, con 290 satélites. Rwanda solicitó autorización para lanzar más de 327.000 unidades. Pero aunque la UE y Rwanda están trabajando en normativas ambientales, China no tendrá evaluaciones de impacto para estos proyectos.

Alternativas y soluciones tecnológicas
Ante la falta de regulación efectiva, algunos científicos propusieron soluciones técnicas para tratar el problema. Una de ellas es la reducción del tamaño de los satélites. No obstante, la tendencia actual es hacerlos más grandes, como los de Starlink, que pesan cerca de 800 kilogramos y cuya próxima generación podría ser aún más pesada.
Otra opción es cambiar los materiales de construcción. Algunos investigadores sugieren el uso de fibra de carbono o incluso madera en la fabricación de satélites, ya que estos materiales generarían menos residuos metálicos al desintegrarse. Sin embargo, el uso de madera plantea nuevos desafíos: al incinerarse, podría liberar hollín negro, lo que contribuiría al calentamiento global y oscurecería el cielo.
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