
Durante más de un siglo, los tratamientos para las mordeduras de serpiente cambiaron poco: los antivenenos, aunque salvan vidas, siguen presentando riesgos y limitaciones considerables.
Este año, la ciencia avanzó decisivamente hacia el desarrollo de antivenenos más seguros y eficaces, un progreso que podría transformar la supervivencia ante mordeduras de serpiente, un problema mundial que provoca decenas de miles de muertes cada año, según reportó Smithsonian Magazine.
Magnitud y desigualdad de la crisis de las mordeduras de serpiente
Cada año, cerca de 5 millones de personas sufren mordeduras de serpiente en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). De ellas, hasta 125.000 fallecen y unas 375.000 quedan con discapacidades permanentes —como amputaciones o ceguera— concentrándose la mayoría de los casos en áreas rurales de África subsahariana, Asia, Australia y América Latina.
Este contexto afecta especialmente a agricultores, trabajadores rurales y niños que viven lejos de hospitales y centros de salud. En 2017, la OMS clasificó el envenenamiento por mordedura de serpiente como enfermedad tropical desatendida, resaltando una crisis que, según el profesor David Warrell, evidencia profundas desigualdades sociales y falta de prioridad en la agenda de salud pública global. El experto, que es profesor emérito de la Universidad de Oxford, dedicó su carrera a visibilizar el problema.

En declaraciones a Smithsonian Magazine, advierte que la compra de antiveneno suele estar insuficientemente financiada y la distribución resulta ineficaz, dejando a muchas comunidades sin acceso a tratamientos fundamentales.
Ymkje Stienstra, investigadora de la Liverpool School of Tropical Medicine, coincide: la escasez de antiveneno y la dispersión de los centros de salud en áreas rurales dificultan gravemente el acceso a la atención médica. A esto se suma la preferencia por remedios tradicionales y la falta de información, factores que retrasan aún más la búsqueda de ayuda profesional.
Riesgos y limitaciones del antiveneno tradicional
El antiveneno convencional, desarrollado a finales del siglo XIX, se obtiene inyectando veneno diluido a caballos, quienes generan anticuerpos extraídos y purificados para uso humano. Este método implica serios riesgos, ya que las proteínas animales pueden provocar reacciones alérgicas graves, como el shock anafiláctico.

Un estudio realizado en Sudáfrica reveló que el 47% de los pacientes tratados con antiveneno sufrieron anafilaxia y casi un tercio requirió intubación.
Neville Wolmarans, experto en serpientes y propietario de Ndlondlo Reptile Park en Sudáfrica, experimentó en carne propia estos peligros. Tras sobrevivir a más de 20 mordeduras de serpientes letales, sufrió un episodio de shock anafiláctico tras recibir antiveneno, que le obligó a pasar 18 horas en cuidados intensivos. “Lo que se supone que debe salvarte puede convertirse en lo que te mata”, relata en Smithsonian Magazine.
Por estas complicaciones, el uso de antiveneno suele limitarse a hospitales grandes, restringiendo su acceso en zonas remotas.
La eficacia del antiveneno puede verse comprometida si se produce a partir de veneno de especies distintas a las responsables de las mordeduras locales. Además, la falta de herramientas para identificar a las serpientes responsables complica todavía más el tratamiento adecuado.

Anticuerpos humanos, nanocuerpos y estrategias innovadoras
Frente a estas limitaciones, la investigación abre caminos innovadores. En el Scripps Research Institute, el equipo liderado por la inmunóloga Irene Khalek desarrolla antivenenos basados en anticuerpos monoclonales recombinantes diseñados en laboratorio, que eliminan las proteínas animales y neutralizan de forma precisa las toxinas.
Estos nuevos productos reducen drásticamente el riesgo de reacciones alérgicas. Khalek afirma a Smithsonian Magazine que la seguridad será “inmensamente superior”, señalando que las pruebas en ratones demostraron protección ante la muerte y parálisis causadas por venenos de mambas, cobras y kraits.
Otra estrategia prometedora es el uso de anticuerpos humanos extraídos de personas con inmunidad excepcional. La biotecnológica Centivax desarrolló un cóctel de anticuerpos utilizando células de Tim Friede, voluntario que se expuso a más de 200 mordeduras para adquirir inmunidad. Combinados con un inhibidor sintético, estos anticuerpos demostraron protección total en ratones ante venenos de 13 especies de elápidos.

Los nanocuerpos, fragmentos derivados de camélidos como alpacas y llamas, también destacan como innovación relevante.
Un estudio reciente demostró la efectividad de un cóctel de nanocuerpos para proteger ratones frente al veneno de 17 especies africanas y prevenir daños tisulares. Stienstra advierte que aún falta comprobar su eficacia en humanos.
En Sudáfrica, Donald Schultz, fundador de Snake Pharm, promueve una técnica basada en la resistencia de serpientes no venenosas que se alimentan de especies peligrosas; de su sangre se extraen anticuerpos innatos para producir antivenenos rápidamente y sin necesidad de recolectar venenos. Aunque los resultados en animales son alentadores, Warrell y Stienstra indican que la aplicación en humanos exige largos y complejos ensayos.

Prevención, educación y desafíos para el futuro
El desarrollo de un antiveneno universal es improbable debido a la complejidad de los venenos, por lo que los expertos exploran terapias complementarias.
Warrell destaca los inhibidores enzimáticos como varespladib y marimastat, capaces de bloquear las enzimas responsables de hemorragias, parálisis y daños tisulares. Estos medicamentos, administrados por vía oral, son una potencial intervención temprana.
La prevención y la educación comunitaria también son herramientas clave. Wolmarans observa que el miedo impulsa a la gente a matar serpientes, lo que en realidad incrementa el riesgo de accidentes. “Es un círculo vicioso que solo se rompe con educación”, sostiene.
Schultz ayuda a las comunidades a retirar serpientes de forma segura, mientras talleres como los del African Snakebite Institute instruyen en la identificación, prevención y manejo ante mordeduras.

Persisten obstáculos como la escasez de ensayos clínicos, los altos costos y las dificultades logísticas en zonas rurales. Warrell subraya que el avance requerirá tanto innovación científica como voluntad política: los ministerios de salud deben priorizar el problema, distribuir antivenenos avalados por la OMS y fortalecer la formación comunitaria.
El escenario ideal es que una persona mordida pueda tomar un inhibidor oral en el campo, recibir un antiveneno seguro y humanizado en la clínica más cercana y sobrevivir a un incidente que hoy suele ser letal.
Sin embargo, como advierte Smithsonian Magazine, solo será posible si la innovación alcanza a quienes más la necesitan.
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