
Dormir mal puede tener consecuencias devastadoras para el organismo: el cerebro llega a atacarse a sí mismo y el sistema inmunológico pierde el equilibrio en apenas una noche sin descanso. Las últimas investigaciones científicas demuestran que la privación de sueño no solo afecta el ánimo y el rendimiento diario, sino que activa mecanismos de autodestrucción neuronal y altera la respuesta inmunitaria, incrementando el riesgo de inflamación crónica y enfermedades graves.
Desde procesos de autodevoración sináptica hasta una capacidad inmunitaria comprometida, los hallazgos recientes ofrecen una visión alarmante de cómo la falta de sueño amenaza la salud cerebral y multiplica la vulnerabilidad ante patologías inflamatorias.
Daño cerebral: autodevoración de sinapsis en condiciones de privación de sueño
Un equipo dirigido por el neurocientífico Michele Bellesi de la Universidad Politécnica de Marche, Italia, estudió cómo reacciona el cerebro de los mamíferos cuando falta el descanso. En el centro del estudio publicado en Journal of Neuroscience, estuvieron los astrocitos y la microglía, dos tipos de células encargadas de mantener el equilibrio y la limpieza en el sistema nervioso.

Bajo circunstancias normales, los astrocitos funcionan como un servicio de limpieza nocturno: durante el sueño, identifican las conexiones neuronales que ya no resultan útiles y las retiran, “barriendo” los desechos producidos por la actividad diaria del cerebro. Sin embargo, cuando el sueño se vuelve insuficiente, este mecanismo empieza a funcionar de manera exagerada, eliminando no solo conexiones viejas sino también algunas importantes, como si en la limpieza se tiraran muebles en buen estado junto con los rotos.
“Demostramos por primera vez que porciones de sinapsis son literalmente devoradas por los astrocitos debido a la pérdida de sueño”, afirmó Bellesi, según New Scientist. El experimento contempló cuatro grupos de ratones: uno descansado, otro con despertares espontáneos, un tercero privado de sueño por ocho horas extras y un cuarto sin dormir durante cinco días consecutivos.
En los ratones bien descansados, los astrocitos eliminaban sinapsis en el 5,7% de los casos. En los que se despertaban espontáneamente, en el 7,3%. Al imponerles privación aguda de sueño, el porcentaje subía al 8,4%. Y en los animales sometidos a falta crónica de sueño, la cifra escalaba a un notable 13,5%.

Estos resultados muestran que, conforme se reduce el descanso, el cerebro intensifica su limpieza a tal punto que termina dañando su propia estructura. Los astrocitos no solo eliminan residuos, sino también sinapsis grandes y activas, comparables.
El problema es aún mayor cuando entra en juego la microglía, la otra célula protagonista del estudio. En ratones sometidos a falta crónica de sueño, la microglía intensifica su actividad, como si activara un modo de alarma permanente. Este comportamiento se vinculó a enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, porque, al mantenerse continuamente activa, puede provocar un daño adicional en el tejido cerebral.
Aunque los especialistas todavía no pueden afirmar con certeza que estos procesos suceden de igual forma en personas, la tendencia de aumento en las muertes por Alzheimer (un 50% más desde 1999, según New Scientist) y la dificultad generalizada para dormir bien dejan claro lo urgente que resulta atender este problema de salud.
Impacto en el sistema inmunológico: cambios tras una sola noche sin dormir
Paralelamente, un estudio del Instituto de Diabetes Dasman en Kuwait, liderado por la investigadora Fatema Al-Rashed, examinó cómo afecta el sueño a las defensas del organismo humano. Su trabajo, publicado en The Journal of Immunology, incluyó a 276 personas adultas sanas, de los cuales 237 completaron el proceso. Los participantes, con distinto índice de masa corporal, fueron evaluados a partir de sus hábitos de sueño y los valores sanguíneos de monocitos —glóbulos blancos esenciales para la defensa ante infecciones—, además de varios marcadores inflamatorios.
Los resultados arrojaron una diferencia clara: quienes tenían obesidad dormían peor y presentaban un mayor nivel de inflamación crónica leve, en comparación con las personas delgadas. Detectaron más abundancia de monocitos no clásicos en los participantes con obesidad.

Estos monocitos recorren las arterias y los tejidos en busca de amenazas y, al mismo tiempo, emiten señales que mantienen la inflamación, preparando el cuerpo para defenderse incluso cuando no hay un peligro real, como si dejaran constante la alarma de emergencia encendida.
En la segunda fase del estudio, cinco adultos sanos y delgados pasaron veinticuatro horas enteras sin dormir. Un solo día sin descanso fue suficiente para que su sangre mostrara el mismo patrón de monocitos inflamatorios observado en los participantes obesos. Esto significa que, tras una noche en vela, el sistema inmunológico cambia de tal modo que el organismo queda en un estado de vigilancia crónica, predispuesto a respuestas inflamatorias innecesarias.
Advertencias científicas y relevancia sanitaria
Los autores de ambos estudios subrayaron la seriedad de sus descubrimientos y su relevancia para la salud pública. Michele Bellesi destacó lo novedoso de encontrar que la falta de sueño activa procesos de autodevoración en el cerebro, mientras que Fatema Al-Rashed alertó sobre el impacto que tienen las nuevas costumbres sociales y tecnológicas que alteran las rutinas de sueño. El uso prolongado de pantallas y los horarios cada vez menos regulares dificultan que las personas descansen lo suficiente.

Al-Rashed afirmó en un comunicado de prensa : “Nuestros hallazgos ponen de relieve un desafío cada vez mayor para la salud pública. Los cambios sociales y tecnológicos desajustan las horas habituales de sueño.” La investigadora subrayó las consecuencias profundas que esto trae para el sistema inmunológico y el bienestar general.
Ambos equipos coincidieron en la urgencia de seguir investigando cómo la privación de sueño influye en los procesos inmunológicos y neurológicos, y en la necesidad de identificar soluciones o intervenciones para frenar sus efectos antes de que se traduzcan en enfermedades graves.
Enfermedades asociadas y factores de riesgo actuales
La falta sostenida de descanso se asocia desde hace mucho con diferentes problemas: cambios de ánimo, pérdida de memoria, infartos, accidentes cerebrovasculares. La ciencia, relaciona la privación de sueño con el desarrollo de enfermedades inflamatorias como la obesidad, la diabetes y los problemas cardiovasculares.

Los especialistas remarcan que la inflamación crónica —creada por un exceso de monocitos y otros mecanismos de defensa activados de más— se convierte en un elemento central en muchas de estas patologías. Hasta hace poco, se desconocían los pasos exactos que conectan la falta de sueño con el daño cerebral y la inflamación general en el cuerpo.
El entorno social y laboral, junto con el uso masivo de dispositivos electrónicos, complica aún más conseguir un sueño reparador. Los expertos advierten que esta tendencia podría convertir la privación de sueño en una crisis sanitaria global.
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