Marina Mammoliti, psicóloga clínica, “La intensidad de odio es proporcional al amor que sentimos por una persona”

Canalizar esta emoción evita que se convierta en un problema crónico, promoviendo relaciones más saludables y entornos menos conflictivos

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La psicóloga Marina Mammoliti analiza
La psicóloga Marina Mammoliti analiza el odio como una emoción profunda y su vínculo con el amor. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Culturalmente señalado como algo negativo o moralmente inaceptable, el odio suele ser una de las emociones más rechazadas dentro del repertorio afectivo humano, siendo reprimido desde edades tempranas, sin considerar que su negación puede ser más perjudicial que su manifestación consciente.

La psicóloga clínica Marina Mammoliti advierte que no se trata de una emoción superficial ni carente de lógica, por el contrario, es una respuesta emocional profunda que emerge, en algunos casos, del afecto. “La intensidad del odio es proporcional a la intensidad del amor que sentimos por esa persona”, señala en su podcast Psicología al Desnudo, donde analiza el origen y las consecuencias de esta compleja emoción.

Mammoliti sostiene que el odio no aparece de forma repentina, sino que se construye como resultado de una progresión emocional. “Cuando el enojo destructivo, es decir, excesivo, dependiendo del grado de intensidad que tenga, puede convertirse en ira o, en su forma más intensa, odio”, explica.

Para describir este proceso, propone una imagen clara y didáctica: “Podríamos pensarlo en tres escalones: en el primer escalón está el enojo. Si dejamos que crezca y se intensifique, subimos al segundo escalón, la ira. Y si la dejamos seguir creciendo, subimos un escalón más y llegamos a la cima de la escalera, que es el odio. Todo es una cuestión de grados”.

“Desde muy chicos nos enseñan que el odio es algo malo, una emoción que no tendríamos que sentir, que nos convierte en malas personas, y desde ese momento aprendimos a controlarla, a filtrarla, a esconderla, la reprimimos”, afirma la especialista. Sin embargo, reprimir no equivale a resolver. Al contrario, lo no expresado tiende a permanecer activo en el plano emocional, y en algunos casos, incluso en el físico.

Al respecto, la especialista comenta que entre las manifestaciones físicas más comunes se encuentran la hipertensión, trastornos musculares, problemas gastrointestinales y alteraciones cardíacas. “El odio no es inofensivo”, advierte Mammoliti, y agrega: “Lo más curioso es que el odio solamente hace daño a quien lo siente. No le llega a ese otro. Somos nosotros los que nos estamos llenando de esa toxicidad”.

La idea de que el odio es una forma de energía emocional no canalizada correctamente ya había sido planteada por Aristóteles, quien lo consideraba una expresión de ira contenida. Según el filósofo griego, ésta permite alejarse de aquello que genera daño, en especial cuando existe un lazo afectivo previo.

Mammoliti retoma este concepto y lo reformula: “La ira es la fuerza que necesitamos para poder alejarnos de aquello que antes amábamos pero que nos defraudó o nos hizo daño. Si en vez de usar esa energía con el fin de alejarnos, la guardamos y se acumula en nuestro interior, eso se convierte en odio y nos pudre desde adentro”.

Cuáles son las tipologías del odio

Negar emociones negativas desde la
Negar emociones negativas desde la infancia puede provocar daños psicológicos y físicos.

Desde una perspectiva clínica y emocional, Mammoliti explica que el odio puede clasificarse en al menos tres categorías, según su origen.

El odio personal surge en el marco de relaciones cercanas, especialmente cuando existe un vínculo afectivo intenso. En dichos casos, el odio no puede disociarse del amor previo: “Cuanto más amamos a alguien, más dolorosa la herida. A mayor amor, mayor odio”. Según el planteamiento, el amor es tanto causa como solución pues “Para que el enojo se transforme en odio debe haber amor. Sin amor, el enojo no puede transformarse en odio. Y a su vez, para que el enojo no se transforme en odio, el amor es el gran antídoto”.

El auto-odio, por su parte, se manifiesta en personas con altos niveles de autoexigencia y crítica interna. Se trata de una forma de agresión hacia uno mismo que puede resultar igual de destructiva que el odio proyectado hacia terceros.

“Muchas personas son tan autoexigentes que se dicen a ellas mismas cosas horribles que nunca le dirían a nadie. Se autoinsultan, se desmerecen, odian su cuerpo y no perdonan sus errores”, señala la especialista. En su desarrollo, el auto-odio puede impactar tanto a nivel emocional como físico, distorsionando la percepción corporal y afectando la autoestima.

El odio social es el más generalizado y peligroso, ya que no responde a experiencias personales concretas sino a construcciones sociales y culturales. Se dirige a grupos de personas que comparten alguna característica común, como el origen étnico, la orientación sexual, la religión o la ideología política, y se basa en estigmas o creencias transmitidas.

“Este es quizás el odio más irracional porque no está relacionado ni a una autoexigencia ni a algún hecho que nos haya lastimado. Es un odio cultural heredado, construido de manera colectiva”, sostiene Mammoliti. Se trata de un odio que no busca reparar ninguna herida, sino simplemente agredir al otro por ser diferente. “Es un odio completamente inútil”.

¿Qué hacer con el odio?

Abordar el odio con herramientas
Abordar el odio con herramientas adecuadas es clave para el bienestar emocional y social.

Para evitar que el enojo se transforme en odio, Mammoliti propone un abordaje en tres pasos, basado en las estrategias del médico psicoterapeuta Norberto Levy:

  1. Descarga: El primer paso consiste en liberar la energía acumulada del enojo de manera física y no violenta. “Puede ser dando un portazo, gritando, saliendo a dar una vuelta a la manzana, soltando algún insulto al aire, estando solo, pateando una pelota, saltando o la forma que mejor se adapte a cada uno. Lo importante es aliviar la presión que esa energía excedente genera, sin generar ninguna situación de violencia”.
  2. Comunicación: Una vez regulada la emoción, es necesario expresar lo que se sintió. “Comunicarle a la otra persona cómo te sentiste a causa de lo que hizo” permite salir del aislamiento emocional y establecer límites más saludables.
  3. Propuesta: Finalmente, se sugiere realizar una idea concreta para reparar la situación y prevenir futuros conflictos. “Hace falta una propuesta que sirva para reparar, si es posible, y llegar a nuevos acuerdos en el futuro”.

El odio, en sus distintas formas, constituye una respuesta emocional legítima que, si bien puede resultar perturbadora, cumple una función psicológica. Desde una perspectiva clínica y social, abordarlo con herramientas adecuadas resulta fundamental no solo para el bienestar emocional individual, sino también para la construcción de vínculos más sanos y entornos menos hostiles.