
La bahía de Chesapeake enfrenta una crisis profunda: hoy, menos del 5% de las ostras que habitaron la zona en tiempos de abundancia sobrevive, según datos proporcionados por Smithsonian Magazine y Knowable Magazine. El declive impactó la economía y la cultura local, pero es en el terreno ecológico donde las consecuencias resultan más graves para el este de Estados Unidos.
Durante el siglo XIX, la bahía producía entre 270 y 550 millones de kilogramos de ostras cada año, volumen que dista mucho de las capturas actuales. La recolección de ostras en la región tiene más de 12.000 años; los pueblos originarios ya las consumían, como prueban los montículos de conchas hallados en antiguos basureros.
El arribo de los colonos europeos y el auge industrial, especialmente en el siglo XIX, marcaron el inicio de una sobreexplotación devastadora acompañada de contaminación y métodos destructivos como el dragado.
Investigaciones de la paleontóloga Rowan Lockwood y el biólogo marino Roger Mann, del College of William & Mary, revelan que en el pasado las ostras vivían hasta 21 años, alcanzaban diámetros de 25 centímetros y los arrecifes tenían una densidad diez veces mayor que la actual. Ecosistemas equivalentes a los arrecifes de coral podían filtrar toda el agua de la bahía en solo un día; hoy ese proceso requeriría casi un año.

Causas y consecuencias ecológicas
Diversos factores impulsaron el colapso de las ostras. Smithsonian Magazine destaca la sobrepesca que comenzó tras la fundación de Jamestown en el siglo XVII y se agravó con el dragado a partir del siglo XIX, cuando rastras metálicas destruyeron los arrecifes formados durante generaciones.
La contaminación por sedimentos, aguas residuales y fertilizantes alimenta el crecimiento de algas y zonas muertas, mientras que el cambio climático, la acidificación y la subida del nivel del mar añaden nuevas amenazas. “Sería ingenuo pensar que podemos restaurar estos sistemas a su estado original antes de que 18 millones de personas vivieran en la cuenca de la bahía de Chesapeake. Eso simplemente no va a suceder”, advirtió Mann.
La función de las ostras trasciende su valor económico. Knowable Magazine resalta que los arrecifes de ostras ofrecen refugio y zonas de cría a cientos de especies y actúan como filtros naturales que mejoran la calidad del agua. Además, contribuyen a la protección costera y la absorción de carbono, funciones clave ante el cambio climático y el aumento de tormentas.
La desaparición de estos ecosistemas afecta a la biodiversidad y pone en riesgo tanto la seguridad alimentaria, como los ingresos de los pescadores locales, llamados watermen, cuyo oficio se hereda de generación en generación. Lockwood remarca: “Los watermen han estado aquí durante cientos de años, y es un sustento generacional que debemos proteger”.

Restauración, avances y retos
Ante la crisis, los esfuerzos de restauración aumentaron considerablemente. Knowable Magazine informa que existen más de 2.250 proyectos enfocados en la recuperación de la ostra oriental (Crassostrea virginica) y más de 200 en otras especies. Desde la década de 1990, la bahía de Chesapeake vio la restauración de arrecifes en aproximadamente 730 hectáreas repartidas en diez afluentes.
Mann, colaborador de la Virginia Marine Resources Commission, indica que la producción de ostras se multiplicó por ocho gracias a prácticas como la recolección trienal, que limita el daño sobre las fases tempranas del ciclo de vida. Sin embargo, persisten debates sobre los métodos adecuados.
Tanto Lockwood como Mann coinciden en que liberar larvas en gran cantidad es una estrategia costosa y poco efectiva, ya que la mayoría son devoradas por depredadores. “Es como tirarlas por el inodoro”, resume Lockwood. Mann, en cambio, defiende el depósito de conchas vacías, que atrae larvas naturales, un enfoque respaldado por los propios pescadores.
Las innovaciones abrieron nuevas posibilidades. Rachel Smith, de la University of California, Santa Barbara, comprobó que en zonas protegidas del norte de la bahía, la disposición de conchas o arrecifes artificiales de hormigón permitió igualar la densidad de ostras a la de arrecifes naturales en apenas seis años. Datos recientes muestran que los arrecifes más altos ofrecen mejor protección costera y favorecen el desarrollo de ostras de mayor tamaño.
No obstante, hay zonas donde las ostras no logran asentarse, a pesar de las condiciones aparentemente propicias. Jessica Pruett, de la University of Southern Mississippi, explica que tras unas semanas en libertad, las larvas adquieren la capacidad de nadar y buscan activamente el lugar ideal para fijarse. “Tienen una habilidad impresionante para nadar”, indicó Pruett. Si dudan del sitio, pueden volver a dejarse llevar por la corriente y seguir buscando.
Investigar qué atrae a las larvas y cómo influyen factores como el color de los arrecifes artificiales podría mejorar la eficacia de los proyectos, en especial ante el desafío del aumento de la temperatura global.

Perspectivas y caminos hacia la recuperación
El futuro de las ostras en la bahía de Chesapeake requiere combinar ciencia, gestión y responsabilidad social. Expertos citados por Smithsonian Magazine y Knowable Magazine consideran inviable restaurar los arrecifes originales, pero ven posible recuperar parte de sus funciones ecológicas y económicas.
Recomiendan a los consumidores preferir ostras cultivadas en jaulas, alternativa que se cosecha sin dragado, ni daño a los arrecifes, y fomentar el reciclaje de conchas en restaurantes y hogares. Estas conchas se reincorporan al mar y sirven como base para nuevas generaciones de ostras.
Así, la bahía de Chesapeake podría recuperar su papel esencial como refugio de estos moluscos y la biodiversidad asociada.
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