
En la era del streaming, la globalización y el consumo de masas, cuando una canción consigue enganchar a la gente, se apodera de todo: suena en la radio, en los vídeos de las redes sociales, en las tiendas y hasta en la cabeza. Se escucha en bucle, por lo que se aprende la letra y hasta el instante de los coros; sin embargo, de pronto, un día se cruza esa línea invisible entre la pasión y el hartazgo. Lo que antes resultaba irresistible ahora provoca rechazo.
Este fenómeno no es nuevo, pero en esta época de viralización se ha vuelto más evidente. Las plataformas multiplican la exposición a los mismos temas hasta que el oyente, saturado, los abandona. Las canciones virales nacen y mueren a una velocidad vertiginosa. Detrás de esa montaña rusa emocional no hay solo moda o sobreexposición mediática: hay un proceso neuroquímico que explica por qué el cerebro se cansa incluso de aquello que un día adoró.
Loren, experta en neurociencia y divulgadora de contenidos relacionados con el cerebro y el comportamiento humano, ha publicado recientemente un vídeo en su cuenta de TikTok (@neuroloren) sobre este proceso: “¿Te ha pasado alguna vez que tenías una canción que te encantaba y de repente ya no la soportas? Como si tu cerebro hubiera dicho: ‘Basta, ni una vez más’”. La explicación se encuentra en la neurociencia, en la forma en la que el cerebro procesa la música.
Del amor al odio: la fatiga musical
“Cuando una canción nueva sale, tu cerebro se vuelve loco generando dopamina. Cada ritmo inesperado, cada palabra repetitiva, cada beat drop activa tu sistema de recompensa. Y, claro, por eso la escuchas una y otra vez, porque tu cerebro quiere repetir esa sensación”, explica Loren.

De hecho, son varios los estudios que ya han investigado sobre la relación causal entre la dopamina y las respuestas de recompensa y satisfacción al escuchar música, como es el caso del realizado en 2019 por el Grupo de Investigación en Cognición y Plasticidad Cerebral de la Universidad de Barcelona y del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (UB-IDIBELL), publicado en Proceeding of the National Academy of Science.
La dopamina es la hormona del placer, la que nos impulsa a buscar experiencias que nos hacen sentir bien. Y pocas cosas logran estimularla tanto como una canción que combina novedad y familiaridad, esa mezcla perfecta que caracteriza a los grandes éxitos. Sin embargo, ese placer tiene un límite.
“Cuanto más la escuchas, menos dopamina se libera y tu cerebro se acaba acostumbrando. Y, cuando ya no hay sorpresa, ya no hay recompensa”, explica la experta en neurociencia. “Lo que antes era placer, ahora se siente como saturación”. Este fenómeno de habituación es una respuesta natural del sistema nervioso ante los estímulos repetitivos. El cerebro deja de liberar la misma cantidad de dopamina porque ya ha aprendido el patrón y ha dejado de encontrarlo interesante.
Gran parte de la música actual está diseñada precisamente para activar ese circuito de recompensa. Repetición, melodías simples, bases rítmicas predecibles y una dosis controlada de sorpresa. “Además, cuando algo se vuelve omnipresente en TikTok, en la radio, en Instagram, en YouTube, en tiendas, en memes, tu cerebro lo interpreta como ruido, no como un estímulo relevante”, explica Loren.
De esta manera, con la música puede pasarse “adicción a irritación” con bastante facilidad. “No es que de repente tengas mal gusto, es que tu cerebro se ha aburrido químicamente. Eso explica por qué la canción que un día amaste puede acabar incluso dándote asco”.
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