
La expectativa de reciprocidad suele convertirse en una fuente de frustración para quienes poseen una alta inteligencia emocional, ya que su capacidad para comprender y cuidar a los demás rara vez encuentra una respuesta equivalente. El psicólogo Juan Rescalvo afirma que este fenómeno puede generar una sensación de incomprensión, pues quienes destacan en la lectura y gestión de emociones ajenas tienden a esperar el mismo nivel de atención y empatía, algo que, en la práctica, resulta poco frecuente.
Rescalvo, que comparte contenido sobre salud mental a través de sus redes sociales (@juanrescalvopsicologo), explica en uno de sus últimos videos que las personas con “alta inteligencia emocional” pueden tener dificultades a la hora de entablar relaciones equilibradas en las que obtengan lo mismo que dan. Para el psicólogo, las personas con estas habilidades tienen un “superpoder” que les permite “leer emociones, saber lo que les duele, lo que necesitan y comprender por qué actúan desde sus heridas”. Pero, buscar esas cualidades en el otro suele ser decepcionante. “Ves que ese cuidado que pones en los demás muchas veces no viene de vuelta”, lamenta.
“La cuestión es que estás esperando que los demás sean tan buenos como tú en algo en lo que tú eres brillante. Y ese es el problema, la expectativa. Una alta inteligencia emocional no la vas a encontrar en más de dos o tres personas en tu vida. Y ya me parece mucho. Puedes encontrar apoyo, amor y conexión emocional, pero muy posiblemente no lo recibas en la forma exacta en la que tú lo entregas, ni con el mismo tacto ni con el mismo detalle. Y eso no significará que no seas importante para los demás ni que no te quieran. Simplemente entregáis en formatos distintos”, explica y lanza una advertencia: “Lo que tienes que vigilar en tus relaciones no es que sean como tú, es que no sean destructivas, que sean personas nutritivas”.
Cómo es una persona con inteligencia emocional
Daniel Goleman, el psicólogo que popularizó el concepto de inteligencia emocional, considera que se fundamenta en una serie de habilidades muy concretas. El primer pilar, el autoconocimiento emocional, consiste en identificar y entender los propios sentimientos, así como reconocer la influencia que ejercen sobre el comportamiento diario. Esta conciencia resulta esencial para evitar que estados anímicos extremos, como la euforia o la tristeza, condicionen la toma de decisiones. Retrasar una elección importante hasta recuperar la serenidad mental puede facilitar valoraciones más racionales y menos impulsivas, lo que contribuye a una gestión más equilibrada de la vida personal y profesional.
El autocontrol emocional es el segundo componente clave. Esta habilidad permite reflexionar antes de actuar y no dejarse arrastrar por las emociones del momento. Detectar si una emoción es pasajera o persistente, así como identificar qué aspectos de ella pueden aprovecharse o deben ser atenuados, resulta fundamental para evitar conductas impulsivas de las que uno podría arrepentirse. La gestión del foco de atención desempeña un papel relevante en este proceso, ya que ayuda a evitar que las emociones negativas dominen la conducta. Además, existe una relación estrecha entre el autocontrol y la capacidad verbal: quienes logran narrar sus emociones de manera adecuada suelen priorizar objetivos a largo plazo sobre impulsos inmediatos, lo que evidencia el solapamiento entre la inteligencia emocional y la verbal, según los análisis de pruebas psicométricas.
La automotivación constituye el tercer elemento destacado por Goleman. Orientar las emociones hacia metas concretas permite mantener la motivación y centrar la atención en los objetivos, en lugar de los obstáculos. El optimismo y la iniciativa resultan imprescindibles para actuar con perseverancia ante las dificultades. Esta capacidad facilita superar barreras basadas en la costumbre o el miedo infundado, y ayuda a resistir la tentación de sacrificar objetivos a largo plazo por gratificaciones inmediatas, incluso cuando los primeros resultan más beneficiosos.
El cuarto componente, el reconocimiento de emociones en los demás o empatía, es fundamental para establecer vínculos sólidos y duraderos. La interpretación adecuada de señales no verbales, como gestos o reacciones fisiológicas, permite comprender mejor a quienes nos rodean. Este reconocimiento constituye el primer paso para identificarse con los demás y desarrollar competencias sociales avanzadas. Las personas empáticas suelen destacar en habilidades relacionadas con la inteligencia emocional, lo que les facilita la interacción y la cooperación en distintos contextos.
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