
“Mi pareja está distanciada de su padre y a nadie le sorprende cuando lo cuenta. Pero cuando yo menciono que no tengo relación con mi madre, me siento juzgada por parte de los demás, que no comprenden cómo una hija puede cortar lazos con su madre”. Con esta reflexión, una lectora expone ante el medio especializado Psychology Today el peso del estigma social que recae sobre quienes deciden alejarse de sus madres, en contraste con la reacción habitual ante el distanciamiento paterno.
Según cuenta en ese medio la psicoterapeuta Kaytee Gillis, esta experiencia ilustra cómo la presión social y la vergüenza influyen en la disposición de las personas a hablar abiertamente sobre el distanciamiento familiar, especialmente cuando involucra a la figura materna.
Las investigaciones citadas por Psychology Today revelan que el distanciamiento de los padres o cuidadores masculinos es hasta cuatro veces más frecuente que el de las madres o cuidadoras femeninas. Estudios de la Universidad Estatal de Ohio confirman que los adultos tienen mayor probabilidad de cortar la relación con sus padres que con sus madres. Este patrón se acentúa en casos de abuso: lógicamente, quienes han sufrido maltrato son cuatro veces más proclives a distanciarse del progenitor masculino.
La raíz de esta diferencia se encuentra en los roles de género y las expectativas sociales. En contextos patriarcales o autoritarios, la figura paterna suele asociarse con el abuso de poder y el control. Aunque las madres también pueden ejercer conductas dañinas, la socialización y las normas culturales tienden a idealizarlas como cuidadoras principales, lo que otorga mayor tolerancia relacional hacia ellas, especialmente por parte de las hijas. Muchas hijas adultas mantienen el vínculo con sus madres por culpa u obligación, incluso cuando la relación resulta perjudicial para su bienestar.
“Cuando me fui, fue por ella”
No obstante, este patrón ha comenzado a cambiar. Brianna relata a Psychology Today su experiencia personal: “Mi padre hacía todo lo posible por calmar a mi madre, pero estaba limitado en lo que podía hacer. Ella tomaba las decisiones y decidía quién era castigado y cuándo. Cuando me fui, fue por ella”. Su testimonio evidencia que el distanciamiento materno, aunque menos común y más estigmatizado, también ocurre y responde a dinámicas familiares complejas.
La dificultad de los hombres para expresar emociones constituye otro factor relevante. A muchos se les enseña desde pequeños a reprimir sus sentimientos, lo que obstaculiza la reparación de vínculos rotos. Paul, de 50 años, comparte: “Crie a mi hijo como me criaron a mí. Y ahora sé que eso estuvo mal. Me gustaría poder decirle que lo siento y que no sabía hacerlo mejor. Pero no sé qué decir. Quizás haya pasado demasiado tiempo”. Su caso, recogido por Psychology Today, muestra cómo la incapacidad para abordar la vulnerabilidad emocional puede perpetuar el distanciamiento.
A pesar de la frecuencia del distanciamiento, los datos recogidos por Psychology Today indican que la mayoría de estas rupturas no son definitivas: el 81% de los distanciamientos madre-hijo y el 69% de los distanciamientos padre-hijo terminan resolviéndose. La decisión de cortar la relación, motivada por la salud mental o la seguridad, no implica necesariamente que la reconciliación sea deseable o posible en todos los casos.
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