
En 1989, el cine vivió uno de sus momentos más inolvidables gracias a Cuando Harry conoció a Sally, una comedia romántica que reformuló el género a partir de una premisa sencilla y provocadora: ¿pueden un hombre y una mujer ser solo amigos?
Dirigida por Rob Reiner y escrita por la aguda pluma de Nora Ephron, la cinta se convirtió en un éxito instantáneo de taquilla, crítica y memoria colectiva. Pero fue una escena en particular la que la inscribió en la historia del cine: el orgasmo fingido de Meg Ryan en medio de un restaurante neoyorquino.
Tres décadas y media después, la actriz —hoy con 63 años— recordó para Harper´s Bazaar la complejidad emocional y técnica detrás de esa escena que ha sido replicada, parodiada y homenajeada hasta el cansancio, y que aún hoy suscita reflexiones sobre la expresión femenina del deseo y el poder de una actuación sin red.
Una noche de hotel y el ensayo en solitario
En conversación con Bobby Wygant, Ryan explicó que pasó la noche previa al rodaje encerrada en su habitación de hotel, repasando mentalmente cada momento. “Estaba sentada pensando: ‘ahora viene el oh’, luego pasará esto, luego lo otro… Le di muchas vueltas”, confesó en Harper´s Bazaar.
Su preparación minuciosa no respondía solo a una exigencia profesional, sino al peso simbólico que la escena tenía para el desarrollo de su personaje: una mujer contenida que, en ese instante, libera una energía sexual inesperada frente a su interlocutor —interpretado por Billy Crystal— y a un restaurante lleno de clientes.
Para Ryan, esa “explosión de pasión” no era un simple gag, sino una revelación sobre quién era realmente Sally. “Fue difícil, pero era buena para ese personaje, pero sabia que tenia que hacerlo”, afirmó.
Rodaje con 150 testigos y un guion inflexible
Lejos de ser una secuencia improvisada, el guion de Ephron fue seguido con precisión quirúrgica. “Los diálogos eran del libreto original porque desde dirección eran muy firmes con eso”, aclaró la actriz. Sin embargo, el resto —gestualidad, ritmo, intensidad— quedó en manos de Ryan, quien se enfrentó no solo a la cámara, sino también a la mirada de más de 150 extras.

Como parte de la estrategia de producción, el sonido fue grabado por separado, lo cual permitía que los presentes pudieran reaccionar de manera espontánea. Un detalle técnico que amplificó la autenticidad de las respuestas: desde la estupefacción de Crystal hasta la mítica frase de una clienta al camarero: “Tomaré lo que ella está comiendo”.
Diana de Gales, Billy Crystal y una risa inolvidable
El impacto de la escena trascendió fronteras. En el estreno londinense de la película, una espectadora ilustre no pudo contenerse. “Ella se empezó a reír con un sonido increíblemente natural una y otra vez, sin poder respirar”, recordó Billy Crystal sobre la reacción de la princesa Diana durante su aparición en el programa The Graham Norton Show.

La impresión fue tal que el actor, en tono de broma, confesó que si hubieran estado en una cita, no habría habido una segunda. El comentario revela el tipo de reacciones que la escena generó entonces —y aún genera—: entre la risa nerviosa y la admiración genuina, entre la sorpresa y la empatía.
Entre la vergüenza familiar y la inmortalidad cultural
El paso del tiempo no ha aminorado la fama de aquella escena, y Meg Ryan lo sabe. En Harper´s Bazaar, relató con humor cómo sus propios hijos han enfrentado el peso cultural de su interpretación. “Mi hijo me llamó esta mañana desde un hotel en Nueva York, justo enfrente de Katz’s Deli. Me dijo: ‘¿Sabías que hay una flecha que apunta hacia la mesa donde hiciste esa escena?’”.

Su hija también participó de la llamada, mientras todos hablaban por altavoces. La frase que resonó en la conversación fue: “Mamá, esto es una absoluta vergüenza”.
Esa vergüenza compartida es, en realidad, otra forma de reconocimiento: la certeza de que una escena puede trascender lo cinematográfico para instalarse en la cultura popular como un punto de inflexión. En este caso, no solo para una película o una actriz, sino para todo un género.
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