En 1989, Cher lanzó uno de los sencillos más recordados de su carrera: If I Could Turn Back Time. Con un ritmo pegadizo y una interpretación intensa, la canción no tardó en conquistar las listas de éxitos.
La canción, parte del álbum Heart of Stone, fue recibida con entusiasmo por el público; sin embargo, fue su videoclip el que provocó una reacción polarizante y, en última instancia, una censura significativa, reporta la web Far Out.
El revuelo no surgió por su sonido ni por la letra, sino por el videoclip que acompañaba la canción, una pieza audiovisual que acabó siendo objeto de censura y de un debate cultural sobre moralidad, sexualidad y representación femenina en los medios.
El video fue filmado a bordo del USS Missouri, un buque de guerra estadounidense cargado de simbolismo nacional. En el rodaje, Cher aparece cantando para una audiencia de 200 marinos, vestida con un traje de baño negro de diseño revelador, confeccionado por Bob Mackie, su colaborador habitual.

El atuendo, que dejaba gran parte de su espalda y glúteos al descubierto, fue interpretado por muchos como una provocación innecesaria y altamente sexualizada, lo que llevó a su censura por parte de algunos canales y a un escándalo que alcanzó niveles institucionales.
La decisión de vestir de forma provocadora no fue accidental. Según relató la periodista Kelly Scanlon, el director del videoclip, Marty Callner, había alentado a la artista a optar por algo “escandaloso” desde el inicio.
La Marina, por su parte, no fue informada previamente sobre el vestuario ni sobre el enfoque visual que tendría el video. La sorpresa de los altos mandos fue inmediata al ver el resultado.
De hecho, algunos intentaron intervenir durante el rodaje, pero Callner se negó a hacer cambios y desvió cualquier queja a la propia cantante, quien no alteró su performance.
Una vez que el videoclip comenzó a emitirse, las consecuencias no tardaron en aparecer. La Marina se vio obligada a tomar distancia públicamente, al considerar que su imagen había sido comprometida.
Diversas figuras dentro del mundo militar y político denunciaron que el contenido atentaba contra la seriedad de la institución y lamentaron que se hubiera permitido filmar en un entorno oficial un video que, a su entender, rozaba con lo vulgar.

Por su parte, MTV, el canal por excelencia de la música en televisión en esa época, también fue blanco de críticas. Abbey Konowitch, vicepresidente del canal en aquel entonces, reconoció que el clip fue considerado “borderline” (al límite de lo aceptable) desde el inicio.
Aun así, decidieron emitirlo, aunque restringiendo su difusión al horario posterior a las 21 horas, una franja en la que tradicionalmente se toleraban contenidos más audaces.
No obstante, la medida no fue suficiente para aplacar las críticas. En varios estados de EE.UU., sectores conservadores organizaron campañas para eliminar MTV de las grillas de programación por haber emitido “contenido ofensivo e impropio”.
El debate que se generó alrededor del video puso sobre la mesa una discusión más amplia sobre los límites de la expresión artística, la censura en los medios y el doble rasero aplicado a artistas femeninas.
Mientras que para algunos sectores el video era un gesto deliberado de provocación y mal gusto, para otros representaba un acto de empoderamiento, de afirmación estética y de libertad expresiva.
A más de tres décadas del incidente, y en una industria musical que ha normalizado expresiones artísticas mucho más explícitas, el escándalo de Cher parece, en perspectiva, una reacción desproporcionada.

El uso del espacio militar como escenario artístico fue interpretado en su momento como una profanación simbólica, pero hoy se reinterpreta como una jugada audaz que subvirtió las jerarquías visuales y cuestionó el discurso patriótico desde una óptica estética y femenina.
Cher no pidió disculpas. Tampoco retrocedió. En lugar de eso, consolidó su imagen como una artista intransigente, dispuesta a desafiar los códigos establecidos incluso a costa de la controversia.
En cierto sentido, lo que se le reprochaba era precisamente lo que hoy se aplaude: su capacidad para utilizar el cuerpo como herramienta expresiva y política, para habitar espacios masculinizados y resignificarlos desde su perspectiva.
Al revisar hoy aquel episodio, queda claro que la censura no fue una cuestión de contenido, sino de incomodidad ante una figura femenina que no encajaba en los moldes.
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