
Desde hace más de siete décadas, el nombre de Marlon Brando ha sido sinónimo de revolución actoral. Su influencia sobre el cine estadounidense y su papel como pionero del método interpretativo transformaron para siempre la manera en que se concibe la actuación en pantalla.
Brando no sólo cambió la técnica: impuso un nuevo paradigma estético, emocional y cultural. Por eso, cuando una nueva figura ascendente muestra trazos de su intensidad o de su magnetismo inconfundible, el instinto crítico lleva a establecer comparaciones.

Pero esa misma costumbre se ha vuelto, con el tiempo, un lugar común cada vez menos riguroso. Cualquier intérprete con talento visceral y una mirada cargada de emoción corre el riesgo de ser nombrado heredero de Brando sin haber demostrado aún la profundidad de su obra. Como apunta Far Out, la etiqueta ha perdido precisión, al punto de ser aplicada con ligereza, y en algunos casos, con cierta nostalgia mal ubicada.
Un juicio autorizado: Pacino, testigo y protagonista
Sin embargo, cuando quien recurre a la comparación es Al Pacino, el análisis cambia de categoría. No se trata de un simple espectador o un crítico entusiasta, sino de alguien que compartió escena con Brando en El Padrino (1972), estudió su estilo y consolidó su carrera bajo su estela sin jamás imitarlo. Pacino pertenece al pequeño grupo de actores que fueron considerados los sucesores naturales de Brando en la generación posterior a su auge, junto con Robert De Niro, Jack Nicholson y Paul Newman. Este último, de hecho, detestaba la comparación; los demás, como Pacino y De Niro, compartían incluso la herencia ítaloamericana con su antecesor.

A lo largo de su carrera, Pacino no se ha mostrado propenso a halagos exagerados ni a adjetivos fáciles. Por eso, el recuerdo que compartió con The Smithsonian sobre la audición de Jessica Chastain para Wilde Salomé (2011), el docudrama que dirigió, tuvo una resonancia particular: “Entró y empezó a leer. Me volví hacia Robert Fox, el productor, y le dije: ‘¿Estás viendo lo mismo que yo? ¡Es una prodigio! ¡Estaba viendo a Marlon Brando!‘”, declaró.

Jessica Chastain: una irrupción tardía y contundente
La actriz que en ese momento apenas comenzaba su recorrido profesional sorprendió profundamente a Pacino. Chastain, que debutó en el cine a los 31 años con Jolene (2008), fue una revelación inesperada para quien ya había visto pasar a generaciones de intérpretes prometedores. Su formación en Juilliard, una de las escuelas de arte dramático más prestigiosas de Estados Unidos, ya le había granjeado una reputación entre colegas, pero fue esa prueba de casting la que, en palabras del propio Pacino, evidenció algo fuera de lo común.
Desde entonces, Chastain ha consolidado una carrera que combina versatilidad, profundidad emocional y compromiso con personajes complejos. Su trabajo en películas como Atormentado (2011), El árbol de la vida (2011), La noche más oscura (2012), Interestelar (2014), Apuesta maestra (2017) o El año más violento (2014) ha sido elogiado por la crítica internacional. A lo largo de poco más de una década, ha obtenido un Premio Óscar y un Globo de Oro, lo que confirma no sólo su talento sino su capacidad de mantenerse vigente en la cima de la industria.

El peso de una comparación incómoda
Naturalmente, no todos los sectores del público o la crítica reciben con agrado las comparaciones con Brando. Algunos puristas ven en ello una profanación, una frivolización del legado del actor que interpretó a Stanley Kowalski, a Vito Corleone, a Terry Malloy. Y, sin embargo, Far Out plantea con ironía una pregunta válida: “Ninguno de ellos es Al Pacino, así que ¿a quién le importa lo que piensen?”
La frase condensa una realidad irrefutable: no hay autoridad mayor que la de quienes conocieron a Brando en el terreno creativo. Si alguien con el recorrido, la exigencia y el criterio de Pacino encuentra ecos del joven Brando en Chastain, quizá sea momento de observar con mayor atención esa correspondencia. No para repetir fórmulas ni construir mitos vacíos, sino para reconocer la potencia que algunas actuaciones conservan incluso dentro de la saturada industria contemporánea.
Un prodigio en sus propios términos
Más allá de toda comparación, lo cierto es que Jessica Chastain ha sabido construir una identidad actoral singular. Su estilo no imita, sino que encarna; su técnica no busca impresionar, sino conmover. El reconocimiento de Pacino no debe leerse como una consagración derivada, sino como el reconocimiento genuino de un talento que se afirma por sus propios méritos.
Brando seguirá siendo Brando, inimitable y esencial. Pero el fuego creativo no se extingue: se transforma, se ramifica, se reencarna. Y cuando aparece en nuevas formas, capaces de conmover incluso a quienes ya lo han visto todo, vale la pena detenerse a mirar.
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