En 1975, Lou Reed sorprendió a la industria discográfica con una jugada que, según muchos, rozaba la autodestrucción: Metal Machine Music, un álbum doble de retroalimentación, ruidos y manipulación sónica que dejó perplejos a críticos, oyentes y ejecutivos.
Para algunos fue una burla cargada de metanfetamina dirigida a su sello RCA; para otros, un acto de vanguardia. Reed, sin embargo, lo definió con sencillez: “Lo hice para mí mismo y no iba a publicarlo. Pero se publicó porque era un verdadero disco de Lou Reed. Sin rodeos”.
La disonancia como punto de fuga
Como menciona UNCUT, a mediados de los años setenta, la carrera de Reed pendía de un hilo frágil. Berlin había sido calificado como un acto de sabotaje emocional, pero él había recuperado algo de tracción con el álbum en vivo Rock N Roll Animal y el más accesible Sally Can’t Dance.

Aun así, su impulso de ruptura era innegociable. “En cuanto pensabas que podías categorizar o entender a Lou, él cambiaba”, explica Lenny Kaye, guitarrista del Patti Smith Group. “Nunca dejaba de contradecirse de manera positiva”.
Ese impulso creativo se estrelló —o se liberó, según se mire— en Metal Machine Music, una obra sin productor externo, sin banda, sin estructura tradicional.
“Lou fue a la tienda, compró un par de grabadoras, se metió mucha speed y armó esta broma definitiva para RCA”, recordó Steve Katz, productor de su disco anterior. Y agregó, sin disimulo: “Como música, es ridículo. Fue una broma. Aún me resulta gracioso que Lou lo haya logrado”.

La crítica como espejo roto
La industria respondió con desconcierto. Una parte del público devolvió los discos, creyendo que se trataba de un defecto de fabricación. Y la crítica fue implacable: la revista Billboard publicó una reseña de una sola línea que Reed citaba con gusto sarcástico: “Pistas recomendadas: ninguna”.
El mito se consolidó tanto que llegó a instaurar la “cláusula Metal Machine Music” en algunos contratos discográficos, con la que las discográficas se blindaban contra obras que significaran rupturas radicales con el material anterior del artista.
Pero Metal Machine Music no emergió de un vacío. Desde sus días en Pickwick Records, Reed había entrelazado sonoridades abrasivas con pop suave. John Cale, su compañero en The Velvet Underground, aportó la influencia del minimalismo de La Monte Young.
El caos estructurado del álbum se emparentaba con las búsquedas sonoras de Steve Reich o Philip Glass. Como apuntó Kaye: “Este fue un período fértil, con gente empujando límites antes inviolables”.
El ruido que venía de antes
Una revisión de su archivo personal confirmó que la vena experimental de Reed era más antigua de lo que muchos pensaban. Don Fleming y Jason Stern encontraron grabaciones en las que John Cale, en una cinta temprana de la Velvet, hacía “básicamente Metal Machine Music con una viola y un amplificador con trémolo”.
Además, descubrieron un misterioso proyecto llamado Electric Rock Symphony, que data de mediados de los años sesenta y que Reed había descrito en una entrevista como la obra de “un compositor checo ficticio”, destinada a un sello clásico.

El propio Reed pareció confirmar ese origen encubierto: “Normalmente habría leído eso y me habría reído, pero lo ubicaba exactamente ocho o nueve años antes de Metal Machine Music”, relató Stern.
Escuchar para sobrevivir
Cuando el músico Elliott Murphy visitó a Reed en su departamento para entrevistarlo para Circus Magazine, la escena era tan bizarra como reveladora: el músico, con el pelo platinado, escuchando junto a su pareja Rachel tres lados del álbum, comiendo helado Häagen-Dazs de café, rodeado de plantas plásticas y cascos de motocicleta. “Lou lo consideraba una dosis importante”, escribió Murphy. “Y yo también”.
Para Murphy, el disco fue un acto de renuncia: “Era la manera de Lou de lanzar sus joyas al East River”. Aunque pensaba que Reed terminaría moldeando ese material en canciones, eso nunca ocurrió.
“Esto no es un engaño”
Con el tiempo, Reed adoptó un tono desafiante. En una entrevista con Lenny Kaye para Hit Parader en 1976, dijo sin ambigüedades: “Amo ese álbum… Es de lo más divertido… y además es realmente bueno”. Y sentenció con brutalidad típica: “¿Te gustó Rock N Roll Animal? Ok, idiota, ahora vas a tener heavy metal de verdad”.
Pero el trasfondo era más personal. Ulrich Krieger, saxofonista que luego trabajaría con Reed, recordaba que “él estaba todavía muy herido por el rechazo” del álbum.
Fue Krieger quien, junto con Zeitkratzer, lideró una reinterpretación orquestal en 2002. Reed quedó fascinado al descubrir lo que llamaba “melodías disfrazadas”: estructuras enterradas en el ruido, apenas perceptibles, que finalmente se transcribieron e integraron a la partitura.
Metal Machine: el regreso
Ya en 2008, Reed formó el Metal Machine Trio, con Sarth Calhoun y Krieger. Tocaban música improvisada basada en el álbum, abriendo los conciertos con una masa de feedback producida por su técnico Stewart Hurwood. Sarth recuerda: “Lou pensaba que esto era hermoso. No lo veía como un insulto... sino como una forma de traer belleza al mundo”.
En 2010, Reed reeditó Metal Machine Music con una versión para audiófilos. El ingeniero Scott Hull dijo que fue como “revelar otro nivel de locura”. Reed lo vinculaba con el tai chi, con la meditación: “Escuchar el disco de principio a fin te desorienta, te cambia”, dijo Hull.
El arte de desobedecer
“Lou siempre reaccionaba contra lo que había hecho antes”, señaló Lenny Kaye. “Metal Machine Music no es tan chocante. De hecho, en cierto modo, es agradable de escuchar”. Para él, la clave está en el título, engañoso: “No fue hecho por máquinas. Fue hecho por la máquina humana que era Lou. Él orquestaba los tonos y las retroalimentaciones”.
Reed volvió incluso a su etapa Velvet al disolver la banda de Rock N Roll Animal y volver a tocar con Doug Yule, devolviéndole a sus conciertos un sonido más íntimo. Tal vez, como sugiere Fleming, Metal Machine Music fue su forma de decir: “Esto es lo que hacía antes. Quiero hacerlo otra vez”.
Hoy, Metal Machine Music es visto menos como un desvarío y más como un manifiesto. Una pieza radical, sí, pero sincera. Su autor lo dejó claro: “Lo que la gente no entiende es que esto no es un engaño”.
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