
El mundo se define en gran parte por los colores. Las tonalidades azuladas del mar o los verdes vibrantes de las plantas forman parte de la experiencia sensorial cotidiana.
Sin embargo, existen formas de luz que el ojo humano no es capaz de percibir. Estos colores “invisibles” no representan un fallo visual, sino una característica biológica: simplemente están más allá del espectro de visión humano.
Tanto la luz ultravioleta (UV) como la luz infrarroja (IR) no son visibles para el ser humano, aunque forman parte del espectro electromagnético.
Estas longitudes de onda, más cortas o más largas que las detectadas por la retina humana, pueden ser percibidas por otros seres vivos, que las utilizan para tareas cotidianas esenciales como encontrar alimento o cazar en la oscuridad.
Un mundo invisible a los ojos del ser humano
El ojo humano capta únicamente un rango limitado del espectro electromagnético, comprendido entre aproximadamente los 380 y 750 nanómetros. Por debajo de ese umbral se encuentra la luz ultravioleta, y por encima, la infrarroja.
Estas formas de luz no pueden ser procesadas por la retina humana debido a las propiedades físicas de los fotorreceptores, pero no por eso dejan de tener presencia o impacto en el entorno.
Algunas especies animales desarrollaron la capacidad de captar estas longitudes de onda como una adaptación evolutiva. Mientras para los humanos resultan invisibles, para ciertos animales representan herramientas visuales fundamentales.
Luz ultravioleta: una guía para los insectos
La luz ultravioleta tiene una longitud de onda más corta que la del violeta, el color más extremo en el espectro visible humano. Esta forma de radiación, aunque imperceptible, está presente en el entorno y tiene efectos evidentes como las quemaduras solares.
Insectos como las abejas aprovechan el ultravioleta para localizar flores con mayor precisión. Varias especies vegetales presentan patrones en sus pétalos que brillan intensamente bajo esta radiación. Estos dibujos actúan como señales que indican dónde se encuentra el néctar.
En el caso de las mariposas, el uso de esta luz les permite distinguir entre flores que a simple vista parecen idénticas. A través de los patrones ultravioletas, logran identificar cuáles son más nutritivas, lo que optimiza su búsqueda de alimento.

Infrarrojo: el lenguaje térmico de las serpientes
En el extremo opuesto del espectro visible se encuentra la luz infrarroja, con una longitud de onda mayor que el rojo. Aunque las personas no pueden verla, sí pueden sentirla como calor, como ocurre al acercarse a una fogata.
Determinadas especies, como las serpientes, desarrollaron sensores térmicos capaces de detectar esta radiación. Pitones y serpientes de cascabel utilizan esta capacidad para identificar a sus presas en completa oscuridad, basándose únicamente en el calor corporal que emiten. Este sistema de detección resulta clave en su estrategia de caza.

Algo similar ocurre con ciertos murciélagos vampiros, que se valen de la visión infrarroja para localizar las zonas más cálidas en la piel de sus presas antes de alimentarse. Este tipo de percepción permite un contacto más eficaz y preciso.
Instrumentos humanos para ver lo invisible
A pesar de las limitaciones naturales de la vista humana, la tecnología permitió acceder a información visual fuera del espectro visible.
Dispositivos como las cámaras infrarrojas o los filtros ultravioleta ofrecen la posibilidad de “ver” longitudes de onda invisibles, tanto en contextos científicos como en aplicaciones cotidianas.
Estos avances se utilizan en disciplinas como la astronomía, la biología o la seguridad, ampliando las capacidades perceptivas más allá de los límites físicos.
El físico e investigador Javier Mariño Villadamigo explicó que se cuenta con “instrumentos como el telescopio de Fermi, que nos permite observar la luz que emite el cosmos en una longitud de onda tan pequeña como 0.01 nm, donde vemos rayos gamma superenergéticos”.
Además agregó: “Por otro lado tenemos el telescopio Very Large Array, que ‘ve’ en una longitud de onda de hasta kilómetros, captando polvo interestelar y gas”.
La incorporación de estas herramientas proporcionó una nueva dimensión para la observación científica, permitiendo registrar fenómenos naturales que anteriormente permanecían ocultos a la vista humana.
Con ello, se amplía el conocimiento sobre el entorno y sobre las distintas formas en que otras especies interactúan con él.
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