Darío Sztajnszrajber sobre la finitud, el deseo y el amor: cómo usar la filosofía para vivir mejor

En La Fórmula Podcast, el filósofo reflexionó sobre cómo los cambios tecnológicos aceleran nuestras formas de vincularnos y defendió la importancia de frenar para pensar más allá de los mandatos. Planteó que la filosofía permite cuestionar lo que damos por obvio y descubrir zonas dormidas de la propia existencia. Además, habló del desafío de encontrar sentido en un presente cada vez más rápido

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La fórmula - Darío Sztajnszrajber - CREER EN EL AMOR

En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, el filósofo y divulgador Darío Sztajnszrajber exploró cómo los vínculos —con las parejas, los hijos e incluso con los muertos— revelan una dimensión del tiempo que la vida contemporánea tiende a invisibilizar. También reflexionó sobre el poder liberador de asumir la finitud, del impacto del aburrimiento como instancia de autoconocimiento y de la importancia de rascar donde “no pica” para despertar zonas adormecidas de la experiencia humana.

Además, se metió en el corazón del amor, sostuvo que las formas instituidas suelen quedarnos chicas y defendió la necesidad de desarmar lo aprendido para habilitar vínculos más auténticos. Compartió cómo su propia búsqueda filosófica nació en la infancia y explicó por qué la filosofía sigue siendo una práctica vital para interrumpir el automatismo productivo y recuperar otra manera de estar en el mundo. El episodio completo podés escucharlo en Spotify y YouTube.

Darío es filósofo, ensayista, docente y divulgador argentino, reconocido por acercar la filosofía al público general. Es licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y ha enseñado en todos los niveles educativos, además de dictar clases en instituciones como FLACSO y el CBC de la UBA. En televisión conduce el programa Mentira la verdad (Canal Encuentro) y ha participado en diversos ciclos educativos. En radio lideró espacios como Demasiado humano (Futurock) y Lo intempestivo (Nacional Rock). Es autor de libros de divulgación filosófica —entre ellos ¿Para qué sirve la filosofía?, Filosofía en 11 frases y Filosofía a martillazos— y fue distinguido con el Premio Konex 2017 en la categoría Divulgación.

Darío Sztajnszrajber abordó en La
Darío Sztajnszrajber abordó en La Fórmula Podcast cómo la conciencia de la finitud permite llegar a reflexiones positivas sobre el bienestar (Imagen Ilustrativa Infobae)

—Quiero empezar preguntándote qué te interesa pensar hoy. ¿A qué temas les das vueltas?

— Hoy vengo de terapia, en realidad y estoy con el tema de siempre que son los vínculos. Pero si querés lo abro a una cosa más contemporánea, también es interesante cómo pensarse vincularmente hoy en relación a la pareja, a los hijos, a los muertos, que es un vínculo que por ahí trabajamos poco, pero de alguna manera nuestros muertos nos siguen mandando mensajes. Fuera de toda superstición hay una elaboración permanente de la presencia de gente que está en otro modo de la presencia. Algún filósofo lo llama un excedente de existencia el que tienen nuestros muertos, que nos siguen condicionando, seguimos dialogando. Todo eso en una terapia está presente. Si lo llevás al presente ontológico, temporal, epocal, es interesante cómo se van reconfigurando ciertos lugares que durante muchos siglos estaban muy claros, evidentes y concisos cuál era su lugar. Por ejemplo, mi vieja, que murió hace cuatro años, su Facebook sigue vigente. Una boludez, pero es un dato de época. Yo cuando la extraño entro a su Facebook y el Facebook está vivo, porque hay gente que le escribe. Leí un mensaje de alguien que le decía: “Feliz, hace mucho que no sé de vos”.

Lleva cuatro años muerta, pero alguien que ni se enteró. Y está esa presencia virtual, con la que nos estamos topando de manera inédita. La aceleración de los cambios tecnológicos genera un acomodamiento que va más lento. Hay una frase muy famosa en filosofía de Hegel: “La filosofía siempre llega tarde”. Tarde porque hay una materialidad que va más rápido. Marx cuando explica los grandes cambios sociales, primero son tecnológicos, primero se dan en el mundo del trabajo y después se acomoda la sociedad a esos cambios. Hoy esas transformaciones tecnológicas, materiales, productivas, son de un frenesí que cuando uno levanta la cabeza y dice: “Quiero pensar lo que está pasando”, ya pasó la época, pasó la moda, pasó el tiempo, porque el pensamiento humano, en esa transformación incesante de todo, porque pensar también es algo que se fue modificando.

Pero el pensamiento existencial, el pensamiento filosófico, es un pensamiento de la demora. Tiene otros tiempos. No podés pensar en ese ida y vuelta que te propone la filosofía, los pensamientos existenciales con el tiempo que te demanda Twitter, por ejemplo. Como síntoma. Twitter, no por ensañarme con una red social en particular, hay un tiempo acelerado y el tiempo de la filosofía, que todavía está, porque nuestra mente es todas esas cosas. Hay una parte nuestra que está acelerada y otra parte que busca aposentarse más en esa demora que implica también lo que es un pensamiento crítico. Lo que más me interesa del pensamiento crítico es el modo en que propone una experiencia del tiempo distinta. Es un detenerse. Hoy detenerse es casi revolucionario porque todo te implica una especie de velocidad, y cuando uno para la máquina, pone el freno. Tales de Mileto, el primer filósofo según Aristóteles, hay una anécdota que cuenta Platón en Teeteto: están Sócrates y sus discípulos discutiendo sobre el conocimiento y en un momento Sócrates dice que Tales de Mileto, cuando descubre la filosofía, se la pasaba levantando la cabeza y mirando para arriba, porque todo lo que existía a su alrededor le generaba asombro y ganas de pensarlo desde otra perspectiva. Entonces andaba medio alelado, medio colgado, esa idea del que hace filosofía, mirando demasiado por arriba y se caía en todos los pozos.

Hay una criada que lo ve y se le ríe. El planteo es que tal vez por mirar demasiado para arriba, colgarse o ir a pensamientos más existenciales, más desde la demora, no resolvés lo más inmediato, lo más urgente, que es no caerte en los pozos o lo que se nos dice que es lo más urgente. Yo trabajo este relato, por ejemplo, en temas vinculares. ¿Qué es una pareja, un matrimonio? ¿Es una institución que se la pasa levantando la cabeza o tapando pozos? Tenés matrimonios excelentes en resolver problemas cotidianos, alumnos que son rendidores en los exámenes. Estamos todo el tiempo frente a esos pozos que se nos presentan encontrando maneras de sobrellevarlos. Ahora, otra cosa es levantar la cabeza. Otra cosa es entender el origen de los pozos. El problema, para mí, es por qué hay pozos, no cómo taparlos. Si te la pasás tapándolos, no te das cuenta por qué. La pregunta por el porqué, la pregunta por el fundamento no está a la vista.

La fórmula - Darío Sztajnszrajber - MI PRIMERA PREGUNTA EXISTENCIAL FUE A LOS 6 AÑOS

—En el caso de, por ejemplo, un matrimonio, ¿qué sería mirar para arriba?

—Pienso con vos y digo no dejarse sobrellevar prescriptivamente por mandatos preimpuestos y apostar a que el amor es mucho más de lo que se nos dice y se nos disciplina sobre lo que tiene que ser. Tener esa osadía, aunque todo el mundo te empuje para que sigas en la cadena de montaje del amor. Parecería que amamos del mismo modo por una disposición general. Uno nace en un contexto. Obviamente hay mucho movimiento, anarquía también, mucha transformación, pero hay una forma del amor prescriptiva, normativa, con mandatos e idealizaciones fuertes. Entonces, levantar la cabeza es tratar de ir más allá del límite. El límite es esa prescripción. Y ese levantar la cabeza no es que surge de la nada o te obligas, hay un aspecto tuyo que se siente encorsetado, que los mandatos no los sentís propios. Ese levantar la cabeza es animarse a otra cosa. Esa otra cosa, desde el sentido común, se asocia al bardo y no. Tal vez es todo lo contrario.

Tal vez es quedarte solo, pensarte afectivamente desde otro lugar. Cuando uno confronta el sentido común, como hace generalmente la filosofía, el sentido común es disciplinante y te pone rápidamente en el lugar de lo promiscuo, de lo disruptivo, de lo inestable, cuando muchas veces esa antinomia es más de lo mismo. A mí me interesa que la filosofía al levantar la cabeza busca salirse de esos lugares comunes en los que también estamos. El sentido común me parece importante, lo negativo es que nos totalice. Poder salirnos porque son esquemas inauténticos. La diferencia uno la puede hacer si desde esa inautenticidad busca algo distinto. Cuando levantás la cabeza, te caés. Nos hicieron creer que nacimos para tapar pozos. ¿Qué es un matrimonio feliz? Podríamos pensarlo así: un matrimonio que tapa los pozos, que tiene un hogar con la cantidad esperable de hijos; la idealización.

Cuando uno levanta la cabeza, tal vez es la única manera, aunque te golpees mucho, de ver el origen de los pozos. Porque la pregunta de fondo es por qué hay pozos. Si te dedicás solo a taparlos, desconocés el origen. Preguntar por el fundamento no nos resulta natural. Agamben, filósofo italiano muy polémico, tiene un texto que se llama ¿Qué es lo contemporáneo? Dice que pensar el presente no es solo ver lo que se muestra como presente. Para Agamben, la actualidad es una construcción. Lo que terminamos viendo como actualidad es lo que está iluminado. Si hay luz, hay sombras. El presente verdadero incluye también esas sombras. ¿Cómo hacés para ver esos bordes? Porque cuando los ves, te caés en los pozos. Hay algo de la filosofía que va por ese lado. La filosofía que a mí me gusta, pero hay un montón de maneras de hacer filosofía. La de Nietzsche, la de Derrida, son filosofías de la sospecha, que intentan ver lo que no se ve por demasiada luz. Y eso es levantar la cabeza. Hay un pensador, Richard Rorty, tiene un texto hermoso donde discute justamente la “inutilidad” de la filosofía y se pelea con una frase que dice que la filosofía se rasca donde no pica.

Para el filósofo, es fundamental
Para el filósofo, es fundamental repensar los vínculos, pues revelan una dimensión de la vida que se suele invisibilizar (Imagen ilustrativa Infobae)

—Me encanta esa frase porque creo que a veces rascar donde no pica ayuda a descubrir cosas que disfruto, nuevos intereses, nuevas maneras de pensarme. Para mí es estar en modo exploración y mucho más abierto.

—Es levantar la cabeza en el ejemplo que damos de Tales. Lo regulado es que no te caigas en un pozo. Si me pica el codo, me rasco el codo. Es hasta una conclusión más que obvia. Me pica el codo, ergo me rasco el codo. No me pica la cabeza, ¿para qué me voy a rascar la cabeza? Cuando te empezás a rascar la cabeza, aunque no te pica, descubrís un montón de cosas. Yo cuando trabajo esta frase, en general, los estudiantes te empiezan a decir... porque les pregunto: “¿Qué genera?”. Placer. De repente te das cuenta de que el rascado habilita zonas de placer que uno no, no tenía, ¿no? Bienestar, un bienestar más hedonista, como que le escapa a las formas del placer instituido. Yo creo que todo pica. ¿Cómo no va a picar si nacemos para morir? Si se nos mueren, digamos, todo el mundo, si la mitad del mundo se muere de hambre, si pasan cosas todo el tiempo, ¿cómo no va a picar? Uno está con la picazón en la superficie todo el tiempo.

¿No será que tenemos la mitad del cuerpo anestesiado? Porque ahí es distinto y creemos que hay una parte del cuerpo que no pica. Y cuando te rascás donde no pica, ¿no te está sacando esa anestesia? De repente, empezás como a revelar zonas que las tenías dormidas, porque la anestesia hace eso. Digo, pensar que no pica... O sea, somos finitos, nacemos para morir y es muy de la filosofía la conciencia de finitud, cuando vos pensas muy a fondo esas ideas y te das cuenta de que en el fondo no hay fondo, la angustia existencial que te embarga, es tremenda y es disparadora de la filosofía.

La fórmula - Darío Sztajnszrajber - YO SOY UN CAMPO DE BATALLA

—También creo que es liberadora. Te escuchaba decir que si uno una vez por semana se acuerda de que se va a morir, eso te hace más libre.

—Creo que sí, aunque hay gente a la que por ahí le hace mal. En este rascarse donde no pica, vislumbrás esas zonas dormidas. Claramente somos mortales y pasamos la vida negándolo porque nos da miedo, nos angustia. Pero nos disciplina y el disciplinamiento lo pienso como algo más estructural. Si pensás una vez por semana en la muerte, antes que nada, te volvés más improductivo porque decís: “Quiero pensar mi tiempo de otra manera”. Y por ahí en vez de venir a hacer esta entrevista, te vas a caminar. Pensar la finitud no te detiene, pero la idea de realización viene de hacer algo con la existencia. El deseo se enmarca o entra en tensión con el deseo prescriptivo. Ojalá todo el mundo pudiera hacer coincidir lo profesional y lo vocacional, pero en la sociedad en la que vivimos la mayoría trabaja para sobrevivir.

Lo productivo tiene que ver con anteponer la idea del aprovechamiento del tiempo, de la ganancia, al deseo. Cuando conecto con la finitud, trato de escaparle a los condicionamientos. Por ejemplo, mi perra. Hay un tiempo que digo: “Estoy sacando a la perra a pasear y no me detengo”. O las lecturas. Como “trabajo de esto”, todas mis lecturas tienen que ver con lo que trabajo. Tengo un montón de lecturas que me encantaría encarar, pero no “porque son por placer”. Cuando tengo esa conciencia, paro todo, agarro el libro.... Es como el domingo, te dura un rato. ¿Por qué el domingo es un día en el que te angustiás? Porque te das cuenta que pasaste toda la semana enajenado y el domingo que interrumpiste. De nuevo, volvamos al tema del tiempo. El domingo es un día más lento.

Y entonces conectás con otra cosa y por ese exceso, podemos decir, de lucidez, te angustiás porque la angustia es absolutamente liberadora porque te muestra que hay una realidad u otra en la que no estás. Porque se te va la semana en mandatos, imposiciones, frente a las cuales uno trata de moverse. Pero bueno, hasta ahí. Entonces me parece que eso ayuda mucho. Acá la filosofía es una manera de cultivar cierta idea de bienestar. Tiene algo terapéutico también. Te decía antes, hay un montón de maneras de hacer filosofía, pero me parece que sí apunta a una forma de recuperar un estar en el mundo distinto, ¿no? Hay un intento. ¿Para qué, para qué uno le da lugar al pensamiento filosófico? Uno puede no darle lugar. Yo me dedico a la divulgación, pero creo que cualquier persona, en cualquier momento del día, con la educación que haya tenido, es asaltada, como diría Nietzsche, por pensamientos existenciales. El tema es qué hacés con eso. ¿Te hacés el boludo? ¿Te obsesionás? ¿Lo convertís en un escrito?

—¿Y qué pasa con el aburrimiento?

—Revela tu parte humana no domesticada. Heidegger tiene una lectura de cierto recupero de un aburrimiento esencial frente a una sociedad que, fijate en esa época, estamos hablando de 70 años atrás, él ya habla del aburrimiento y el pasatiempo. ¿Qué es el pasatiempo? Es que pasa el tiempo, porque el aburrimiento te hace chocar contra esa experiencia del tiempo que se vuelve insoportable. Hoy el pasatiempo es el scrolleo, con la mano, el cuerpo puesto en la pantalla a mirar rápidamente escenas que, de algún modo, inhiben ese pensamiento, ese conócete a ti mismo, el viejo emblema del Oráculo de Delfos. Cuanto más te conocés a vos misma, más te das cuenta que en el fondo de tu ser hay un pozo, ¿viste? Y que estás todo el tiempo en ese pozo tratando de, no sé, de escapar.

En el episodio, Sztajnszrajber profundizó
En el episodio, Sztajnszrajber profundizó sobre la importancia de desafiar los formatos instituidos del amor y habilitar espacios para relaciones más auténticas (Imagen ilustrativa Infobae)

—Hay un tuit tuyo muy antiguo que creo que se mantiene, dice: “No sé si tomar mate, abrirme un vino, desollarme vivo o dedicarme a contar los segundos que faltan para que pase algo que no sé qué es, pero que debería pasar para que la cosa no sea tan cosa y el tiempo no sea tan tiempo”. Me pareció fantástico.

—Y es un poco lo que me inspira a mí esas ideas a hacer esta filosofía que yo hago, es un poco por ahí. Hay una búsqueda. A mí me encantaría creer más de lo que creo. Me encantaría, en el doble sentido del término encantar, ¿no? Porque también sé que es un encantamiento, pero me encantaría querer más. No puedo. Hay otra fuerza que me asalta y que me dice: “Te están cagando acá” o “no es cierto”, ¿viste? No soy un nihilista, que voy a favor de encontrarle siempre la vuelta a algo y desarmarlo. A mí lo que me interesa es desarmar lo instituido porque creo que hay algo más que nos es vedado, a lo que no podemos llegar, ¿no? Mi último libro se llama El amor es imposible.

Recibí un montón de críticas por el título, increíble, porque después nadie lee el libro. “¡No crees en el amor!”, me decían. El libro es exactamente todo lo contrario, digamos. Creo tanto en el amor que creo que las formas instituidas del amor le quedan chica y que nos hacen creer que amar son la tres cosas que aprendimos de chicos viendo a nuestros padres o viendo la tele, yo qué sé por dónde pasa el amor... Entonces digo, desarmemos, deconstruyamos esos formatos del amor impuestos, ¿para qué? Para que podamos darle lugar a un amor mucho más impactante, intenso, que lo tenemos vedado, que no nos llega y no nos llega por eso. Yo pienso eso en general de las cosas, ¿viste? De ahí el tuit...

—Y en esto que me decís de “busquemos otra alternativa”, ¿sentís que encontraste la tuya, la que te funciona a vos? ¿Qué cosas de lo instituido sentís que tuviste que desarmar para darle lugar a lo que a vos te resulta mejor?

—No, yo no siento que haya encontrado. Siento que sigo buscando. Creo que la clave es la búsqueda y que esa búsqueda comienza por el desarme. No es que buscás desarmando. Nietzsche decía: “Se hace filosofía con el martillo”. Primero desarreglás. A veces pegás un golpe porque hay algo macizo impuesto que tenés que como, eh, macizo, que tenés como que desarmar. Una vez que desarmás la búsqueda empieza en ese desarme. O sea, aquello a lo que aspiro todavía no sé lo que es. Esa es la incertidumbre última que me, me erotiza en todo lo que hago. Digamos, voy en busca de algo que no sé qué es y que tal vez nunca lo sabré. Pero sí sé que esto que condiciona mi existencia en el día a día me, me hace ruido. Yo me acuerdo la primera pregunta existencial que me hice, fue a los 5 o 6 años, tengo aparte el recuerdo de ese momento en el patio de la escuela, en Villa Crespo. Fue la pregunta por el tiempo.

Me acuerdo que estaban los chicos jugando en el recreo. Yo estaba sentadito en un banco y tuve como una especie de epifanía. Re pendejo, pero la acuerdo porque recuerdo la sensación de angustia. Me puse a llorar. Porque fue darme cuenta que el tiempo pasaba, nada, punto. Fue como la desesperación de quién me explica esto, cómo se detiene el tiempo. Y no había manera de que nadie te explique. Porque esa pregunta existencial, con su angustia correspondiente, lo que nos revela es que hay un montón de grandes cuestiones que no tienen respuesta. ¿Cuál es la misión de Sócrates, el primer pensador importante? Vos lees la apología de Sócrates de Platón, que es su defensa frente al tribunal que lo acusa y Sócrates decía: “Si hay una verdad, de las grandes, no está en este mundo, con lo cual, mi único propósito es pelearme contra todos aquellos que creen que son los dueños de la verdad”. Y ese es el lugar que el lega a la filosofía. Lo matan, ¿no? También sepamos cómo terminó. Pero esa claridad para mi tiñe una forma de práctica filosófica.

El pensador resaltó que detenerse
El pensador resaltó que detenerse y demorarse constituye un modo de resistencia frente a la velocidad de la vida productiva actual - (Imagen Ilustrativa Infobae)

—Hay una metáfora que piensa el propósito como una sombra: caminás hacia ella, siempre se adelanta y nunca la alcanzás, pero igual te guía. Escucho a mucha gente que busca bienestar y todos coinciden en que el propósito es central. Yo creo que uno lo inventa, le da sentido. Y ahí aparece la disyuntiva: para pasarla bien en esta vida, a veces hay que autoengañarse un poco. Tal vez la felicidad esté justamente en poder entrar en ese pequeño engaño. ¿Qué pensas?

—Tremendo. Primero, con la metáfora del caminante y su sombra, un gran texto de Nietzsche. Con esa metáfora, la sombra que te antecede y a la que te dirigís, si hay sombra es porque claramente hay una iluminación, donde vos vas caminando con tu sombra adelante porque hay un sol, un farol, algo que provoca esa sombra. Entonces, ahí lo que yo digo es: es como el pozo de Tales que hablamos antes. Uno está más preocupado en alcanzar la sombra cuando en realidad lo interesante es entender quién ilumina y quién es el que está produciendo este efecto de la sombra. Entonces, ¿qué tenés que hacer? Como se dice en el fútbol: pisar la pelota, levantar la cabeza. ¿Quién es el jugador determinante, el que te cambia la perspectiva? Yo soy de Estudiantes de La Plata, el jugador histórico era Juan Sebastián Verón, que lo amo.

¿Qué hacía el tipo? Pisaba la pelota, levantaba la cabeza, todos corriendo allá, el tipo hacía tuc, te tiraba la pelota para el otro lado y generaba una diferencia. ¿Por qué? Porque detenía algo de esa locura y generaba esa distorsión. Hay algo de esa discontinuidad de un mundo que te lleva para un lado. Entonces, ¿quién va a mirar al sol que genera la sombra cuando estás con los ojos direccionados hacia la sombra? Pero la pregunta es: ¿qué es ese sol? Que es el que genera esta apariencia, esta situación. El tema del autoengaño es un tema muy interesante, muy interesante, más en tiempos de fake news, de posverdad, que ya pasó de moda, ¿viste? Una persona que se autoengaña, en el fondo, y no se da cuenta que se está autoengañando, es una persona que no se autoengaña, porque la clave del autoengaño es ser consciente de que te estás autoengañando. Ahora, si sos consciente de que te estás autoengañando, nunca te terminás de autoengañar. Esa es la gran paradoja. El que se autoengaña cree en eso como una verdad, no como un autoengaño. Y el que es consciente del autoengaño nunca termina de autoengañarse. Entonces, está bueno el tema porque nos coloca en esa circularidad muy propia de este nacer para morir...

Yo creo que la mentira es un temazo. Que no es la falsedad. No es lo mismo. Son dos cosas distintas. Hay un textito hermoso de Jacques Derrida que se llama Historia de la mentira. Y es una conferencia que se hizo texto. La dio en una especie de gira por Sudamérica, donde plantea esa diferencia. El mentir es algo que tiene que ver con la intención, es algo más del plano de la ética, por disciplinarlo, que del plano de la teoría o de la información. Porque el que miente sabe la verdad, pero decide no decirla. Esa decisión tiene que ver con la voluntad y la voluntad es inescrutable. Vos me podés estar mintiendo, yo no sé, nunca voy a saber si me mentís o no y si te engancho mintiéndome, vos me vas a decir: “Me equivoqué” o “No sabía”. Es imposible saber. En realidad, lo opuesto a la mentira, dice Derrida, no es la verdad, sino el ser veraz, o sea, “quiero decir la verdad, no quiero decir la verdad”. Sin embargo, nosotros oponemos verdad y mentira. Por eso duele la mentira, porque es más de un plano de, del engaño. Te podés equivocar, manejar falsedades, pero el mentirse a uno mismo ¿por qué? Porque la pregunta, ¿cuál sería? ¿Qué es ser uno mismo? Y ahí yo suscribo con Nietzsche, cuando a Nietzsche le preguntan: “¿Quién eres tú?”, él dice: “Yo soy un campo de batalla”.

Sztajnszrajber recuperó el valor de
Sztajnszrajber recuperó el valor de “rascar donde no pica” como forma de despertar zonas adormecidas de la experiencia humana (Imagen Ilustrativa Infobae)

—¿Qué significa eso?

—Que somos muchos y en pugna entre sí. Vas a ser en algún momento o no, donde tenés ese contraste. Yo que padre e hijo, campo de batalla, porque tengo muy claro lo que siempre quise no ser con respecto a mis padres y tengo muy claro cómo quiero relacionarme con mis hijos y me doy cuenta que hay una serie de contradicciones. Ni te cuento en lo político, ni te cuento en el amor. Campo de batalla significa que uno no es uno de manera uniforme, sino que tenemos un montón de retazos, de fragmentos que van ahí pululando entre sí. A veces como que se impone más uno que otro, pero es entendernos más una multiplicidad de otredades, donde siempre hay una como que toma el mando en un momento. Pero es no terminar de creer que somos eso, porque todo lo otro también nos constituye. En el mentirse a uno mismo me parece que se juega un poco de eso. En el amor es muy obvio. Hay muchas partes tuyas que elige estar con alguien y hay muchas otras partes que saldría corriendo del otro y, sin embargo, las dejás pasar, negociás, potenciás más una que otra. En la política, ni hablar. Salvo aquellos que están cien por ciento seguros de un candidato, de una idea, de un partido, siempre uno dice: “Por todos estos motivos sí, por todos estos no” y tomás decisiones.

—Darío, te voy a hacer la última pregunta que le hago a todos los invitados y es que nos dejes algo para compartir que en el último tiempo te conmovió, te sorprendió, te dejó pensando. Puede ser una anécdota, una recomendación, un libro, una frase, lo que te parece valioso para compartir.

—Hay una frase de Nietzsche que dice: “Solo puedo creer en un Dios que sepa bailar”. Yo empecé el año pasado danza contemporánea, que es algo que en mi vida me hubiera imaginado que iba a hacer. Me cambió, pero el clima interior en todo, en animarte a algo, en estar ahí moviéndome, en bailar, en la vergüenza, en la conexión con el cuerpo, los compañeros, todo, ¿viste? Estas cosas que en la vida uno piensa que hay como ya formatos de los que uno no puede moverse y por ahí no hay que ir demasiado en la trascendencia a buscar, es simplemente... Mi novia me dijo: “Che, hacé danza, ¿por qué no?”, dije: “Ay”. Probé y soy ahora adicto. De hecho, tuve un casamiento la otra vez y dije: “¡Wow! ¡Cómo estuve bailando!” (risas). Porque algo me cambió. Me cambió en el humor… Por ahí los grandes cambios están en lo pequeño.

—Y volvemos un poco al principio, que es rascarse donde no pica.

—Ni hablar. Imaginate, ¿quién me hubiera visto haciendo danza en este momento de mi vida? Y ahí estoy.