
Las redes sociales han transformado la manera en que interactuamos con el mundo, pero también han generado preocupaciones sobre su impacto en la salud mental y cognitiva. Un término en particular ha ganado protagonismo en este debate: podredumbre cerebral.
Este concepto, que alude a la supuesta degradación del intelecto y la capacidad de atención debido al uso excesivo de plataformas digitales, ha experimentado un auge en su uso, creciendo un 230% solo en 2024, según la Oxford University Press.
El temor de que una nueva tecnología afecte negativamente nuestras capacidades cognitivas no es exclusivo de la era digital.
En los años cincuenta, la llegada de la televisión fue vista por intelectuales y líderes de opinión como una amenaza para la educación, la cultura y la vida familiar.
Se la acusaba de convertir a los espectadores en seres pasivos y de reducir su capacidad de concentración.

Sin embargo, con el tiempo, la televisión demostró que no solo podía ser un medio de entretenimiento superficial, sino también una herramienta para la difusión de la cultura y el conocimiento.
Hoy, el debate se repite con las redes sociales: ¿son realmente el problema o lo es la manera en que las usamos?
La narrativa del deterioro cognitivo
Uno de los argumentos más comunes contra las redes sociales es su supuesta capacidad de fragmentar la atención y fomentar el consumo de contenido superficial.
Según esta visión, el flujo incesante de videos, imágenes y anuncios en plataformas como TikTok, Instagram o X (ex Twitter) estaría atrofiando nuestra capacidad de pensamiento crítico.

El término podredumbre cerebral refleja esta preocupación. Se describe como la sensación de pasar horas desplazándose por contenido digital sin recordar nada significativo, dejando a los usuarios en un estado de alienación y desconexión de la realidad.
Esta percepción ha llevado a muchos a preguntarse si todavía son capaces de concentrarse o si las redes los han convertido en autómatas atrapados en un bucle de consumo sin sentido.
¿Es el medio o el usuario?
A pesar de estas preocupaciones, el paralelismo con la televisión invita a una reflexión más matizada. La calidad del contenido no depende únicamente del medio, sino también de cómo se utiliza.
Así como la televisión ha ofrecido desde programas educativos hasta reality shows vacíos, las redes sociales pueden albergar tanto debates intelectuales como videos de entretenimiento efímero.

La clave está en los hábitos de consumo. Existen creadores de contenido que han utilizado las redes para difundir ideas innovadoras, denunciar injusticias o movilizar cambios sociales.
Un ejemplo reciente es el video de la influencer Loretta Grace, que impulsó una campaña de recolección de firmas para la aprobación del Ius Soli en Italia.
Esto demuestra que las redes pueden ser una herramienta poderosa para el activismo y el debate público.
Por otro lado, los algoritmos juegan un papel central en la experiencia digital. Las plataformas diseñan sus sistemas para maximizar la retención de usuarios, ofreciendo contenido adaptado a sus preferencias previas.
Si un usuario solo recibe contenido superficial, es posible que eso sea lo que ha demostrado consumir con más frecuencia.
La responsabilidad individual en la era digital
El riesgo de una verdadera podredumbre cerebral no radica en la existencia de las redes sociales en sí, sino en el modo en que elegimos interactuar con ellas.
En lugar de demonizar la tecnología, quizá deberíamos cuestionarnos cómo la usamos y qué tipo de contenido promovemos.

Al final del día, el control sobre nuestra dieta informativa sigue estando en nuestras manos.
Podemos dejarnos llevar por la inercia de los algoritmos o asumir un papel más activo en la selección de lo que consumimos.
Como con cualquier otra herramienta, el valor de las redes sociales depende de quién las usa y con qué propósito.
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