
La confianza —fundamento de la vida social, económica y política— atraviesa una mutación en la era de la inteligencia artificial (IA). Según Foreign Affairs, la Generación Z (personas nacidas entre 1997 y 2012) lidera un giro en el que las instituciones tradicionales pierden centralidad frente a la “sabiduría de las multitudes” y las herramientas tecnológicas, especialmente aquellas basadas en IA.
Estudios de Jigsaw, el laboratorio de innovación de Google, y la consultora Oliver Wyman documentan esta transición, que reconfigura los vínculos de autoridad y toma de decisiones.
Cambios en el consumo de información y la confianza
La Generación Z procesa la información de forma distinta a generaciones anteriores. Según Foreign Affairs, investigaciones de Jigsaw muestran que, al enfrentarse a una noticia, estos jóvenes consultan primero los comentarios antes que el cuerpo del texto, confiando más en el criterio colectivo que en editores o expertos.
Tras la aparición de ChatGPT, un estudio de 2023 reveló que jóvenes en India y Estados Unidos recurren a chatbots para recibir orientación médica, emocional o financiera, valorando su disponibilidad, neutralidad y personalización.
En el ámbito laboral, Oliver Wyman identificó que el 39% de los empleados jóvenes a nivel global preferiría interactuar con jefes o colegas basados en IA. En Estados Unidos, esta preferencia alcanza el 36% y también se extiende a una cuarta parte de todos los trabajadores del país.

Crisis institucional y migración de la confianza
El aumento de la confianza en tecnologías digitales ocurre en un contexto de deslegitimación institucional. Foreign Affairs señala que solo el 2% de los estadounidenses confía en el Congreso, lejos del 77% de hace seis décadas. La confianza en los medios también se redujo del 55% en 1999 al 32% actual. La encuestadora Kristen Soltis Anderson resume esta tendencia al señalar que lo que une a los ciudadanos es, cada vez más, su desconfianza compartida.
Sin embargo, el artículo aclara que la confianza no desaparecí, sino que migró hacia nuevas formas de interacción mediadas por la tecnología.
Modelos de confianza: de lo personal a lo distribuido
A lo largo del tiempo, la confianza social evolucionó en tres formas. La primera, “de contacto visual”, surge de relaciones personales directas y se da en comunidades pequeñas. La segunda, “vertical”, se sostiene en instituciones formales como gobiernos o universidades.
En las últimas dos décadas, la digitalización introdujo la “confianza distribuida”, término de la socióloga Rachel Botsman, que se construye entre pares a través de sistemas como calificaciones, reseñas y perfiles en línea. Plataformas como Uber, Airbnb o eBay funcionan gracias a estos mecanismos.

Inteligencia artificial como catalizador
La IA amplifica la lógica de la confianza distribuida. Según Foreign Affairs, los sistemas generativos representan un salto cualitativo al ejecutar tareas complejas sin supervisión directa. Para la Generación Z, su atractivo radica en la accesibilidad, la personalización y su aparente imparcialidad. Una joven entrevistada por Jigsaw explicó: “¡El chatbot no puede ‘cancelarme’!”.
Quienes se sienten excluidos o desconfían de figuras de autoridad encuentran en estos sistemas una interlocución menos crítica. Incluso usuarios adeptos a teorías conspirativas mostraron mayor disposición a dialogar con bots que con familiares o autoridades, según otro estudio citado por el medio.
Riesgos y oportunidades de esta transición
El traslado de la confianza hacia la IA no está exento de riesgos. Foreign Affairs reporta el caso de una madre en Florida que, en 2024, demandó a una empresa tecnológica tras acusar a sus chatbots de incitar al suicidio a su hijo. Este episodio ilustra los peligros de delegar funciones sensibles a sistemas sin regulación adecuada.
Al mismo tiempo, la IA puede ser útil para mediar en conflictos, combatir la desinformación y fomentar el diálogo entre grupos polarizados. Para usuarios desconfiados de autoridades humanas, la tecnología puede ofrecer una mayor sensación de autonomía.
Compañías como Anthropic, Google y OpenAI desarrollan actualmente sistemas de “inteligencia agentiva”, una generación avanzada de IA capaz de percibir, razonar y actuar con autonomía. Estas herramientas podrían asistir en programación, atención al cliente o resolución de conflictos, pero también plantean desafíos éticos relevantes.

Percepción internacional de la IA
Las actitudes hacia la IA varían según el país. Una encuesta de Pew Research, citada por Foreign Affairs, muestra que solo el 24% de los estadounidenses cree que esta tecnología les beneficiará, mientras que el 43% teme que les cause perjuicios.
Según Ipsos, en 2024, alrededor del 66% de los adultos en Australia, Canadá, India, Reino Unido y Estados Unidos expresó preocupación por la IA. Esta inquietud fue menor en Japón (29%) y más moderada en Indonesia, Polonia y Corea del Sur (40%).
En cuanto al entusiasmo, solo un tercio de los encuestados en países anglosajones se declara emocionado por la IA, frente a casi la mitad en Japón y tres cuartas partes en Corea del Sur e Indonesia. Aun así, el uso diario de la IA —para navegación, compras o corrección de textos— es generalizado, impulsado por su conveniencia y personalización.

Hacia un desarrollo responsable
El principal desafío, según Foreign Affairs, es adaptar la IA a las nuevas formas de confianza social. Las empresas deben actuar con responsabilidad, evitando manipulaciones emocionales y priorizando el bienestar humano. Google, por ejemplo, publicó lineamientos éticos para asistentes avanzados que abordan estos riesgos. Otras compañías, como Anthropic, siguen caminos similares.
Para los usuarios, el acceso a plataformas que garanticen transparencia y privacidad es esencial. Los gobiernos pueden facilitarlo mediante políticas que promuevan ciencia abierta, software libre y mecanismos regulatorios que aseguren competencia y control.
El objetivo, concluye el medio, debe ser fortalecer la agencia humana en la interacción con la IA. La tecnología debe integrarse como una herramienta útil dentro del entramado social, sin reemplazar las relaciones humanas ni asumir el rol de autoridad absoluta. La confianza, como fenómeno social, no desaparece: se transforma. Y hoy, esa transformación ocurre a través de la inteligencia artificial.
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