
La enfermedad renal crónica, según describe National Geographic, afecta a unos 700 millones de personas en el mundo. Hasta hace pocos años, las opciones de tratamiento eran muy limitadas: la diálisis y el trasplante de riñón, alternativas que conllevan sesiones agotadoras, riesgos de infecciones, mortalidad elevada y una calidad de vida drásticamente reducida.
Solo el 35% de quienes ingresan en diálisis continúa con vida después de cinco años, y un trasplante exige listas de espera prolongadas y uso permanente de inmunosupresores. “Las personas con insuficiencia renal viven aproximadamente una cuarta parte de lo que vive alguien con función renal normal”, explicó Vlado Perkovic, investigador de la Universidad de Nueva Gales del Sur.
Nuevas terapias y cambio de paradigma
El panorama cambió de manera significativa desde 2019 con la llegada de medicamentos innovadores. Los inhibidores de SGLT2, desarrollados inicialmente para la diabetes tipo 2, demostraron beneficios notables no solo para pacientes diabéticos, sino también en otras formas de enfermedad renal crónica.

Estos fármacos bloquean la reabsorción de glucosa en los riñones, lo que reduce el azúcar en sangre y proporciona más energía a las células renales para responder a lesiones y adaptarse mejor, según el investigador Rafael Kramann, de la Universidad RWTH Aachen. Los ensayos clínicos arrojaron resultados tan positivos que en muchos casos se suspendieron antes de tiempo por eficacia tras comprobarse una reducción considerable de insuficiencia renal y muertes cardiovasculares.
A estos se sumaron los agonistas del receptor GLP-1, como la semaglutida (Ozempic) y la tirzepatida (Mounjaro). En 2024, un ensayo clínico de fase 3 comprobó que la semaglutida era altamente eficaz para prevenir insuficiencia renal terminal y muertes por enfermedades cardiovasculares en casos de enfermedad renal crónica diabética.
Según Katherine Tuttle, investigadora de la Universidad de Washington, datos preliminares presentados en la Sociedad Americana de Nefrología revelaron que el tratamiento con semaglutida no solo estabilizó, sino que incluso revirtió el daño renal y mejoró la función global del órgano. “En mis 40 años como nefróloga, nunca vi pacientes mejorar así”, afirmó la experta a National Geographic. “Y no es el único”, agregó.

El impacto en los pacientes y la optimización de terapias
Si bien la experiencia de personas como Nicolas Palacios, recogida por National Geographic, ilustra cómo la llegada de estos medicamentos puede transformar vidas, el verdadero alcance reside en la posibilidad de mejorar el pronóstico de millones de pacientes.
Gracias a estos avances, algunos pacientes lograron estabilizar su enfermedad en un estadio en que ya no necesitan diálisis ni trasplante y pueden proyectar una vida más larga y saludable. El desarrollo de estas terapias generó tal impacto que ya se habla de un cambio de paradigma en el abordaje clínico de la enfermedad renal crónica.
Hoy, Ozempic está aprobado para la enfermedad renal crónica diabética y están en curso ensayos para analizar su eficacia en pacientes no diabéticos. Además de los inhibidores de SGLT2 y los agonistas GLP-1, existen otras dos clases de medicamentos aprobadas para la variante diabética, cada una con mecanismos de acción distintos.

La combinación de estos cuatro fármacos puede reducir el riesgo de insuficiencia renal hasta en un 58%. “La cuestión es cómo utilizarlos juntos en cada paciente”, señaló Prabir Roy-Chaudhury, nefrólogo de la Universidad de Carolina del Norte, en diálogo con National Geographic.
Desafíos pendientes y perspectivas hacia el futuro
El desarrollo de nuevas estrategias para los ensayos clínicos aceleró estos logros. Habitualmente, los estudios sobre enfermedad renal requerían grandes cantidades de pacientes y largos períodos de seguimiento, lo que elevaba los costes y retrasaba la llegada de nuevas terapias. La introducción de métodos más precisos para medir el deterioro renal posibilita ensayos más eficientes y menos costosos.
Actualmente, existen cientos de estudios en curso, incluyendo 70 sobre nefropatía por IgA, una patología autoinmune que puede causar insuficiencia renal. En este campo, ya se aprobaron tres tratamientos nuevos capaces de producir remisión, atacando selectivamente las células responsables del daño. “Ahora tratamos la causa de la enfermedad, no solo las consecuencias”, destacó Perkovic.

A pesar de los avances, persisten retos significativos: el acceso a los nuevos medicamentos no es universal y, en ocasiones, los pacientes deben afrontarlos con recursos propios porque no siempre están aprobados para todas las indicaciones.
Además, la investigación aún busca definir la mejor combinación de terapias según el perfil de cada paciente y ampliar alternativas en la enfermedad renal crónica no diabética.
Los especialistas consultados por National Geographic coinciden en que la próxima década será crucial para consolidar estos progresos y acercarse a la posibilidad de una cura.
En síntesis, la expectativa de quienes reciben estos tratamientos va mucho más allá de retrasar la evolución de la enfermedad: ahora es posible aspirar a una mejora real en la salud renal y en la vida cotidiana.
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