
El diagnóstico de un tumor cerebral coloca a las personas ante una realidad compleja y desafiante, donde los límites entre lo clínico y lo emocional se entrelazan. La experiencia de Sam Suriakumar, un hombre de 40 años residente en Londres, expone cómo de un día para el otro pueden surgir síntomas neurológicos, algunas veces sutiles, que cambian la vida. Sin previo aviso, irrumpen en la rutina y generan la necesidad de realizar una serie de pruebas y consultas.
Los cambios inesperados en el cuerpo y la mente abrieron para él un proceso de incertidumbre y vulnerabilidad que involucra tanto a los profesionales de la salud como a su entorno familiar. Su historia refleja múltiples dimensiones, desde las dificultades médicas para su tratamiento y seguimiento, hasta el impacto en la vida cotidiana, los vínculos y las expectativas personales.
El abordaje de este tipo de enfermedades exige, además del rigor médico, un acompañamiento integral que contemple la salud mental a lo largo del proceso para abordar los obstáculos que presenta.
¿Cómo fue la historia de Sam?
En febrero de 2020, Sam, un hombre sano y deportista, esposo y padre de dos hijas, comenzó a notar señales extrañas en su rutina diaria. “En la semana previa al 4 de febrero (de 2020), noté tres o cuatro veces un olor químico extraño que salía de la nada y desaparecía a los 30 segundos, pero no me pareció lo suficientemente significativo como para mencionarlo siquiera. En retrospectiva, probablemente debería habérselo contado a mi esposa o a mi médico de cabecera, pero asumí que era mi mente jugándome una mala pasada (¡irónicamente, en cierto modo!)“, relató en una entrada de su blog Walk With Sam.

Describió que el olor era similar al de la lavandina, y que en algún momento creyó que alguien había limpiado su casa. “Pero ese martes, el olor me invadió por completo y no se iba; sabía que algo no iba bien. Subí al tren para volver a casa, cerré los ojos para descansar, pero las siguientes 48 horas son un completo vacío para mí”.
Según contó Sam, profesionales le informaron que el olor químico intenso que sentía, que llenaba su boca y le provocaba malestar, es un síntoma conocido como “aura”. El mismo puede anticipar ciertos tipos de convulsiones, aunque en ese momento él desconocía su significado.
La situación se agravó cuando, tras un episodio similar en el gimnasio, sufrió una convulsión tónico-clónica generalizada mientras viajaba en el metro de Londres. El episodio fue tan severo que cayó de su asiento y, según relató, se dislocó el hombro, lo que llevó a que el personal de la estación solicitara una ambulancia. Durante el traslado al hospital, Sam tuvo otra convulsión.
Desde Johns Hopkins Medicine lo explican de la siguiente manera: “Las convulsiones tónico-clónicas involucran fases tónicas (rigidez) y clónicas (espasmos o sacudidas) de la actividad muscular. La convulsión puede comenzar con una convulsión parcial simple o compleja, conocida como aura. La persona puede experimentar sensaciones anormales como un olor particular, vértigo, náuseas o ansiedad”.

“Creo que esto fue la gracia de Dios, ya que el hospital más cercano a esta estación es St George’s, que tiene un centro de neurocirugía muy conocido (también cerca de mi casa)“, manifestó Sam. El proceso de diagnóstico fue complejo. En el hospital, los médicos realizaron diversas pruebas, que incluyeron escáneres y una punción lumbar para analizar el líquido cefalorraquídeo.
“Finalmente, fue la resonancia magnética del jueves por la mañana la que confirmó nuestros peores temores. Era un tumor cerebral. Uno grande. No era una masa redonda y definida, sino más bien una telaraña. Dios trabaja de maneras misteriosas, ya que el neurólogo de guardia ese día era el primo de mi padre y encontró el coraje para venir y darme personalmente la noticia de la manera más amable posible”, recordó.
La noticia resultó devastadora para Sam, quien en un primer momento asoció el diagnóstico con una sentencia de muerte: “Para mí solo significaban muerte con un cero por ciento de posibilidades de luchar contra esto”.
La sensación de estar atrapado en un túnel oscuro solo comenzó a disiparse cuando, al aceptar la realidad, redescubrió el valor de la familia y el tiempo compartido. El impacto emocional fue profundo.

El mayor temor de Sam era no poder disfrutar de más momentos junto a su esposa, Sindhu, médica de cabecera, y sus hijas, Avaana y Arya, entonces de diez y ocho años. La llegada de la pandemia por el COVID-19, aunque difícil para muchos, le permitió pasar tiempo en casa, dedicarse a la educación de sus hijas y fortalecer los lazos familiares.
El camino médico de Sam estuvo marcado por decisiones difíciles y tratamientos intensivos. “Mi tumor cerebral es un glioma y crecía como una telaraña. Esto significa que es difícil extirparlo quirúrgicamente sin dañar las áreas del cerebro que controlan el habla, la memoria, las emociones y la movilidad. Me dijeron que, si me operaban, solo sería posible extirpar el 40% de la masa”, detalló.
En julio de 2023, mientras se encontraba en Brasil para asistir a un casamiento, su neurocirujano lo llamó y le dio noticias desesperanzadoras: “Mi tumor había crecido y necesitábamos hablar en cuanto volviera. Pasarían siete días antes de que volviera, siete días de pensamientos incontrolables, siete días muy, muy duros”.

En agosto de 2023, se sometió a una biopsia y posteriormente recibió treinta sesiones de radioterapia en el hospital Royal Marsden de Sutton, seguidas de un año de quimioterapia, que concluyó en septiembre de 2024. Los efectos secundarios fueron severos: náuseas, vómitos y una pérdida de peso de aproximadamente veinte kilogramos. “Hay una sensación de alegría y euforia por haber terminado finalmente, pero también hay cierta ansiedad y nerviosismo por lo que viene después”, indicó sobre la mezcla de emociones que le generó el finalizar el tratamiento.
A pesar de los desafíos, Sam celebró logros personales significativos. El 26 de julio de 2025, alcanzó su cuadragésimo cumpleaños, una meta que consideraba inalcanzable al momento del diagnóstico. Además, en abril del mismo año, seis meses después de finalizar la quimioterapia, participó en una competencia de fitness que combina ocho kilómetros de carrera con ejercicios funcionales. Completar este reto representó para Sam una prueba de superación y una forma de demostrar que la enfermedad no lo había vencido.
Hoy en día, continúa con los monitoreos requeridos para evaluar el estado y el avance del tumor. Más allá de esto, vive una vida plena, rodeado de sus seres queridos y creando memorias con sus hijas y su esposa.
¿Qué es un glioma?
Desde el Instituto Nacional de Cáncer de Estados Unidos señalan que el glioma es un “grupo de tumores que se forman en las células neurogliales del encéfalo y la médula espinal. Las células neurogliales sostienen y protegen las células nerviosas del sistema nervioso central y ayudan a que funcionen como deben. Los gliomas se forman en cualquier parte del encéfalo (tumor cerebral) o la médula espinal y son benignos (no cancerosos) o malignos (cancerosos)”.

Y agregan: “También pueden ser de grado bajo o de grado alto, lo que se determina por el aspecto anormal de las células tumorales al microscopio y la rapidez con que el tumor puede crecer, diseminarse y reaparecer después del tratamiento”.
Los síntomas, según detallan desde Mayo Clinic, varían según la localización y el tamaño del tumor, e incluyen dolor de cabeza, náuseas, confusión, pérdida de memoria, cambios de personalidad, problemas visuales, dificultades en el habla y convulsiones, especialmente en personas sin antecedentes previos.
En casos poco frecuentes, como el de Sam, los primeros indicios pueden ser sensaciones olfativas inexistentes, conocidas como “fantosmia” u “alucinaciones olfativas”, que pueden presentarse como parte de un aura previa a convulsiones y deben motivar la consulta médica. Él, en diálogo con la asociación benéfica Brain Tumour Research, indicó que una de sus señales de alerta iniciales fue “un olor como a amoníaco o lavandina, y sentí como si un agente de limpieza estuviera llenando mi boca”.
Un estudio publicado en PubMed Central describe uno de estos casos en una paciente de 70 años que presentó estas alucinaciones y, posteriormente, vía resonancias magnéticas, se identificó una masa en su cerebro. Luego de una biopsia, se dio a conocer que se trataba de un glioblastoma, un glioma de alto grado.

De acuerdo con la información de Mayo Clinic, el diagnóstico de un glioma suele requerir una combinación de exámenes neurológicos, pruebas de imagen como la resonancia magnética y, en ocasiones, una biopsia cerebral para analizar el tejido tumoral.
El tratamiento depende del tipo, tamaño y ubicación del tumor, así como del estado general del paciente. Las opciones incluyen cirugía, radioterapia, quimioterapia, terapias dirigidas y, en algunos casos, tratamientos complementarios para controlar los síntomas y mejorar la calidad de vida. La rehabilitación posterior puede ser necesaria para recuperar funciones motoras, cognitivas o del habla afectadas por la enfermedad o su tratamiento.
En el caso de Sam, el abordaje se ajustó a las características particulares de su tumor. Durante varios años no fue necesaria una intervención quirúrgica inmediata, lo que permitió un monitoreo constante y la toma de decisiones basada en la evolución clínica. Solo cuando resultó imprescindible, se incorporaron tratamientos como la radioterapia y la quimioterapia, destacando la importancia de adaptar cada estrategia terapéutica a las necesidades individuales del paciente y a la progresión de la enfermedad.
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