
El diagnóstico de cáncer de próstata en estadio 4 del expresidente Joe Biden promovió la difusión en el mundo de lo que significa esa enfermedad en los hombres. A sus 82 años, enfrenta una de las variantes más agresivas de este tumor, con metástasis ósea y un puntaje de Gleason 9, uno de los más elevados en la clasificación de severidad, teniendo en cuenta que esa escala tiene un máximo de 10.
La noticia no solo generó preocupación por su salud, sino que reavivó un antiguo debate en la medicina: ¿cuándo deberían los hombres hacerse pruebas de detección para esta enfermedad?

Desde hace décadas, la prueba del antígeno prostático específico (PSA) divide opiniones. Introducida a finales de los años ochenta, permitió detectar precozmente muchos tumores y contribuyó a una marcada reducción en la mortalidad. Sin embargo, su aplicación masiva generó consecuencias inesperadas. El PSA elevado no es exclusivo del cáncer: también puede aparecer por infecciones, inflamaciones o incluso ejercicio reciente. Además, algunos tumores agresivos no producen suficiente PSA como para ser detectados.
“El PSA no es una prueba perfecta”, dijo el doctor Toni Choueiri, director del centro de oncología genitourinaria del Instituto de Cáncer Dana-Farber en EEUU. Esa imperfección provocó que muchos hombres mayores fueran diagnosticados con tumores que probablemente nunca les causarían daño. En la década de 1990, mientras los diagnósticos se disparaban, también lo hacían los tratamientos quirúrgicos y radiactivos. Como resultado, miles de pacientes sufrieron efectos secundarios como incontinencia urinaria o disfunción sexual tras recibir terapias para tumores de bajo riesgo.
“Si realizo pruebas de detección en hombres mayores de 70 y 80 años, encontraríamos cáncer de próstata en más del 50 por ciento. Pero la mayoría tiene cánceres que nunca afectarían su vida”, explicó el doctor Behfar Ehdaie, cirujano urólogo del Centro Oncológico Memorial Sloan Kettering.
En 2008, el panel del Grupo de Trabajo de Servicios Preventivos de Estados Unidos desaconsejó la prueba para hombres mayores de 75 años y, en 2012, la extendió a todos los grupos etarios, generando una caída abrupta en los diagnósticos.

Esa “retirada de pruebas”, como se la denominó, tuvo efectos colaterales. Con menos exámenes, aumentaron los casos detectados en estadios avanzados. Desde 2011, el porcentaje de diagnósticos en fases tardías crece a una tasa anual cercana al 5 por ciento, según la Sociedad Americana del Cáncer. “Sospecho firmemente que lo que sucedió es que perdimos ese tiempo de anticipación”, explicó el doctor Shawn Dason, de la Universidad Estatal de Ohio. El debate se volvió entonces un tira y afloje entre el riesgo de sobrediagnóstico y el de detección tardía.
En 2018, el mismo grupo de expertos revisó su postura. Sostuvo que los hombres de entre 55 y 69 años deberían decidir junto a sus médicos si realizarse la prueba, pero mantuvo la recomendación de no ofrecerla a mayores de 70. Sin embargo, esa línea divisoria no refleja la longevidad actual ni la diversidad de contextos. “El reto es determinar qué hacer con los hombres mayores de 70 años. El estándar de evidencia realmente no está ahí”, precisó Dason.
¿Qué es el cáncer de próstata?

El cáncer de próstata es un tipo de cáncer que se desarrolla en la glándula prostática, una parte esencial del sistema reproductor masculino ubicada por debajo de la vejiga y por delante del recto. Esta glándula, conocida como próstata, produce el líquido que transporta y nutre el semen.
Aunque este tipo de cáncer puede permanecer asintomático durante años, algunos tumores evolucionan con rapidez y se diseminan a otras regiones del cuerpo, como los huesos o los ganglios linfáticos.
La enfermedad afecta sobre todo a hombres mayores de 65 años. La edad es el principal factor de riesgo, aunque también influyen la genética y ciertos antecedentes familiares. En etapas iniciales, la mayoría de los casos no presenta señales claras, lo que dificulta su detección temprana. Cuando aparecen, los síntomas incluyen alteraciones urinarias, molestias en la zona pélvica y cambios en la función sexual.
Entre los métodos disponibles para evaluar el riesgo se encuentra la prueba del antígeno prostático específico (PSA), un análisis de sangre utilizado como estándar para identificar signos tempranos de la enfermedad. Sin embargo, en muchos hombres mayores de 70 años, esta prueba deja de formar parte de los controles habituales, a pesar de que en este grupo etario aumenta la probabilidad de diagnóstico.

El cáncer de próstata puede provocar diferentes manifestaciones según su extensión. En estadios más avanzados, los síntomas incluyen necesidad frecuente de orinar, chorro débil, sangre en la orina y dolor persistente en la espalda baja, la pelvis o las piernas.
Estas señales suelen confundirse con afecciones benignas, lo que retrasa la identificación del problema. No se conoce una causa única de esta enfermedad. Los investigadores señalan una combinación de factores genéticos, ambientales y hormonales. La alimentación, el origen étnico y la historia clínica familiar pueden incidir en su aparición.
En el año 2022 se detectaron alrededor de 1,4 millones de casos a nivel mundial. Es el tercer tumor más mortal, solo superado por el de pulmón (18,1%) y el colorrectal (13,2%), siendo que cada año se cobra la vida de más de 3500 argentinos, cifra que se traduce en un 12,0%.
Según datos del Instituto Nacional del Cáncer, en la Argentina, la mayor incidencia de patologías oncológicas en varones “estuvo dada por el cáncer de próstata, con una ocurrencia de más de 11.686 casos anuales, que representaron el 18,7% de todos los tumores malignos en este grupo, con una tasa estandarizada por edad de 42 casos por cada 100.000 varones”.

Abordaje terapéutico del cáncer de próstata
“Los tratamientos que tienen como fin el evitar el desarrollo del cáncer consisten en la extracción de la próstata y las vesículas seminales que puede realizarse por vía abierta, laparoscópica o robótica. La radioterapia puede ser convencional o hipofraccionada y además puede realizarse terapia focal con braquiterapia que consiste en implante de semillas radioactivas”, explicó a Infobae el doctor Norberto Bernardo, jefe de la División Urología del Hospital de Clínicas de la UBA.
Y agregó: “Cuando el tumor es de bajo nivel de agresividad, puede vigilarse anualmente. En el área de las cirugías se ha avanzado en técnicas mínimamente invasivas utilizando la laparoscopia en su versión convencional y asistida por robot, con el objetivo de lograr una recuperación rápida con menores complicaciones”.
En los casos con metástasis, como el que afecta al expresidente Joe Biden, el abordaje terapéutico se centra en limitar la progresión del cáncer y mantener la calidad de vida. El tratamiento suele comenzar con terapia hormonal para reducir los niveles de testosterona, hormona que favorece el crecimiento tumoral. Fármacos como el leuprolide forman parte de esta estrategia.

Además, se pueden sumar quimioterapia u opciones más específicas dirigidas contra las células malignas. Cuando el cáncer invade el esqueleto, se utilizan tratamientos para proteger la masa ósea y evitar complicaciones asociadas. El equipo médico evalúa distintas combinaciones de terapias según la respuesta del paciente y su estado general.
La extensión ósea representa un desafío clínico importante. En esta etapa, las posibilidades de curación se reducen y los esfuerzos se enfocan en contener el avance del tumor y mitigar el dolor. En ese contexto, la elección del tratamiento se toma de manera conjunta entre médicos, pacientes y familias, considerando tanto la eficacia como el impacto en la vida cotidiana.
La forma más agresiva del cáncer de próstata

Las formas agresivas de esta enfermedad tienen un comportamiento distinto. El sistema de Gleason, que clasifica la agresividad según la apariencia celular, situó el tumor de Biden en la categoría más severa. El cáncer de próstata puede avanzar sin síntomas durante años, pero una vez que se disemina, los efectos se intensifican: dificultad al orinar, sangre en la orina, dolor en la columna o las caderas, debilidad en las piernas. “El dolor causado por este tipo de patologías en los estadios avanzados es terrible”, señalaron desde su equipo de salud.
La mayoría de los casos afecta a hombres mayores de 65 años. A medida que la expectativa de vida crece, más varones se ubican en ese rango etario sin una estrategia clara de prevención. “Me inclino por querer saber y afrontar los resultados cuando aparecen. En general, recomendaría pruebas de detección para las personas mayores de 70 años, simplemente porque hoy vivimos más”, dijo el doctor Phillip Koo, de la Fundación del Cáncer de Próstata.

El PSA es, en muchos casos, la puerta de entrada. Pero los médicos han comenzado a utilizar nuevas herramientas para mejorar su precisión: resonancias magnéticas, biomarcadores y vigilancia activa para tumores de bajo riesgo. Esto permite reducir el riesgo de sobretratamientos innecesarios.
“Solo porque contamos con tantas pruebas adicionales para decidir si necesitamos una biopsia, creo que la situación ha cambiado mucho. Creo que muchos hombres en 2025 optarán por hacerse la prueba del PSA”, afirmó el doctor David Penson, secretario de la Asociación Americana de Urología.
La paradoja Biden en cáncer de próstata

El caso Biden también reveló el costo de no contar con directrices uniformes. Mientras algunos organismos desaconsejan la detección en mayores de 70, otros como la Sociedad Americana del Cáncer promueven decisiones personalizadas, teniendo en cuenta salud general, antecedentes y expectativas de vida. En 2020, más del 50 por ciento de los hombres de entre 70 y 79 años, y el 40 por ciento de los mayores de 80, declararon haberse hecho una prueba de PSA recientemente, según datos de JAMA Network Open. Esa disparidad evidencia que muchos varones, incluso sin guías claras, prefieren saber.
La historia familiar y el origen étnico también influyen en el riesgo. Los hombres negros y quienes tienen parientes con antecedentes oncológicos presentan mayor probabilidad de desarrollar la enfermedad. Por eso, varios especialistas insisten en que la prevención no debe limitarse a la edad. La detección temprana sigue siendo crucial.
En su versión más severa, como la que afecta a Biden, el cáncer de próstata puede extenderse rápidamente al esqueleto. Cuando eso ocurre, el abordaje cambia. Se recurre a tratamientos hormonales, como el leuprolide, que reduce los niveles de testosterona y ralentiza el crecimiento tumoral. También se emplean fármacos que preservan la masa ósea, junto a quimioterapia o terapias dirigidas. El objetivo ya no es eliminar el tumor, sino contener su avance y reducir los síntomas.

En este contexto, los especialistas enfatizan la necesidad de una visión más matizada. No todos los hombres mayores son iguales. Algunos, a los 75 o 80, conservan buena salud y podrían beneficiarse de un diagnóstico precoz. Otros, con enfermedades crónicas severas, podrían no sobrevivir el tiempo suficiente como para que un tratamiento oncológico tuviera impacto. Por eso, la decisión sobre el PSA debe considerar el cuadro clínico y no solo la edad.
El diagnóstico del expresidente Biden ofrece una oportunidad para revisar políticas de salud, estrategias de comunicación médica y marcos normativos. Las cifras muestran que la mortalidad por cáncer de próstata se redujo a la mitad entre 1993 y 2022, pero ese descenso se estancó. Las voces en el campo médico piden revisar las estrategias preventivas, sobre todo para poblaciones en riesgo.
El caso también deja una lección para los sistemas de salud. La prevención efectiva no puede depender de elecciones individuales sin información clara. La ciencia médica está en condiciones de ofrecer mejores respuestas que hace 30 años, pero necesita apoyo institucional. Los médicos disponen de mejores herramientas, pero aún falta consenso sobre cómo y cuándo usarlas.

En última instancia, la experiencia de Biden refleja un dilema que enfrentan millones de hombres en todo el mundo. La incertidumbre no está solo en el diagnóstico, sino en las decisiones previas que podrían haberlo evitado o al menos anticipado.
El debate sigue abierto, como lo estuvo siempre. Pero cada caso que pone el tema en agenda ayuda a reducir la distancia entre el conocimiento científico y su aplicación real. En ese cruce, donde se combinan ciencia, política y salud, se juega mucho más que una cifra en una hoja de laboratorio.
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