
Hace unos días una nota en infobae trataba sobre la difusión de los métodos para “luchar contra la depresión”, por parte del afamado cantante de Coldplay Chris Martin.
Allí mencionaba una serie de recetas (tips) que le habrían dado, según sus dichos, resultado. Entre ellos nombraba un “método” con nombre propio, cosa que en general suele dar un aura de validez.
En realidad, el caso de Chris Martin ilustra algo que es conocido desde hace décadas, quizás siglos y son los métodos de “autoayuda”. La palabra autoayuda en una mirada superficial, sin duda, nos señala algo irreprochable y de suma utilidad, pero tiene un aspecto contrapuesto y son los autodiagnósticos y, aún más preocupante, los tratamientos autoadministrados.
Respecto a estos métodos, basta mirar cualquier plataforma de videos o redes sociales, etc., para ver que infinidad de personas de la más diversa extracción enuncian fórmulas infalibles y de resultados casi mágicos.
En muchos casos esto va recubierto de una especie de fantasía y es que saliendo de los senderos habituales, existe un saber oculto que es mantenido así por el “sistema dominante”, pero que puede significar avances inimaginables.

Se toman artículos científicos aislados que parecen probar el punto que se intenta afirmar y eso le daría validez al método y así de lo particular se generaliza. Es decir, lo opuesto a la metodología y pensamiento científico que busca validar en base a pruebas repetidas y verificadas por métodos replicables.
Los estudios metaanalíticos son exactamente eso, cotejar múltiples estudios sobre un mismo tema. El género de autoayuda, o la “New Age” en su momento, aporta como factor de sumo interés que la persona toma en sus manos el bienestar, su salud, es decir pasa a ser un sujeto activo, pero al mismo tiempo implica en muchos casos una ruptura con métodos y conocimientos probados y realizados por especialistas, que en la mayoría de los casos hemos también evaluado estas metodología alternativas, pero sometiéndolas al tamiz de la evidencia.
Los métodos de autoayuda están ligados a variables culturales y así como hoy uno de los usados por Chris Martin, la filosofía estoica, o al menos lo que se divulga de ella, responde a cuestiones más existenciales, pero dejan de lado el probable malestar que exterioriza un trastorno psicopatológico real.
Tomar datos descontextualizados y generalizarlos y a la vez hacerlos universales es una constante. La base es que alguien relata un caso “x”, del cual por otro lado no existen constancias, y dice, por ejemplo, haber usado una dieta cetogénica o el reseteo intestinal y que ella eliminó completamente su necesidad de psicofármacos, y que “desapareció” una patología de años, por ejemplo un cuadro bipolar.

Un aspecto interesante en esta modalidad no es solamente las diferentes épocas en que estos métodos se popularizan, sino las diferentes generaciones que lo aplican. Chris Martin nacido en 1977 es un exponente de esa época y que hoy llamamos generación X y los métodos de autoayuda en esta generación están más ligados a formulas tradicionales, como control del estrés, actividad física, dieta, etc.
Ahora ¿qué vemos en los métodos usados por parte de las siguientes generaciones?. Hace unos días se publicó un interesante estudio sobre la Generación Z, es decir aquellos nacidos entre 1997 y 2012 y se observa una nueva manera de encauzar su búsqueda de respuestas al malestar emocional. La Generación Z es la primera franja poblacional que ha crecido inmersa en la inteligencia artificial no solo como herramienta, sino, y este es el tema, progresivamente como un acompañante social, casi hasta confidente.
Encuestas recientes afirman que varios miembros de la Gen Z llegan a interactuar emocionalmente con la IA. En una de ellas, ampliamente citada y repetida en múltiples publicaciones en notas recientes (Gen Z x AI: Consciousness, Careers, and Chatbot Confessions), han realizado una encuesta sobre 2.000 participantes de la Gen Z y llegado a la conclusión que la forma de relacionarse con la IA, en este grupo, está transformando no solo el uso de la tecnología, sino también la resiliencia emocional, la formación de la identidad y el papel del apoyo psicológico en sus vidas.

Si bien la falta de procedimientos transparentes en la recolección de datos genera dudas sobre su fiabilidad, los hallazgos culturales y psicológicos que presentan valen la pena ser investigados, porque son coincidentes con muchos informes en los cuales sin bien la metodología científico estadística no es clara, siguen siendo reveladores. Al cruzar estas afirmaciones con la de otros informe como el de Pew Research, McKinsey y otras investigaciones sociológicas, se confirma una tendencia más amplia y que vale la pena constatar con otras fuentes de información e investigar, y es que la Generación Z, dentro de la cual quizás los más jóvenes lo expresan más, no solo es digital por naturaleza, sino que sería nativa de la IA.
En las generaciones anteriores, la catarsis emocional solía canalizarse a través de diarios íntimos, la oración, amistades cercanas o terapeutas. Se fue produciendo con el advenimiento de internet y los grupos primigenios de redes sociales un progresivo desplazamiento hacia estas nuevas formas.
La Generación Z, en cambio, recurre a chatbots con IA como ChatGPT, Character.ai o Replika, entre varias otras, no solo ya para informarse o entretenerse, sino también para establecer vínculos emocionales.

Este cambio es tan revolucionario como complejo. Es interesante la portada de llegada al sitio de Replika que se anuncia como “El compañero de IA que se ocupa (o que le interesas). Siempre aquí para escuchar y hablar. Siempre de tu lado” (The AI companion who cares. Always here to listen and talk. Always on your side).
En grupos etarios jóvenes, en los cuales se verifica que la comunicación con generaciones diferentes a la propia, en particular las figuras de referencia como padres o educadores, se va complejizando y diluyendo, la idea de un par que este siempre dispuesto y sin condiciones, es de una atracción inquietante. La palabra y la metodología del grooming responden a este modelo inicial de captación, cuidar, acompañar.
La encuesta referida así como otros informes sitúan en alrededor del 80% aquellos que usan IA para sus estudios y sienten les ha sido benéfico, un 62 % los asiste en su tareas laborales y al mismo tiempo un 26 % lo utiliza de confidente o incluso como amigo y un 21% reconoce haber compartido información personal sensible.
Desde el punto de vista psicológico, esa confesión digital, ya no realizada con una persona, que eventualmente existe el temor que podría juzgarnos, plantea nuevas preguntas sobre la intimidad, la proyección y básicamente la propia definición de interacción humana. Si una persona se siente escuchada por una entidad no sintiente, ¿eso lo consideraríamos como apoyo emocional real? ¿O estamos ante la manifestación de una epidemia de soledad camuflada en una adaptación a las nuevas tecnologías? Quizás el tema de entes sintientes o no, sea otro de los nodos de esta cuestión.

Muchos usuarios de la Generación Z tienden de forma consciente o inconsciente a antropomorfizar la IA. En foros y relatos personales, se habla de la IA como si tuviera conciencia. Esta ilusión puede resultar emocionalmente útil para ofrecer una escucha sin juicios y en la fantasía, estrictamente privada, pero corre el riesgo de sustituir y de modificar todo en la estructura de las conexiones humanas. Al mismo tiempo, ese acto de eludir y “saltearse” la ayuda profesional capacitada deja en claro varios peligros, siendo uno de los más notables la no percepción de patologías graves y/o potencialmente peligrosas para la persona o la sociedad.
Esta proyección sobre la IA remeda al fenómeno de la transferencia en el psicoanálisis en la cual una persona atribuye al interlocutor (en este caso, una máquina) cualidades o características, que en realidad quizás no posee. A diferencia de un terapeuta formado, la IA no puede interpretar estas proyecciones ni confrontar o alertar sobre patrones destructivos. De alguna manera, todo el proceso queda limitado al ser encerrado en su mente y aislado de los otros, como en otras épocas era frecuente en quienes usaban métodos de autoadministración, como eran Tarot, I Ching, etc. usándolo de psicoterapia.
En muchos casos, el uso de la IA como apoyo emocional va de la mano con una reticencia a buscar ayuda profesional. Diversas razones confluyen: costo, estigmatización, accesibilidad y el atractivo del anonimato. Para algunos, hablar con una IA resulta más seguro que exponerse ante un terapeuta humano que podría diagnosticar, etiquetar o confrontarlos. Como siempre el no ir “al psiquiatra”, al especialista en esos temas, por contraposición a otro tipo de problemas físicos, parece ser una protección, en lugar de un peligro.

Este fenómeno no debe desestimarse como mera adicción tecnológica o inmadurez emocional, en la cual la responsabilidad recae en los que la demandan, sino que revela una carencia estructural en los sistemas modernos de salud mental, especialmente en contextos donde la terapia es inaccesible o culturalmente mal vista y, en definitiva, no logramos comunicarnos de manera eficiente en ciertas franjas etarias. En tales escenarios, la IA se convierte en el primer auxilio psicológico.
Varios investigadores como es el caso de Sherry Turkle del MIT ( autor de “Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other”) han advertido desde hace tiempo sobre la “intimidad artificial”, es decir avanzar en el riesgo de que las interacciones emocionalmente cargadas con agentes no humanos sustituyan, en lugar de complementar, los lazos humanos.
A pesar de estas observaciones el papel de la IA en la vida emocional de la Gen Z no es enteramente negativo. Para ciertos individuos en los cuales la interacción humana se dificulta, como en la ansiedad social, o las neurodivergencias o jóvenes aislados y encerrados, la IA puede representar un puente hacia la interacción humana futura. Puede ofrecer ejercicios de terapia cognitivo-conductual, prácticas de mindfulness o simplemente un espacio para verbalizar emociones, con beneficios respaldados por estudios sobre salud mental digital.
Sin embargo, estas herramientas deben considerarse auxiliares, no reemplazos, de la atención profesional, y está quizás sea la principal diferencia al formar parte de un abanico de herramientas que coordine el profesional, para cada situación y momento y de acuerdo a las particulares necesidades de cada individuo.

Los profesionales deben, al igual que el resto de quienes tienen que tratar con generaciones diferentes a la propia, adaptarse a este nuevo paradigma. Entre las preguntas de las entrevistas deben estar al mismo tiempo que las tradicionales, hoy aquellas relacionadas con el uso de redes sociales e IA.
Las escuelas deberían integrar la alfabetización emocional digital en sus programas. Los padres y los educadores deben entender que no es un paradigma a aceptar pasivamente o a combatir, sino a entender que hay un nuevo “jugador/actor” en la escena pero que si bien es bienvenido por los jóvenes como un amigo, carece de ética, no tiene límites o genuina empatía. El tema de la singularidad de la conciencia está en el centro de este dilema.
Al mismo tiempo, este nuevo actor nos obliga a un replanteamiento profundo individual y social. ¿Qué significa sentirse comprendido? ¿La empatía se recibe o se co-crea? ¿Cómo podemos asegurarnos que al volcar nuestras emociones en las máquinas, no perdamos nuestra propia humanidad, quizás nuestra propia singularidad?
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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