
El ex presidente estadounidense Joe Biden fue diagnosticado con un cáncer de próstata con metástasis en los huesos a sus 82 años, una forma de la enfermedad considerada agresiva. Según el comunicado oficial difundido por su oficina este 18 de mayo, el tumor es sensible a las hormonas, lo que abre la posibilidad de tratamientos que podrían controlar su progresión. La información indica que Biden y su entorno familiar están considerando distintas alternativas terapéuticas junto a su equipo médico.
El diagnóstico del ex mandatario reaviva la atención pública sobre una enfermedad que afecta a millones de personas. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se diagnostican alrededor de 1,5 millones de casos nuevos cada año a nivel mundial.
Desde la Sociedad Americana Contra el Cáncer afirman que el cáncer de próstata es el segundo tipo de cáncer más frecuente entre los hombres en Estados Unidos, después del cáncer de piel, y una de las principales causas de muerte oncológica en ese grupo. Según el Instituto Nacional del Cáncer de EE.UU., aproximadamente uno de cada ocho hombres en ese país recibirá este diagnóstico a lo largo de su vida.
Qué es la próstata y cómo se origina el cáncer
La próstata es una glándula del tamaño de una nuez que forma parte del aparato reproductor masculino. Se ubica justo debajo de la vejiga, delante del recto, y rodea la uretra, el conducto que transporta la orina. Su función principal es producir parte del líquido que compone el semen. A medida que los hombres envejecen, tiende a aumentar de tamaño, lo cual puede provocar -en algunos casos- dificultades urinarias, aunque esto no necesariamente indica la presencia de un tumor maligno.

Según la Sociedad Americana Contra el Cáncer, el cáncer de próstata se inicia cuando las células de la glándula comienzan a multiplicarse sin control. La mayoría de los casos corresponden a adenocarcinomas, un tipo de cáncer que se origina en las células glandulares responsables de producir el líquido prostático. Otros subtipos, como los carcinomas de células pequeñas o los sarcomas, son menos frecuentes.
Sus causas exactas aún no se conocen completamente. Sin embargo, estudios citados por la Mayo Clinic y MedlinePlus identifican varios factores de riesgo asociados:
- La edad, especialmente después de los 50 años.
- Los antecedentes familiares.
- Ciertas mutaciones genéticas heredadas.
- La obesidad y el tabaquismo.
Cómo se diagnostica el cáncer de próstata
El diagnóstico de la afección suele iniciarse con pruebas de detección recomendadas a partir de los 50 años, o incluso antes en personas con antecedentes familiares. Dos estudios iniciales son fundamentales, según explican desde el Instituto Nacional del Cáncer de EE.UU.: el examen digital del recto, mediante el cual el médico palpa la próstata a través del recto para detectar irregularidades, y la medición del antígeno prostático específico (PSA), una sustancia producida por la próstata, en sangre. Valores elevados de PSA no implican necesariamente un cáncer, pero pueden indicar la necesidad de más estudios.
Si los resultados son sospechosos, se recurre a una biopsia prostática, que consiste en extraer tejido anormal para ser analizado. Este procedimiento permite determinar si hay células malignas y, en ese caso, su grado de agresividad a través del puntaje de Gleason.
Este sistema clasifica los tumores según cuán anormales son las células cancerosas y su velocidad de multiplicación. Las puntuaciones más bajas (6) indican tumores de crecimiento lento, mientras que las más altas (9 o 10) corresponden a tumores agresivos.

La enfermedad se puede catalogar, además, en estadios del I al IV, en función de su extensión. En el estadio IVB, el cáncer se diseminó más allá de la próstata hacia otros órganos o huesos. El caso de Biden, con metástasis ósea, encaja dentro de esta categoría. Según Mayo Clinic, los tumores localizados en la próstata presentan una tasa de supervivencia a cinco años del 100%, pero esta desciende al 37% en los casos metastásicos.
Cuáles son los síntomas del cáncer de próstata
En las etapas iniciales, el cáncer de próstata suele avanzar de forma silenciosa. Según Mayo Clinic y MedlinePlus, muchos tumores localizados no provocan síntomas evidentes, y en la mayoría de los casos son detectados a través de estudios de rutina o controles preventivos.
Cuando el cáncer comienza a manifestarse, los primeros signos suelen estar relacionados con cambios al momento de orinar. Puede haber dificultad para comenzar a hacer pis, chorro débil, sensación de vaciado incompleto de la vejiga o necesidad de orinar con mayor frecuencia, especialmente durante la noche. Algunas personas también experimentan ardor al orinar o detectan sangre en la orina o en el semen. En ciertos casos, aparece dolor durante la eyaculación.
Si la afección progresa y se disemina fuera de la próstata, los síntomas cambian. Pueden aparecer dolores persistentes en la parte baja de la espalda, la pelvis o los huesos, junto con debilidad muscular, fatiga extrema y pérdida de peso involuntaria. La disfunción eréctil y la incontinencia urinaria también son manifestaciones posibles en fases más avanzadas.

Dado que varios de estos síntomas se asemejan a los provocados por otras condiciones benignas, el diagnóstico diferencial resulta fundamental para evitar errores clínicos y comenzar un tratamiento oportuno.
Estrategias de tratamiento
El abordaje terapéutico depende del estadio, el grado de Gleason, la edad del paciente y sus condiciones generales de salud, entre otros factores. De acuerdo con la Mayo Clinic y el Instituto Nacional del Cáncer, algunas de las opciones incluyen:
1. Vigilancia activa: consiste en monitorear el cáncer sin intervención inmediata. Se utiliza en casos de bajo riesgo, con exámenes periódicos de PSA, resonancias y biopsias. Es una estrategia válida para tumores que crecen lentamente o en pacientes de edad avanzada.
2. Cirugía: la prostatectomía radical implica la extirpación de la próstata y, a veces, de los ganglios linfáticos cercanos. Puede realizarse por vía abierta, laparoscópica o robótica. Es común en tumores localizados, pero puede generar efectos secundarios como incontinencia urinaria o disfunción eréctil.

3. Radioterapia: puede administrarse externamente (radiación dirigida desde fuera del cuerpo) o internamente (braquiterapia, con semillas radiactivas dentro de la próstata). También se utiliza en combinación con hormonoterapia o después de una cirugía para eliminar células residuales.
4. Terapia hormonal: también conocida como terapia de privación androgénica, busca reducir los niveles de testosterona, hormona que alimenta el crecimiento de las células cancerosas. Puede lograrse mediante medicamentos o con una orquiectomía (extirpación de los testículos). Según Mayo Clinic, la terapia hormonal es una de las estrategias iniciales más comunes en pacientes con metástasis.
5. Quimioterapia: es un tratamiento que utiliza medicamentos para atacar las células cancerosas que se multiplican rápidamente. En el caso del cáncer de próstata, se emplea principalmente en etapas avanzadas, especialmente cuando la enfermedad se ha diseminado fuera de la glándula. Su objetivo es reducir la carga tumoral, enlentecer la progresión del cáncer y aliviar síntomas asociados. Puede generar efectos adversos como cansancio extremo, mayor susceptibilidad a infecciones y alteraciones en los nervios periféricos.
6. Inmunoterapia y terapias dirigidas: en casos seleccionados, se utilizan medicamentos que estimulan el sistema inmune o atacan alteraciones genéticas específicas, como las mutaciones en BRCA. También existen terapias radiofarmacéuticas que localizan y destruyen células metastásicas, especialmente en los huesos.

El cáncer de próstata es uno de los tumores más frecuentes en personas con próstata y, en muchos casos, puede mantenerse bajo control si se detecta de manera temprana. Existen herramientas que permiten evaluar posibles alteraciones en la glándula, incluso en ausencia de síntomas. Estas pruebas pueden considerarse en función de factores como la edad, los antecedentes familiares o la presencia de otras condiciones asociadas.
La decisión de iniciar un tratamiento depende no solo del estadio del tumor, sino también del ritmo de crecimiento, la salud general del paciente y sus preferencias. En algunos casos, se opta por la vigilancia activa; en otros, se requiere una intervención más inmediata.
El caso clínico del expresidente Joe Biden se enmarca en un diagnóstico con metástasis ósea y sensibilidad hormonal, dos características que orientan el tipo de tratamiento indicado.
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