
La Argentina es un país particular en muchos aspectos. Los años de malos gobiernos, las interminables idas y vueltas de planteos económicos sin sustento, el profundo deterioro de la moneda, la resistencia a atacar los excesos del Estado en términos de gasto y otras bellezas por el estilo, han hecho que el habitante de este país tome obsesivamente al dólar como referencia insobornable.
Mientras en Brasil un incremento en la paridad con el real no mueve la aguja de la inflación, en la Argentina es sinónimo de precios que se disparan. Por eso los gobiernos que tratan de corregir el rumbo empiezan por controlar de algún modo la evolución de la divisa, aun a riesgo de una apreciación ficticia del peso.
El campo no es ajeno a esta realidad. Si bien la competitividad agrícola en el largo plazo está vinculada más que nada con cuestiones estructurales, en el corto plazo el factor cambiario resulta relevante, según entienden los especialistas de CREA. El análisis es razonable, y se halla estrictamente vinculado con la realidad que rodea a cualquier producto que pretenda exportarse desde un país como la Argentina. Desde luego eso incluye a los granos y sus derivados.

Las medidas que se necesitan para revertir el actual escenario en el largo plazo han sido largamente descriptas por los propios técnicos de CREA y los de organizaciones como la Fundación Producir Conservando, solo por citar algunas de las entidades que han abordado el tema. No hace falta aclarar que la tarea de desatar este nudo empieza por una razonable reforma tributaria, uno de las grandes deudas que arrastra la Argentina. Es a ciencia cierta la primera de una larga lista de asignaturas que siguen pendientes, demora que el agro paga muy caro mediante derechos de exportación que limitan su viabilidad.
Liberar fuerzas productivas demanda terminar con el sesgo anti-inversor que implica contar con una elevada participación de impuestos distorsivos y regresivos. Es necesario achicar la injerencia del Estado en la vida de los argentinos, o al menos de ciertos argentinos que resultan elegidos como chivos expiatorios eternos ante la magnitud del gasto del Estado. El actual gobierno parece decidido a modificar el rumbo errado de las últimas décadas, pero aún transita los primeros casilleros de este juego.
Mientras todo esto se pone en marcha y cobran vida los cambios necesarios, otras cuestiones dominan la escena. Por eso CREA insiste en la utilidad de llevar a cabo un seguimiento del Índice del Tipo de Cambio Real Multilateral (ITCRM), que mide qué tan competitiva es la paridad en Argentina para la soja respecto del resto del mundo.

Para la confección del indicador, el Área de Economía de CREA considera a los principales actores del comercio internacional de productos oleaginosos (Argentina, Canadá, UE-27, Paraguay, Ucrania, Estados Unidos, Brasil e India), ponderados por su participación relativa en función de los montos comercializados por cada país en el último lustro. Al respecto, la competitividad de la soja argentina se ve afectada especialmente por lo que ocurre en Brasil y Estados Unidos, países que representan más del 90% del índice por su participación en el complejo sojero.
Además, el índice también tiene en cuenta el efecto que producen los reintegros y derechos de exportación en la Argentina, que operan aumentando o reduciendo el nivel del tipo de cambio que efectivamente percibe el empresario agrícola.
Del análisis llevado a cabo, surgen grandes saltos para el ITCRM-Soja en el tercer trimestre de 2018 y fines de 2023, períodos en los cuales el peso argentino registró una importante devaluación. También son evidentes las grandes oscilaciones promovidas por las diferentes ediciones del Programa de Incremento Exportador (PIE), más conocido como “dólar soja”, entre septiembre de 2022 y el mismo mes de 2023.

Francisco Anzoátegui, integrante del Área de Economía de CREA, explica que “luego de que a fines del año pasado el ITCRM-Soja registrara el nivel más bajo desde el año 2015, la reducción temporaria de los derechos de exportación implementada durante el último enero por el gobierno nacional impulsó su recuperación. Sin embargo, el indicador que mide la competitividad cambiaria de la soja argentina sigue por debajo del promedio registrado en los últimos veinticinco años”.
Al visualizar el ITCRM-Soja sin derechos de exportación, es factible advertir que el valor se ubicaría en un nivel incluso inferior al vigente con el tributo dos años atrás. “La depreciación de la moneda brasileña y del dólar estadounidense contribuye a licuar la competitividad cambiaria de la soja argentina, lo que agrava el problema en un contexto de precios internacionales decrecientes”, explica Anzoategui.
En buen romance, la actual paridad cambiaria ayuda a confirmar el perjuicio que un impuesto distorsivo puede generar sobre la competitividad de un sector que es el mayor aportante de divisas a la economía argentina. No se resuelve devaluando, pero se agrava en tanto se decide volver a un 33% en materia de derechos de exportación para la soja.
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