“No es querer morir, es querer dejar de sufrir”: la historia de superación de Hernán y su madre

Años de lucha, un diagnóstico equivocado y dos intentos de suicidio: el camino de una mamá y su hijo hacia la sanación después de mucho esfuerzo

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La historia de un jóven que sufre TLP e intentó suicidarse en dos oportunidades

De espaldas a la cámara, de frente a la vida: así está Hernán hoy. Después de un proceso muy largo y muy difícil, que sabe que no concluirá nunca, pero que ya no aprieta, no atosiga; que ahora, de a poco, alivia. Y así está hoy, después de no comprenderse, y de que no lo comprendieran. Después del bullying, de una secundaria que fue una tortura, de un ansiado respiro que no llegaría al concluirla, como lo esperaba. Después de un diagnóstico médico fallido, de una medicación psiquiátrica errónea. Y de dos intentos de suicidio. Con una mamá que se encontró perdida en un principio, sin saber cómo reaccionar, qué hacer, qué decir. Pero con quien Hernán siempre se encontró: esa mamá estuvo ahí en cada momento, aún en los más delicados. Aprendiendo a ser madre.

Hoy, este Hernán de 26 años se sienta con Infobae. Pide hacerlo de espaldas a la cámara. Para preservarse, para cuidarse. Para priorizarse. Comprende, al fin, que lo más importante es aquello que va a contar: su historia. Porque con sus palabras lo muestra todo y busca “brindar un poco luz a quien está luchando”. Tanto como lo hizo él. A su lado se sienta Claudia, que también tiene mucho para decir: “Necesitaba ser la madre de mi hijo y no sabía cómo hacerlo”.

“Necesitaba ser la madre de
“Necesitaba ser la madre de mi hijo y no sabía cómo hacerlo”, afirma Claudia en esta entrevista con Infobae

—Hernán, ¿cómo fue tu infancia?

—Fue complicada, entre comillas. Me crié con mi abuela porque mi mamá tenía que trabajar. Mi papá no apareció nunca: se fue con mi mamá estando embarazada. Mi infancia y mi adolescencia fueron entre algodones, con mucha sobreprotección, tanto de mi abuela como de mi mamá, y eso terminó también desembocando en todo lo que pasó después. Terminó marcando bastante. Por lo que recuerdo, yo era un nene alegre. Tenía mis problemas de decir… bueno, me da mucha timidez lo social, aunque tenía mi grupo de amigos en la primaria, mi grupo de amigos en la secundaria.

—Claudia, ¿cómo era ser mamá de Hernán?

—Maravilloso porque siempre fue un chico muy empático con el resto, muy sensible y muy alegre. Como una bolita de mercurio: todo el tiempo en movimiento. Mucha naturaleza: le gustaba estar en el jardín, entre las plantas. Y jugar a la pelota y todo ese tipo de cosas. Y era un chico amado: lo amé desde que tengo memoria de mis ganas de ser madre. Para mí fue una bendición.

—¿En algún momento todo se empieza a poner un poco más oscuro?

Hernán: —Sí, podríamos definirlo de esa manera. Es como que te empezás a desconectar, dejás de hacer las cosas que solías hacer. Empiezo a estar un poco más desalineado, dejo de bañarme, dejo de comer. Eso es lo que se ve en general, porque es muy particular la salud mental: a mí me puede pasar algo y a otra persona le puede pasar otra cosa totalmente distinta, y sigue siendo una problemática.

—¿Qué edad tenías?

Hernán: —Me empecé a desconectar a los 14, 15 años; quizás 16. Empecé a sufrir las gastadas en el colegio, y me empezaba a costar cada día más sociabilizar.

—¿Había bullying en el colegio?

Hernán: —Sí, sí. Por ejemplo, me han gastado tres años con la nariz. Yo trataba de reaccionar y como era peor, empecé a tolerar, a aguantar. Y no decía nada porque sé que mamá es bastante confrontativa: iba a ir a hablar con los directivos del colegio, y sería aún peor.

—Hablar es lo que corresponde, porque es la escuela la que tiene que hacerse cargo de esas situaciones con los chicos.

Claudia: —Sí. Con toda la información que nosotros manejamos después de estos siete años de historia, hay cosas que no corresponden, que se normalizan mucho. Nunca corresponde el maltrato hacia otra persona. Y si vos sos un directivo de una institución educativa tenés que estar a la altura de las circunstancias e intervenir como corresponde. Resolverlo, de alguna manera. Pero no sucedió.

Hernan quiere contar su relato
Hernan quiere contar su relato para ayudar a otros, pero prefiere no mostrar su imagen actual

—Cuando te empezás a desconectar, ¿qué fue lo primero que dejaste de hacer?

Hernán: —Se dieron otras situaciones previas; me empezaba a castigar, entre comillas: comía comida chatarra a full o me la pasaba jugando videojuegos. Son cosas que por ahí uno se las atribuye a la edad, pero también pueden significar un problema y decir “bueno, estoy tapando”. En esa época, en la secundaria, no había tantos signos marcados, evidentes, sino que era acumular adentro. Los signos que dijeran “me pasa esto”, aparecieron después.

—Ahí empieza un camino, que continúa.

Hernán: —Sí. Un camino en picada hasta el 2017.

—En ese momento, Claudia, ¿vos te dabas cuenta de que Hernán estaba sufriendo o no se veía?

—En la secundaria, no. Se vio después.

—¿Fue un gran esfuerzo terminar la secundaria?

Hernán: —Académicamente hablando, no me costó. Pero por todo lo que llevaba adentro, era una tortura ir. Pero no sé si podría llamarlo un alivio, decir: “Bueno, egreso y se acaba”. La verdad es que no se acabó.

—¿Y qué pasó?

Hernán: —Todo lo que fui acumulando durante años quedó ahí, acumulado. Y quedé marcado: me iba metiendo cosas yo mismo a través de los pensamientos, de cómo me veía. La bola de nieve empezó en la secundaria y después, siguió.

—¿Cómo empezaste a sentirte?

Hernán: —Raro. Esa es la palabra: raro. Estaba más irritable, desganado. No tenía absolutamente ganas de nada. No sabía claramente lo que me estaba pasando; se lo atribuía a las situaciones del momento. Por ahí pasaban semanas que no me bañaba. Me había mudado solo y ella (por su mamá) me cocinaba para la semana, y por ahí me iba a visitar al fin de semana siguiente y todavía tenía la comida en la heladera. Yo no comía. O comía muy poco.

Hernán y Claudia, una historia
Hernán y Claudia, una historia de lucha y superación contra el Trastorno límite de personalidad

—Claudia, ¿vos te diste cuenta en ese momento de la situación de dejadez, de abandono?

—Sí. Te vas dando cuenta. Funciona como ese sueño en el que vos te tropezás y caés, y vas en caída, pero te pasa todo en cámara lenta: ves que algo está pasando pero no tenés reacción. Sí habíamos visto la pérdida de peso: así, con la estatura que él tiene, pesaba 55 kilos. Pero hacíamos chequeos clínicos y estaba todo en orden. Suponíamos que era estrés, pero era esto que él dice: perder las ganas de hacer lo que habitualmente le da placer. Una autoestima totalmente socavada.

—Cuando alguien pierde las ganas, aparecen muchos alrededor diciendo: “¡Pero dale! Tenés todo, ponele voluntad, levantate”.

Claudia: —Te juro que iba a decir lo mismo. Es como si a un asmático le decís: “¿Por qué te ahogás si hay tanto aire para que respires?”. Lo que pasa es que hay mucha desinformación, pero no porque no circule en los medios. Si tenés un familiar con un diagnóstico médico, es tan simple como googlear: “Cómo ayudar a una persona con depresión”. Y tenés un montón de tips. No todos funcionan, pero eso lo vas viendo. Es marcha y contramarcha porque el camino no es lineal: tenés las subidas, las bajadas, vamos un paso para adelante, tres pasos para atrás, y así, es el día a día. Si el entorno funciona como tuviera que funcionar, como red de contención, es maravilloso porque la persona se siente habilitada a contar lo que le pasa sin el prejuicio, sin esto de decir: “Che, ¿no te pensás bañar? ¿Otra vez durmiendo?”.

—Hernán, cuando te fuiste a vivir solo y estabas estudiando, ¿cómo te mantenías?

Hernán: —Estaba en un terciario, regido por la Cámara de Comercio Alemana, y tenía una pasantía: era un mes de trabajo y un mes de estudio. Entre esa ayuda económica y un poco de su parte también (por su mamá), pude alquilarme un departamento y mudarme. Así lo solventaba.

—Pero tenías cada vez menos ganas.

Hernán: —Sí. Lo peor de todo fue que dejé de jugar videojuegos, que a mí me encanta. Y ya cuando no disfruto eso, es porque hay algo que está mal. Pero no lo terminé de entender hasta que caí internado.

—¿Cómo terminás internado?

Hernán: —Tuve una discusión por teléfono con una amiga que tenía en ese momento. Yo no acepto cumplidos, me ponen incómodo, todo por este mismo tema. Y mi amiga, en lugar de decirme cosas lindas, aplica psicología inversa: “Te digo cosas malas”. Y en ese momento me intenté suicidar. En este departamento en el que vivía, mi mamá se había mudado conmigo para estar más cerca, por recomendación médica, porque yo ya estaba en tratamiento.

El rol del entorno es
El rol del entorno es vital en el proceso de recuperación de la salud mental

—¿Había un diagnóstico?

Hernán: —Depresión mayor. Después de esa discusión, me comunico con otra amiga que tenía y le digo: “Esta noche te quedás sin amigo”, una cosa así. Es un pedido de ayuda, dentro de todo, de la manera que sale.

—Avisaste.

Hernán: —Y esa amiga me llamaba y me llamaba y me llamaba. Me decía: “Avisale a tu mamá, avisale a tu mamá”. Y entonces la llamo: “Má, me quise suicidar”. Discutimos, porque ninguno de los dos entendía lo que estaba pasando. Yo tampoco. O sea, yo sabía que no quería vivir más, que no quería estar más en este plano, que no toleraba más, y ella no entendía por qué no quería estar más en este plano. Me internan en un hospital y una semana después yo estaba totalmente desconectado de todo, incluso de lo que me estaba pasando. Yo le decía a ella: “Esto es lo más parecido a un hotel. Tengo mi propia habitación con el baño, las comidas todos los días”. A la semana siguiente me intento suicidar de vuelta, adentro del hospital. Hago todo el tratamiento. Cuando me dan el alta tuve dos internaciones más, chiquitas. Estuve un mes la primera internación y después, dos fines de semana. Y a partir de ahí, seguí con tratamiento ambulatorio.

—Quiero ir para atrás.

Hernán: —Sí. Voy muy rápido...

—Claudia, evitemos por favor los detalles, pero vos con ese aviso pudiste desactivar la situación.

Claudia: —Literalmente, la situación ya estaba desactivada gracias a su amiga, la que tenía en el teléfono, que es la que le insistió y le insistió, y lo llamó para que él me avisara a mí. Cuando voy a la habitación a verlo, él tenía en la mano algo, que es lo que había utilizado, y el teléfono estaba arriba de la cama, abierto, como que estaba hablando con alguien. Agarro el teléfono y su amiga me dice: “Me quedo tranquila que ya estás con él”; “Sí, vos quedate tranquila, yo me ocupo”. Lo agarro de las manos y tuvimos esta discusión. Él ya estaba fuera de peligro. Lo primero que hice fue llamar a su psiquiatra: “Mirá, acaba de pasar esto. ¿Qué hago?”; “Andá a la guardia de salud mental que tenga por su obra social y seguramente lo van a tener que internar”.

—¿Él aceptó ir?

Claudia: —Sí, aceptó. Le dije: “Vamos a tener que hacer esto”; “Vamos”. Y esa noche queda internado.

—¿Y vos, qué sentiste?

Claudia: —El infierno. Sos consciente de que es lo que él necesita, porque necesita de una ayuda y una asistencia que vos no podés darle porque no tenés el conocimiento. Esa noche yo quedé internada junto con él. Al cuarto día los médicos me dicen: “Usted ya puede irse y volver todos los días, en los horarios de visita; él se queda acá”. Lo internamos un sábado a la noche; al domingo siguiente terminaba de llegar a mi casa y me suena el teléfono: “Le hablamos del hospital, tenemos una situación con su hijo, necesitamos que venga”. Dejé todo en el aire y salí. Cuando llegué al hospital me encontré lo peor que te podés imaginar como madre: tu hijo atado a una cama. La imagen es feroz. Si bien es un método de contención, normal para la situación, para vos, como mamá, no es para nada normal.

Hernan: “Sería mentir decir que
Hernan: “Sería mentir decir que estoy diez puntos, pero sé que a pesar del dolor, quitarme la vida no es la solución”

—¿Hasta ahí seguías con el mismo diagnóstico de depresión?

Hernán: —Sí, estuve con ese diagnóstico por unos cuatro, cinco años.

—¿Vos creés que de verdad te querías morir o estabas pidiendo ayuda?

Hernán: —En mi caso en particular, y creo que esto se replica en general, no es querer morir: es querer dejar de sufrir. El sufrimiento es tan grande que uno busca la forma de compensarlo. Alguna gente se lastima sin suicidarse y otra gente se suicida.

—Es muy importante aclarar que en estos casos se suele buscar un detonante y no es así, siempre es algo mucho más complejo, profundo y tiene que ver con la salud mental y no con alguna situación particular.

Se malinterpreta con esto del detonante: “Bueno, se suicidó porque la novia lo cortó”, y que le cortara la novia fue la gota que rebalsó el vaso. Vas acumulando y vas acumulando y vas acumulando, y después eso explota, en algún punto.

—En un momento cambió el diagnóstico.

Hernán: —Sí, cambió. No recuerdo bien si fue en 2021 o 2022. Voy cambiando de terapeuta cuando veo que no hay progreso. Ahí hay un tema importante: poder cambiar de terapeuta para tener una visión distinta.

—Y ahí también hay una demostración, aunque sea chiquita, de ganas de estar bien. Decir: “Por acá no es, y yo quiero estar bien”.

Hernán: —Sí.

Claudia: —Y tiene que estar a gusto con el terapeuta. Sentirse por lo menos contenido.

Hernán: —Tiene que ser un espacio de confianza porque estás exponiendo absolutamente todo lo que te pasa. Yo cambié de psiquiatra porque la psiquiatra que tenía era muy pasiva en la situación.

—Cuando Hernán sale de esa internación, ¿cómo sigue? ¿Vuelve a su casa?

Claudia: —Después de ese primer mes lo mandaron a hacer hospital de día con diferentes actividades, incluida terapia multifamiliar. Es algo que no tengo cómo definirlo por lo fuerte de los testimonios de los demás chicos... Si bien te servía para entender que no te pasaba solamente a vos, la cantidad de chicos, de 18 a 23, era infernal. También había gente mayor, gente grande con estas mismas problemáticas, contando lo mismo: “En mi familia no me entienden, me tratan de vago porque no puedo trabajar”; “En mi familia me dicen que soy un sucio porque no me baño”. Por eso hablaba de una red de contención, que es súper fundamental. Nosotros no tuvimos esa suerte: la peleamos mucho tiempo solos, no porque no tuviéramos gente que nos quiera, sino porque tenemos gente que no entiende.

Claudia tuvo que hacer un
Claudia tuvo que hacer un gran trabajo para entender y acompañar a su hijo en el proceso de sanación

—¿Vos sentías que tu mamá entendía lo que te estaba pasando?

Hernán: —No. La verdad que no. Se notaba que no entendía. Ella expresa en su momento que sentía culpa: “¿Por qué no lo vi?”. Y yo siempre le respondo: “No lo viste y no lo entendías, pero tuviste la capacidad de cambiar, entenderlo y lograr acompañarme. Pudiste no haber cambiado y haberme dejado a la deriva, y capaz yo no estaría acá hoy”. Siempre se lo recalco.

—¿Te pudo acompañar?

Hernán: —Sí. El cambio que hizo es muy grande. Y fue fundamental todo su acompañamiento, la paciencia que tuvo, porque esto tiene altos y bajos, todo el tiempo. Por ahí tengo mis rachas de que estoy mal, y ella tiene la paciencia a full.

—¿Hubo un cambio en el diagnóstico y en la medicación?

Hernán: —Sí. La psiquiatra que yo tenía era muy pasiva. Iba todos los meses y me decía: “Bueno, seguimos igual”, y seguimos igual, así por un buen tiempo, hasta que digo: “Bueno, yo voy a cambiar”.

—”Seguimos igual”, pero vos la estabas pasando horrible.

Hernán: —Sí. Porque además estaba… ¿Cómo decirlo? Estaba dopado, básicamente. Tenía muchísima medicación encima. Estaba muy planchado, muy planchado. Y fui queriendo hacer actividades a lo largo de los años: intenté dibujo, intenté teatro, intenté aprender idiomas; ahora estoy intentando aprender programación y queriendo conseguir un trabajo y demás. Y en teatro, justamente, me hice amigo de una chica que también tenía problemas de salud mental. Ella me recomendó su psiquiatra y la repegué con esa psiquiatra.

Claudia: —Es lo mejor que nos pudo haber pasado en la vida…

Hernán: —Ella me cambió el diagnóstico, que sinceramente ahora no me acuerdo cuál era, exactamente. No era depresión.

Claudia: — TLP. Trastorno Límite de la Personalidad. Es muy difícil llegar a ese diagnóstico porque las patologías de salud mental se tocan en muchos puntos: todo parece lo mismo, pero no lo es. Su depresión existió pero porque su cuadro principal, TLP, nunca había sido tratado.

Hernán: —Me cambian la medicación. En mayo del año pasado, un año y medio después, me dieron el alta farmacológica. Entonces, ahora estoy sin medicación. Piloteándola, luchándola como siempre, pero sin medicación. Y te sacás esa mochila que para uno es estar tantos años tomando medicación. De repente, ya está. Pero costó un montón.

—¿Y cómo está el sufrimiento?

Hernán: —A flor de piel. Sería mentir decir que estoy diez puntos. Tengo altos y bajos. Tengo una mala racha: estoy muy tirado, me cuesta sentarme a hacer los cursos, buscar un trabajo. Pero por lo menos sé que, a pesar de todo el dolor, quitarme la vida no es la solución. Puedo sufrir un montón y la paso mal, pero no es la salida.

Claudia: —¿Sabés qué cambió? Cambió él. De “quiero dejar de estar para no sufrir” a “quiero conseguir un trabajo para sentirme mejor”, el cambio es abismal.

—Antes de empezar a charlar me hablaste de ansiedad.

Hernán: —Sí.

—¿Es parte del mismo trastorno?

Hernán: —Por lo que yo tengo entendido es otra patología, distinta. La ansiedad va por otro lado. No llega a ser pánico lo mío, pero me pongo muy tenso y la paso mal, principalmente en situaciones sociales. Me ha pasado en cumpleaños de amigos, que está lleno de gente porque mis amigos son personas muy sociales, que yo voy y me quedo en un rincón, recontra tenso, porque me pone tenso la situación social. Y es un conflicto: quiero ir pero me cuesta, me pone en un bloqueo.

—Pero vas. Y es un montón.

Hernán: —Voy. Y es un montón, sí.

—Claudia, ¿me explicás un poquito más que es el TLP o el Trastorno Borderline?

Claudia: —Es como una balanza desbalanceada. Un día estamos acá, y capaz que es un día entero o capaz que es un rato, y después vamos pum para arriba. Cuando estamos para abajo tratamos de desenfocar lo que te está provocando esto. La frase que yo le digo siempre es: “Yo ya sé que no es fácil, pero no le pongas la silla. Abrile la puerta, que entre; y abrile la otra puerta, que salga. En la medida que vos puedas, con las herramientas que vos encuentres”. Pero es muy complicado. Uno cree que cuando lo medican ya está: es como una gripe, te tomaste la medicación, te hizo efecto, está todo bárbaro. Y después vas viendo que no, que no está todo bárbaro. Y a vos te va comiendo la cabeza, decís: “Quiero verlo bien, quiero que salga, quiero que vuelva a ser el chico que era antes, que salía con los amigos, que iba a trabajar, que iba a estudiar. Lo quiero ver pleno”. Y te vas dando cuenta de que no va a ser el mismo muchacho. Tal vez sea una versión mejorada, pero el mismo que tenías antes, no. En un momento le pedí a él que le consultara a la psiquiatra si en los últimos dos minutos de la sesión podía hablar con ella, para ver qué más podía hacer yo. Entonces, me dio cinco minutos. Le planteé lo que necesitaba preguntarle. Y me dice: “Lo único que tenés que hacer es ser es su mamá”. Y yo dije: “¿Cómo se hace eso?”. Me descolocó totalmente porque eso significaba que yo tenía que ser otra persona distinta a la que lo venía acompañando. Abordar el tema desde otro punto. ¿Qué hice? Me busqué una terapeuta. “¿Por qué estamos acá reunidas? ¿Por qué querés empezar terapia?”, me dice: “Porque yo necesito ser la madre de mi hijo y no sé cómo hacerlo”.

—Había que aprender a ser mamá de este hijo.

Claudia: —Exacto. Y me parece que voy aprendiendo…

—Es lo que vos decías recién, Hernán: tu mamá aprendió.

Hernán: —Sí. Es tener un poco esa… voluntad no es la palabra, que estoy buscando, justamente, porque no cabe en esta charla.

—Es la sabiduría de entender que esto te estaba pasando a vos.

Hernán: —Claro. Es tener la curiosidad de cambiar para entender mejor. Porque a veces es mejor no ayudar o no decir nada, que ayudar o decir las cosas de manera equivocada, porque eso es mucho peor.

Claudia: —La idea de mi terapeuta es: “Sentate; mientras te tomás un mate, que tu hijo patalee para que salga de donde está; cuando salga, vos lo acompañas. El trabajo es de él, vos no podés hacerlo por él”. “¡¿Cómo voy a estar yo sentada así, tejiendo al crochet, mientras el pibe viene remando en dulce de leche?!”. “Es su vida y es su trabajo salir de donde está. Vos lo estás esperando para acompañarlo”, me dice. Entonces es una definición enorme porque no estás acostumbrada a ser esa clase de madre. Aprendí que podés acompañarlo desde el silencio: nada más te sentás al lado de él, o compartís un mate, o compartís música, o charlás, si él tiene ganas de hablar.

Hoy Hernan ya fue dado
Hoy Hernan ya fue dado de alta farmacológica

—Hernán, ¿festejaste esa alta?

Hernán: —Sí. A medida que me iba sintiendo mejor, o que iba logrando pequeñas cosas, decía: “Bueno, ¿cuándo?”. Ya estaba podrido de tomar medicación, cuatro pastillas a la mañana, dos a la noche. “¿Cuándo dejo de tomar pastillas?”, decía, porque no quiero tomar pastillas el resto de mi vida. No es algo crónico lo que me pasa o algo que requiera de una medicación crónica, el resto de mi vida. En realidad el alta fue un poco de prepo: “No hace falta que nos veamos más”, me dijo la psiquiatra. Me acuerdo que corté con ella y fui corriendo, llorando, a decirle a mi mamá: “Me dieron el alta”.

Claudia: —¿Sabés qué es lo mejor? El alta le llegó el día después de mi cumpleaños. Así que tuvimos un súper regalo. Pero todo fue mérito suyo.

Hernán: —Sí, fue un gran festejo.

Claudia: —Fue un gran esfuerzo y un gran trabajo.

—En terapia, ¿seguís?

Hernán: —Sí. Ahora vengo en un bache de terapia: hace más o menos un mes que no estoy teniendo y se nota bastante que no sale lo que tiene que salir. Son altos y bajos, y decir: “Bueno, ahora no estoy tan bien”. A veces, en mi largo camino de estos años, veo que hay algunos terapeutas que no entienden del todo cómo funciona una persona que tiene esta problemática, o es muy de libro lo que hacen. Entonces te da experiencia, por así decirlo: lo entendés, y te pone en perspectiva de cómo funciona todo.

Claudia: —Hay una cosa que me parece importante, si me permitís aclararlo.

—Claro que sí.

Claudia: —A una persona con depresión, la familia normalmente la deja sola porque, bueno, es adulto, puede arreglarse. Y no. Yo puse mi vida en suspenso; uno no espera que toda la gente haga lo mismo, pero es necesario. La gente no quiere hablar de suicidio. Vos te rompés una pierna y todo el mundo corre a firmarte el yeso, pero decís que tenés depresión y desaparecen. La gente tiene la creencia de que hablar de suicidio es darle la idea a la persona para que se suicide, y la persona en realidad no necesita la idea porque lo que quiere es terminar con su sufrimiento. Pero si le hablás de esto le estás habilitando el espacio para que diga: “Bueno, puedo hablar con alguien que me entiende”. Él tuvo varias amigas que conoció en su internación, y algunas personas cercanas decían: “¿No puede buscarse gente normal para hacer amigos?”. La gente que tiene estas problemáticas es gente normal, nada más que tiene esta problemática. La ventaja de que tuviera amigos con su misma problemática es que podía hablar y que lo entendieran. Sus amigos le decían: “¿Y no podés pensar en no suicidarte?”. Y… si pudiera lo haría, ¿no? Son frases muy crudas para una persona que lo está sufriendo.

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