
En el mapa mundial del vino, Perú aparece como una nota al pie. Pero para quienes comenzaron a mirar más allá de los referentes tradicionales, las etiquetas peruanas empiezan a contar historias distintas. El clima extremo, los suelos desérticos y una diversidad de uvas que no sigue las reglas del mercado son condiciones que hasta hace poco parecían obstáculos. Hoy se están transformando en el núcleo de una propuesta distinta, que habla desde la tierra y busca su espacio en una industria dominada por potencias del sur.
En el país de la biodiversidad y de una cocina celebrada mundialmente, la conexión entre el vino y la identidad empieza a cobrar fuerza. La producción aún es limitada, pero hay señales claras: más productores pequeños, más consumidores exigentes, más apuestas por cepas patrimoniales. Y aunque todavía se percibe una distancia considerable frente al consumo y prestigio de países vecinos como Argentina o Chile, la percepción comienza a girar.
Esa transformación no ocurre sola. Parte de ese empuje lo están dando espacios como Hay más Vino, una iniciativa que desde octubre de 2023 permitió visibilizar más de 600 etiquetas de distintos orígenes y promover una conversación distinta en torno al vino. Melina Bertocchi, periodista y sommelier a cargo del evento, resume así el espíritu del proyecto: “Contamos historias a través de la copa. Los vinos hablan, se expresan, muestran su personalidad a partir del lugar en el que nacen”.
El recorrido del vino peruano está lejos de completarse, pero ya dejó de ser un experimento para pasar a ser una apuesta. La diferencia la hacen las cepas que crecieron aquí, las técnicas que respetan su singularidad y un público cada vez más dispuesto a escuchar lo que el vino nacional tiene por decir.
Cepas que cuentan otra historia

En un escenario dominado por varietales internacionales, el Perú comienza a ganar notoriedad gracias a su riqueza patrimonial. Las llamadas cepas criollas, muchas de ellas con siglos de presencia en el país, comienzan a emerger como protagonistas. No son nuevas, pero están siendo redescubiertas.
Entre ellas, la Quebranta encabeza la lista. Tradicionalmente usada para la elaboración de pisco, esta uva muestra hoy un perfil sorprendente cuando se vinifica en seco. “Da vinos blancos o anaranjados de cuerpo medio, con notas a frutas tropicales, flores y tierra”, señalan en diversas fichas técnicas. Otra cepa clave es la Negra Criolla, emparentada con la Listán Prieto española, que en Perú adquiere una personalidad distinta: tintos ligeros, de taninos suaves y acidez vibrante.
El Torontel y la Moscatel de Alejandría, más conocidas por su rol en piscos aromáticos, también están ganando terreno en la vinificación de blancos secos o semisecos. En zonas como Moquegua y Cañete, bodegas pequeñas vienen ensayando largas maceraciones con la Mollar, otra cepa histórica que podría aportar una nueva capa de complejidad al portafolio nacional.
“La riqueza del país está en sus uvas patrimoniales”, afirma Bertocchi. Para ella, apostar por estas variedades es también una decisión de identidad. “El verdadero potencial del país reside en explorar y promover la riqueza de su patrimonio vitivinícola”, sostiene.
Aunque las criollas despiertan interés, el mercado también pide familiaridad. Por eso, muchas bodegas peruanas han introducido variedades internacionales desde los años ochenta. En Ica y Moquegua, el Cabernet Sauvignon produce tintos estructurados. El Syrah, por su parte, se adapta bien al clima cálido y da vinos especiados, con notas a frutas negras.
En menor medida, otras uvas como el Malbec, Tannat, Petit Verdot, Sauvignon Blanc y Chardonnay han encontrado su espacio. No buscan replicar el modelo argentino o francés, sino ofrecer una versión local, influida por la luz intensa del desierto y la cercanía del mar.
Un consumidor en transformación

El crecimiento de la industria no solo depende de la oferta, también del consumidor. En el Perú, el consumo per cápita de vino se duplicó después de la pandemia, pasando de 1.8 a 3 litros al año. Aunque estas cifras aún distan de los 24 litros de Argentina o los más de 60 en Europa, hay un segmento en expansión que apuesta por vinos boutique y experiencias distintas.
“El consumidor peruano de vino es cada vez más curioso y exigente, en particular las nuevas generaciones”, señala Bertocchi. Según la sommelier, los asistentes a Hay más Vino pertenecen a esa generación X y millennial que busca bebidas con sentido, que valoran la sostenibilidad, la trazabilidad y la singularidad del producto.
Este cambio en los hábitos de consumo también se refleja en las importaciones. Ya no solo se importa por volumen, sino por concepto. Vinos biodinámicos, orgánicos o con certificaciones especiales empiezan a aparecer en cartas de restaurantes y tiendas especializadas.
Regiones y microclimas en juego

El mapa del vino peruano no se limita a Ica, aunque esta región sea el epicentro. También Moquegua, Tacna, Arequipa y algunas zonas de Lima están en la jugada. Cada una aporta un perfil distinto, marcado por microclimas, altitud y técnicas específicas.
Ica produce tintos y blancos con Quebranta, Negra Criolla y Moscatel de Alejandría. Moquegua se perfila como estrella emergente con sus Quebrantas vinificadas en seco. Tacna ofrece mezclas interesantes, especialmente con Negra Criolla. Arequipa recupera técnicas antiguas en regiones con historia vitivinícola, mientras que Lima, con menos tradición, aparece con etiquetas frescas y experimentales.
Algunos expertos comparan el terroir peruano con zonas como Mendoza (Argentina), el Valle del Elqui (Chile) o Jumilla (España), pero con una diferencia clave: en Perú, el viñedo convive con el desierto y el mar, generando una interacción única entre salinidad, frescura y concentración.
El evento que consolida la tendencia

En este contexto de creciente atención al vino de autor, Lima se prepara para recibir la cuarta edición de Hay más Vino, que se llevará a cabo el viernes 23 y sábado 24 de mayo en el Hotel Hyatt Centric de San Isidro. Durante dos días, se podrán degustar más de 600 etiquetas de diferentes orígenes, desde Perú hasta Italia, Alemania o China.
“Mostramos vinos que tengan un sentido, una filosofía detrás de ellos”, explica Bertocchi. La selección incluye bodegas con certificaciones orgánicas, prácticas biodinámicas y una clara responsabilidad ambiental. Perú estará representado por etiquetas como Intipalka, Finca Rotondo y Pampas de Ica, junto a exponentes internacionales como Paso a Paso (Argentina), Roda (España) y Alma Gemela (Mendoza).
El evento incluirá 15 degustaciones por entrada, una copa Stolzle, y actividades paralelas como masterclass, DJ sets y opciones gastronómicas. Entre los invitados destaca Mariana Onofri, fundadora de Onofri Wines y creadora de la línea Alma Gemela, quien compartirá su experiencia desde Mendoza con variedades como Bonarda, Garnacha o blends blancos de Marsanne y Roussanne.
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