
La vigorexia es un trastorno de salud mental que, muchas veces, pasa inadvertido. Se trata de una obsesión por el crecimiento muscular y la fuerza física. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5) la clasifica dentro de los trastornos obsesivo-compulsivos, en el marco de la dismorfia corporal.
Esta obsesión se traduce en rutinas de entrenamiento extenuantes, acompañadas de hábitos que buscan alcanzar un ideal de cuerpo “grande y fuerte”, asociado —muchas veces errónea e intuitivamente— con salud y bienestar.
La persona puede ser funcional: inteligente, socialmente adaptada y emocionalmente estable. Sin embargo, sobreestima el ejercicio físico, diario, y lo convierte en el eje de su bienestar. El problema se agrava cuando se incorporan suplementos, esteroides y otras sustancias ilegales sin supervisión médica, lo que multiplica los riesgos para la salud, especialmente por la combinación no controlada de estos productos.
Detrás de la necesidad de una musculatura extrema, suele haber una profunda insatisfacción con la imagen corporal y una autoestima frágil. En muchos casos, hay antecedentes de experiencias traumáticas —maltratos, abusos, vínculos inestables o abandono— que no fueron elaboradas adecuadamente. El cuerpo se convierte, entonces, en el terreno donde se intenta reparar los daños emocionales profundos. La fuerza física se transforma en símbolo de protección, seguridad y valía personal.
El cuerpo se convierte, entonces, en el terreno donde se intenta reparar los daños emocionales profundos.
El intento de “sanar” y superar los vínculos y déficits padecidos, a través del cuerpo y los rendimientos musculares, sin un abordaje psicológico, se vuelve insuficiente. La estrategia de sobrecompensación —centrada en el rendimiento físico— no puede resolver conflictos internos no elaborados, de índole psicológica. Y cuando las conductas vigoréxicas son validadas o admiradas por el entorno, el problema se refuerza: se legitima el camino equivocado hacia la auto-aceptación y la valía personal.
En el fondo, la persona busca sentirse aceptada y respetada, construir un yo fuerte que disimule las heridas emocionales. No es casual que muchos se motiven con frases como “Sé fuerte”, “Nadie podrá contigo”, o “No seas inepto”, que funcionan como mantras de auto-superación, pero también de negación del sufrimiento.
En una sociedad que valora el rendimiento físico y la imagen como sinónimos de éxito, los comportamientos y hábitos de sobre entrenamiento no solo se toleran, sino que pueden ser aplaudidos; pasando desapercibido el trastorno vigoréxico.
Es fundamental visibilizar que la vigorexia es un trastorno serio, con riesgos reales para la salud física y mental. Concientizar, acompañar y ofrecer espacios de psicoterapia es clave. Ningún entrenamiento físico, por más disciplinado que sea, puede reemplazar el trabajo profundo que requiere sanar heridas emocionales, y las secuelas de vínculos caóticos o traumatizantes. Cuidar el cuerpo es distinto que cuidar la mente. Y eso, debe ser reflexionado al considerarse el bienestar. Es un error compartido por quienes padecen el trastorno, sentir que el bienestar dependerá exclusiva y acentuadamente de los rendimientos físicos y musculares, así como de la imagen construida en este sentido.
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