
No hace tanto tiempo que hemos descubierto y legitimado los efectos devastadores del estrés, y cada vez reconocemos más la necesidad de prevenirlo y tratarlo. También tenemos información acerca de las patologías psiquiátricas graves. Sin embargo, si bien hace años que conocemos los síntomas de las neurosis, aún falta conciencia acerca del daño que producen en la salud, en los proyectos vitales y en los vínculos.
Esas formas de locura que no parecen demasiado graves son enfermedades psíquicas y, para cada persona, éstas se van a expresar en alguna de tres áreas: el cuerpo, la mente y la relación con el mundo. Aunque se pueden combinar en una misma persona varios de estos trastornos.
Algunos expresan su rabia, tristeza o ansiedad con dolores y molestias físicas: contracturas musculares, problemas digestivos, insomnio, dolores de cabeza, conflictos con la sexualidad. Esa expresión del conflicto a través del cuerpo es lo que llamamos neurosis histérica.
Otros viven en un estado de preocupación permanente, con ideas recurrentes, ansiedad, dudas interminables para tomar decisiones, pensamientos sin salida. También con la necesidad de organizar rituales fijos y absurdos para realizar sus actividades cotidianas. Una necesidad de hacer las cosas a la perfección que al final los hace más ineficientes. La eterna ruedita del hámster que los lleva al agotamiento mental y a la postergación de proyectos y desafíos. Allí estamos hablando de la neurosis obsesiva.
También están los que tratan de evitar lugares o actividades necesarias para su vida o tienen miedo de hablar con otros. Aplazan un trámite simple, no se animan a enfrentar una entrevista laboral o una reunión social y les cuesta hacer amigos o formar pareja. Fobia es el nombre de este tipo de neurosis.
Todos estos síntomas conducen a la angustia, el malhumor, la insatisfacción y la pérdida del entusiasmo y la alegría de vivir. Algunos lo justifican diciendo “es mi raye, yo soy así”. Otros los tienen que soportar en su entorno y creen que se trata de caprichos, vagancia o algún modo de victimizarse. No es así. Se trata de una discapacidad emocional progresiva e invalidante.
Hoy sabemos, y cada uno sabe por experiencia, que son conductas que no podemos manejar a través de una decisión voluntaria. Es necesario saber que las neurosis no son sólo enfermedades con cierto grado de discapacidad psicológica, más o menos estable. Éstas se hacen progresivas, ocupando cada vez más espacio, y deteriorando la vida de las personas.
Los síntomas físicos se multiplican y agravan, con riesgo para la salud. Las obsesiones mentales y los rituales se complican y ocupan cada vez más tiempo, a costa de la productividad y el bienestar. Los miedos y fobias aíslan del mundo y la vida social, estrechando el horizonte y condenando al deterioro económico y la soledad afectiva.
Librada a su curso, la neurosis se cristaliza en rasgos de carácter. Y esas partes del ser pierden flexibilidad, sensibilidad, permeabilidad y adaptabilidad a lo nuevo. A lo largo de los años, esta artrosis de la personalidad nos transforma en caricaturas de nosotros mismos, en las que sólo se destacan a gruesos trazos nuestros defectos y virtudes. Virtudes que llevadas a un exceso, son también reflejos de la neurosis.
Y no es casual que sean esos rasgos de carácter, marcados y exagerados, los que nos impiden entrar en sintonía con los otros. Los que nos hacen difíciles, y a veces insoportables para los demás.
Cada uno tendrá que ser consciente de que estas molestias necesitan algún tipo de ayuda para trabajar sus limitaciones, revisar sus bloqueos y miserias, explorar su mundo interior y su historia. Porque la enfermedad progresa. Y las alternativas son una discapacidad creciente, con los fracasos afectivos y laborales que la acompañan o una vida ampliada por múltiples intereses, proyectos y expectativas.
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