
La herencia emocional se refiere a la transmisión, de generación en generación, de patrones de comportamiento, traumas no resueltos y formas de sentir que pueden condicionar la vida de una persona incluso sin que sea plenamente consciente de ello. Esta herencia, aunque no es genética en el sentido biológico, constituye un legado psicológico que influye en las decisiones, reacciones y vínculos emocionales de cada individuo.
Galit Atlas, psicoanalista, profesora y supervisora clínica en la Universidad de Nueva York, describe en su libro homónimo que la herencia emocional está compuesta por vivencias no resueltas y formas de interpretar el mundo que se heredan a través de dinámicas familiares. A menudo, las personas viven sus vidas guiadas por emociones y comportamientos que no les pertenecen del todo, sino que son el eco de generaciones anteriores.
Por su parte, Enric Corbera, psicólogo y creador del método de la Bioneuroemoción, sostiene que las emociones y reacciones de una persona suelen estar influenciadas por vivencias no resueltas de padres y abuelos. Al respecto, durante su intervención en el podcast Se Regalan Dudas, explica que “las reacciones que hemos tenido y los recursos que hemos empleado muchas veces están heredadas de nuestros ancestros [...] que no supieron gestionar o no pudieron gestionar una situación, y al final eso se manifiesta en los hijos o en los nietos”.
En este contexto, Corbera subraya que aceptar esta herencia emocional no significa resignarse a vivir con ella. Al contrario, implica reconocerla para transformarla, encontrar su propósito y convertirla en una herramienta de crecimiento.
La comprensión como herramienta de liberación emocional

Uno de los pilares fundamentales de la propuesta de Enric Corbera es la transformación de la perspectiva. En lugar de adoptar una posición de víctima frente a lo heredado, sugiere preguntarse: “¿Para qué he vivido esta experiencia y cómo la puedo transformar?”. De este modo, incluso lo que parece una carga puede convertirse en una fuente de fortaleza.
El especialista insiste en que “aceptar no quiere decir resignarse”, pues más bien implica tomar conciencia de lo vivido y permitir que la experiencia, por más difícil que sea, nos enseñe algo valioso. “La experiencia que yo encuentro como dificultosa me va a enseñar algo que me permitirá hacerme más fuerte”, afirma.
Este enfoque se complementa con una noción profunda de perdón y comprensión. Lejos de olvidar o justificar comportamientos dañinos, se trata de entender que quienes nos precedieron actuaron desde sus propios límites, condicionamientos y heridas.
“Cuando comprendes no juzgas”, dice Corbera, porque entiendes que el otro “hizo lo que sabía o podía hacer” con la información y los recursos que tenía. Dicha comprensión no solo libera a quien la practica, sino también al otro, generando un efecto reparador en ambos sentidos.
Esto, a su vez, se complementa con el concepto de las “lealtades invisibles”, desarrollado por la psicóloga Anne Ancelin-Schützenberger, que explica cómo algunas personas repiten patrones o asumen responsabilidades emocionales que no les corresponden, como una forma inconsciente de saldar deudas del pasado familiar.
Estas dinámicas heredadas llegan a condicionar intensamente la vida de una persona, y reconocerlas representa un paso crucial hacia la sanación emocional y la construcción de una identidad más libre y auténtica.
Romper patrones, del respeto al desapego

Enric Corbera hace hincapié en que honrar a los padres no significa someterse a ellos ni repetir sus errores. Retoma una frase del autor Anthony de Mello: “Tú tienes que honrar a tus padres pero no ser sumiso a ellos”.
Para Corbera, la verdadera forma de honrar el linaje familiar y la libertad emocional es vivir con coherencia, haciendo aquello que los padres no supieron o no pudieron hacer, desde el respeto, pero sin olvidar que " las creencias, al final, nos limitan”.
Parte de esa coherencia consiste en establecer límites con figuras parentales tóxicas. Corbera identifica dos tipos de toxicidad parental; en primer lugar, los padres sobreprotectores, que imponen un control disfrazado de cuidado y generan dependencia: “la sobreprotección es una de las mayores violencias que hay, porque te hacen sentir dependiente, culpable. Y te llegan a decir “después de todo lo que yo he hecho por ti”. Te la cobran, y con intereses”. Y los padres abiertamente manipuladores o culpabilizadores.
Aunque señala que muchas veces no actúan con mala intención, especialmente los primeros, sus comportamientos pueden tener consecuencias graves en la autoestima y autonomía de sus hijos.
Sumado a ello, el camino hacia la libertad emocional, según Corbera, pasa por aprender a expresar lo que se siente con respeto, sin buscar aprobación. “Eso es libertad emocional: vivir con coherencia. Decir las cosas que sientes con el más gran respeto hacia el otro, sin esperar que el otro te apruebe o no te apruebe”.
Así, liberarse de la herencia emocional no implica olvidar el pasado, sino comprenderlo para dejar de repetirlo. Requiere valentía, introspección y sobre todo, un compromiso honesto con uno mismo. Solo así es posible transformar el dolor heredado en aprendizaje y construir una vida más consciente y libre.
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