La historia de la matanza de Los Templarios: 54 caballeros quemados en la hoguera por “herejes y sodomitas”

El 12 de mayo de 1310, por orden del rey Felipe IV de Francia y la temerosa complicidad del papa Clemente V, fueron llevados en carretas a las afueras de París para morir quemados en piras. Las oscuras maniobras políticas que causaron la caída de la orden de guerreros cristianos que protegían a los peregrinos en Tierra Santa

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Los Templarios protegían a los
Los Templarios protegían a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa

Como suele ocurrir en esos casos, las acusaciones fueron de índole moral y religiosa: blasfemia, herejía, sodomía y homosexualidad. Sin embargo, los motivos eran bien diferentes, ya que se trató de dinero y poder. Para principios del Siglo XIV, los Caballeros Templarios venían perdiendo terreno en dos frentes: uno era el papado, el otro el reino de Francia, por entonces el más poderoso de Europa. Paradójicamente, esa caída en desgracia de la orden guerrera nacida en la pobreza – de hecho se los conocía como “los pobres caballeros de Cristo” – y con la misión altruista de proteger a los peregrinos que se dirigían a Jerusalén, se debía a que, en menos de dos siglos se había convertido en un ejército cuyo poderío generaba aprensión entre monarcas y obispos y, a la vez, en una de las instituciones financieras más poderosas de Europa, al punto que uno de sus mayores deudores era el mismísimo rey francés, Felipe IV, el hombre decidió y e implementó la sangrienta destrucción de la orden con la timorata complicidad del papa Clemente V.

Fue en ese contexto – y por esas razones, aunque se esgrimieran otras – que el 12 de mayo de 1310, en un campo cercano al Convento de Saint-Antoine, en las afueras de París, después de una suerte de juicio engañoso que en realidad fue una artimaña para justificar sus muertes, 54 caballeros del Temple fueron asesinados en la hoguera – como si fueran brujos – en lo que pasó a la historia como “la matanza de los templarios”. No fueron las primeras muertes en esa feroz campaña contra ellos, ni tampoco serían las últimas, pero sí el único episodio que, por su magnitud, puede considerarse una masacre. Si el episodio no es muy conocido se debió en gran parte que quedó opacado por otro que ocurrió casi cuatro años más tarde, en el parque de Vert-Galant de París: la ejecución, también en la hoguera del último jefe de la Orden, considerada el final definitivo de los Templarios. Todavía hoy junto a una escalera de ese parque se puede leer una inscripción que señala el sitio preciso donde se montó la hoguera y la identidad de la víctima. “En este lugar, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden del Temple, fue quemado el 18 de marzo de 1314”, dice.

Los primeros Templarios

La Orden de los Pobres Compañeros de Cristo del Templo de Salomón fue fundada en 1118 o 1119 cuando algunos caballeros que habían participado de la Primera Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares y a los peregrinos cristianos que viajaban hacia allí. Tuvieron el visto bueno del monarca del recién creado reino de Jerusalén, Balduino I, que necesitaba organizar sus dominios y no podía dedicar muchos recursos a la protección de los caminos, ya que no contaba con soldados suficientes para hacerlo. Les dio un lugar en su palacio, justo sobre donde se había levantado el templo de Salomón, de allí el nombre que adoptaron y quedó simplificado como el de caballeros del Templo, en francés, del Temple.

54 caballeros templarios fueron quemados
54 caballeros templarios fueron quemados en piras en las afueras de París

“En aquel entonces reinaba Balduino I, quien brindó una calurosa acogida a los ‘Pobres soldados de Cristo’, […] como se hacían llamar. Pasaron nueve años en Tierra Santa, alojados en una parte del palacio, que el rey les cedió, justo encima del antiguo Templo de Salomón”, cuenta Rogelio Uvalle en su obra “Historia completa de la Orden del Temple”. Los primeros templarios fueron solo nueve, de los cuales solo los nombres de dos de ellos quedaron en la historia: Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Ademar.

Además, el rey Balduino se ocupó de escribir cartas a los reyes y príncipes más importantes de Europa pidiendo que le prestaran ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no solo por el poder político, sino también por el eclesiástico, ya que el patriarca de Jerusalén fue la primera autoridad de la Iglesia que la aprobó canónicamente. Nueve años después de la creación de la orden en Jerusalén, en 1129 se reunió el llamado Concilio de Troyes, que se encargó de redactar la regla para la recién nacida Orden de los Pobres Caballeros de Cristo. Ese mismo año, cinco de los nueve integrantes de la orden, encabezados por Hugo de Payens, viajaron primero por Francia y después por el resto de Europa, para recoger donaciones y alistar caballeros en sus filas. Volvieron con un ejército de alrededor de trescientos, a los que se sumaban escuderos y soldados de a pie. En su carga, además, llevaban una fortuna producto de las donaciones recibidas.

De la pobreza a la opulencia

Así, la orden que había nacido pequeña y en la pobreza comenzó poco después su ascenso hacia la cima del poder político y económico, con un poderoso ejército y dinero no solo para sostenerlo sino también para hacerlo participar en los juegos de poder. Por entonces dependían solamente del papa. “Además de las generosas donaciones de las que se iba a beneficiar la orden, también se concedieron una serie de privilegios ratificados por bulas. En ellas se concedía a los templarios una autonomía formal y real respecto a los obispos, estando tan solo sometidos a la autoridad del Papa. Tampoco estaban sujetos a la jurisdicción civil y eclesiástica ordinaria. También podían recaudar y recibir dinero de diferentes formas, entre ellas el derecho a percibir el ébolo, la limosna de las iglesias, una vez al año”, explica el historiador José Luis Hernández Garvi en “Los Cruzados de los reinos de la Península Ibérica”.

Felipe IV, rey de Francia,
Felipe IV, rey de Francia, fue el que ordenó la matanza de Los Templarios

El crecimiento económico de los templarios fue vertiginoso para la época, así como el del ejército que lo sostenía. Para 1250 la orden era propietaria de unas 9.000 granjas y campos y más de medio centenar de castillos distribuidos en Tierra Santa y Europa, una fuerza armada de 30.000 hombres, una flota propia. Era, además, la primera banca internacional por la magnitud de sus fondos, los préstamos que brindaba y sus transacciones.

Entre sus clientes – y deudores – se contaban varios reyes europeos, una enorme cantidad de nobles e, incluso, la Iglesia. Que buena parte de quienes ostentaban el poder político en Europa les debieran dinero supieron utilizarlo en su propio beneficio al incidir en decisiones de gobierno desde un lugar que, creían, nadie podía tocarlos. Sin embargo, ese fue el germen de su perdición, porque al hacerse esas deudas impagables provocaron, como en el caso de Felipe IV de Francia, que buscara sacarlos de juego para no tener que desembolsarlas.

La persecución

El principio del fin de los templarios tuvo su origen en una derrota militar. Cuando en 1291 los musulmanes se apoderaron de San Juan de Acre, el último bastión de los cruzados de Tierra Santa, no fueron pocos quienes en Europa comenzaron a cuestionar el sentido de la existencia de órdenes militares como los Templarios y los Caballeros Hospitalarios, encargadas de proteger a peregrinos que ya no podrían transitar los caminos que llevaban a Jerusalén. En la Iglesia, mientras tanto, surgió una corriente que propuso unificarlas bajo un solo mando, a las órdenes del papa, con la sinsiguiente pérdida de autonomía.

Esa fue la excusa que muchos de los deudores del Temple iniciaran un movimiento para destruirlos y, así, no solo evitar pagar lo que debían sino también hacerse con sus bienes. Por entonces, el gran maestre del Temple era Jacques de Molay, elegido en 1292, un acérrimo defensor de la independencia de la orden. En un intento por salvarla, le presentó un proyecto para emprender una nueva cruzada al Papa Clemente V, que lo convocó en 1306 a Poitiers, en Francia, para discutirla también con los Hospitalarios. Sin embargo, al llegar a la cita, el gran maestre templario se encontró conque el tema central había cambiado: el pontífice le hizo saber que circulaban acusaciones sobre la moralidad de los caballeros de la orden y que se iniciaría una investigación.

El gran maestre del Temple
El gran maestre del Temple era Jacques de Molay, elegido en 1292, un acérrimo defensor de la independencia de la orden

El 12 de octubre de 1307, cuando De Molay asistía a los funerales de Catalina de Courtenay, cuñada de Felipe IV, el monarca esperó el final de la ceremonia para mandar a detenerlo, junto con una gran cantidad de templarios en todo el territorio francés. Fue una verdadera redada, muy bien orquestada, de las que muy pocos lograron escapar. Felipe IV justificó las detenciones en un pedido del inquisidor de Francia, que había solicitado su colaboración para confirmar las presunciones sobre diversos “pecados” que se imputaban a los caballeros. El procedimiento seguido por el monarca y el inquisidor era absolutamente ilegal, ya que los templarios pertenecían a una orden independiente, cuya jurisdicción dependía directamente del pontífice y no del rey.

Entre otras cosas se los acusó de que, para ingresar a la orden, los nuevos caballeros debían renegar tres veces de Cristo y escupir otras tres veces a la cruz o a su imagen; que quien presidía esta ceremonia besaba al neófito al final de la espina dorsal, el ombligo y la boca; que por voto hecho durante la profesión, los caballeros neófitos estaban obligados a aceptar relaciones carnales cuando fuesen requeridos a ello por otros miembros de la Orden, sin poder rehusar; que los cordones de lino que ceñían sus túnicas habían sido consagrados tocando un ídolo en forma de cabeza humana barbada, a la que adoraban; y que celebraban la misa omitiendo las palabras de la consagración.

La matanza de París

Había centenares de templarios detenidos, incluido el gran maestre De Molay, pero Felipe IV buscaba eliminarlos definitivamente. El rey no podía ordenar sus muertes, porque dependían de una investigación ordenada por el papa que se iba estirando hasta agotar su paciencia. Ideó entonces una estratagema con la complicidad del arzobispo de Sens, Felipe de Marigny, quien le debía su nombramiento y era el encargado de juzgar a los templarios que habían sido arrestados en París, que habían confesado los “pecados” de los que se los acusaba bajo tortura.

El 11 de mayo de 1310, la comisión manejada por el arzobispo se reunió para tomar declaración a los caballeros del Temple, y muchos de ellos se retractaron de las confesiones que les habían arrancado bajo tormento. Eso le permitió al arzobispo de Sens acusarlos de herejes impenitentes, un cargo que se pagaba con la muerte. Los defensores de los caballeros enviaron emisarios al encargado de dictar sentencia para asegurarles que, a pesar de lo que se afirmaba, muchos de los presos habían jurado en prisión - y bajo tortura - que los cargos contra la Orden eran falsos y que por lo tanto no se habían retractado de nada, pero fueron desoídos.

Para evitar cualquier posible intervención del papa en favor de los reos, Felipe IV ordenó que se los ejecutara al día siguiente. El 12 de mayo, 54 caballeros fueron llevados en carretas hacia un campo ubicado en las cercanías del convento de Saint-Antoine, en las afueras de la ciudad, donde fueron quemados en otras tantas hogueras. El cronista Guillaume de Nangis, testigo de las ejecuciones, relató: “Ni uno solo de ellos -no hubo excepción- reconoció ninguno de los crímenes que se les imputaba, sino que, al contrario, persistieron en sus negativas, diciendo siempre que se los condenaba a muerte sin causa e injustamente, lo que mucha gente pudo comprobar, no sin gran admiración y una inmensa sorpresa”.

Clemente V era el papa
Clemente V era el papa en el momento de la matanza de Los Templarios

Un templario que sobrevivió al no retractarse de su confesión también dejó testimonio y aseguró pocos meses después ante una comisión papal que las acusaciones eran falsas pero que él había aceptado confesar lo que le pidieran para salvar su vida. En los apuntes tomados por la comisión pontificia sobre la declaración del caballero Emery de Villars-le-Duc se puede leer: “Habiendo visto llevar en carretas para ser quemados cincuenta y cuatro hermanos de la Orden que no habían querido confesar dichos errores, y habiendo oído decir que los habían quemado, él, que temía, en caso de ser condenado, no tener bastante fuerza ni paciencia, estaba dispuesto a confesar y jurar por temor, ante los comisarios u otras personas, todos los errores imputados a la orden, y decir incluso, si así lo querían, que había dado muerte a Nuestro Señor”. Y más adelante, se agrega: “(Emery de Villars-le-Duc) suplicaba y conjuraba a dichos comisarios y a nosotros, notarios presentes, no revelar a las gentes del rey lo que acababa de decir, temiendo, dijo, que, si tenían conocimiento de ello, le entregasen al mismo suplicio que los cincuenta y cuatro templarios. Los comisarios, viendo el peligro que amenazaba a los testigos si ellos continuaban oyéndolos bajo este terror, y conmovidos además por otras causas, resolvieron sobreseer por el momento”. Eso le terminó salvando la vida.

El final de los Templarios

Mientras los 54 templarios eran quemados en la hoguera, el gran maestre De Molay – que también había confesado bajo tortura - continuaba preso y la orden no había sido disuelta por el papa.

A diferencia de los interrogatorios hechos en Francia por las comisiones diocesanas, donde las torturas hicieron que la mayoría de los acusados aceptara algunos de los cargos que se les imputaban, en el resto de la Europa – sin tormentos de por medio – la mayoría de los templarios acusados se declaró inocente. El papa, determinó entonces que se repitiesen los interrogatorios con aplicación de la tortura y así se obtuvieron algunas confesiones de culpabilidad, aunque la mayor parte de los acusados perseveró en sus declaraciones de inocencia.

Presionado por Felipe IV y aunque la acusación de herejía seguía sin comprobarse en la mayoría de los casos, el papa Clemente V decidió acabar con el problema de los templarios de raíz u e 22 de marzo de 1312 emitió la bula Vox in excelso, que abolía la orden del Temple no por sentencia judicial, sino por disposición apostólica, bajo pena de excomunión para quien llevara el hábito de templario o actuara como tal. Los bienes del Temple pasaron a la orden del Hospital y sus miembros se integraron debieron integrarse a otras órdenes.

No tuvieron esa suerte el gran maestre Jacques de Molay y uno de sus colaboradores más cercanos, el gran preceptor de Normandía, Geoffroy de Charney, ejecutados en la hoguera a orillas del Sena el 18 de marzo de 1314. Hasta el final, los dos siguieron negando las acusaciones y como último deseo pidieron ser atados al poste donde serían quemados con la cara hacia la catedral de Notre Dame. Para morir mirándola.