
La desaparición del visón marino en la escarpada costa de Maine es considerada una de las primeras extinciones documentadas de un mamífero tras la llegada de colonizadores europeos a Estados Unidos.
Sin embargo, más allá del hecho biológico, sigue vigente una pregunta que enfrenta a naturalistas, científicos y comunidades originarias: ¿el visón marino era realmente una especie diferente, o solo una variante de gran tamaño del visón americano? Este interrogante, alimentado durante décadas por testimonios históricos, datos anatómicos y perspectivas culturales, mantiene viva la investigación, según recopila Smithsonian Magazine.
Durante el siglo XIX, tanto los pueblos originarios como los traperos europeos distinguían claramente entre el visón terrestre—identificado hoy como visón americano—y el visón marino, apreciado por su mayor tamaño y pelaje.
Manly Hardy, naturalista y comerciante de pieles, relató que hace medio siglo era normal capturar grandes visones marinos en Penobscot Bay, pero hacia 1903 ya habían desaparecido, quedando solo ejemplares menores, con un pelaje menos valioso. Esta transformación de la fauna local da contexto al actual debate científico.

Diferencias morfológicas documentadas por la ciencia
La caza intensiva, impulsada por el alto precio de las pieles grandes, llevó rápidamente al visón marino a la extinción entre 1860 y 1920, coincidiendo con los primeros esfuerzos occidentales para describir formalmente la especie, hecho que dificultó la delimitación taxonómica.
Desde la descripción de D.W. Prentiss en 1903, algunos científicos consideraron que el visón marino era solo una variedad grande del visón americano, comparándolo con la relación entre el oso grizzly y el oso pardo.
No obstante, estudios recientes, como el liderado por la paleoecóloga Paula T. Work y publicado en Quaternary Research, combinan fuentes históricas y análisis anatómicos para defender una posición opuesta. Se encontraron diferencias sustanciales: el visón marino era más grande, vivía principalmente en islas y tenía un pelaje rojizo.
El análisis de Olivia Olson demostró superficies dentales más amplias, propias de una dieta basada en crustáceos y moluscos, a diferencia del visón americano, que prefiere peces. Mientras que los cazadores de la época advirtieron detalles sobre diferencias de olor y hábitos.

Sabiduría indígena y un registro sostenible
El conocimiento indígena es clave para completar el panorama. Comunidades como los Wabanaki y los Passamaquoddy convivieron durante siglos con el visón marino, practicando una caza sostenible.
Los enormes concheros (shell middens), algunos de más de seis metros de altura, contienen restos óseos y conchas que avalan el uso responsable del recurso y confirman la presencia continuada del visón marino en la región. En los idiomas originarios se evidencian nombres propios que distinguen entre visón marino y terrestre, lo que sugiere que la diferenciación existía mucho antes del análisis occidental.
Las investigaciones recientes sobre estos concheros solo fueron posibles gracias a la colaboración activa y el consentimiento de las comunidades indígenas.
Estos archivos ecológicos y culturales, al igual que los testimonios y nomenclaturas tradicionales, ofrecen un marco más fiable sobre la identidad y el manejo de la fauna local que los registros coloniales.

Consecuencias ecológicas y retos actuales
La extinción del visón marino produjo un cambio ecológico relevante. Las investigaciones de Work destacan que el visón americano, aunque más pequeño, puede reducir las poblaciones de aves marinas al consumir sus crías y huevos.
El visón marino, adaptado a la vida insular y de mayor tamaño, habría ejercido un papel aún más importante como regulador natural de aves como gaviotas y charranes. La ausencia frecuente de huesos de estas especies en concheros antiguos podría demostrar que su depredador principal mantenía a raya sus poblaciones, evitando desequilibrios que surgieron tras la extinción del mamífero.
En la actualidad, la erosión y el cambio climático amenazan con destruir los concheros y otros vestigios arqueológicos que preservan información esencial sobre la fauna extinta y las interacciones humanas sostenibles. Aunque la suma de evidencia histórica, anatómica y cultural respalda la hipótesis de que el visón marino llevaba una vida diferenciada de su pariente terrestre, la imposibilidad de estudiarlo en vida limita la comprensión total de su papel ecológico.
Así, estos registros y relatos ancestrales siguen iluminando los equilibrios naturales del pasado, pero la ausencia del visón marino recuerda que ningún vestigio está a la altura de la presencia de una especie perdida.
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