
Hace cinco décadas, Harold Davisson, un residente de Seward, Nebraska, tuvo una iniciativa singular que atrapó la atención de personas dentro y fuera de su comunidad. En 1975, invitó al público a participar en un proyecto sin precedentes: la creación de la cápsula del tiempo más grande del mundo.
La propuesta consistía en permitir que cualquier persona depositara en un gran sepulcro de hormigón los objetos que deseara conservar para la posteridad.
El propósito no solo implicaba reunir recuerdos dispersos por toda la nación, sino también consolidar un testimonio contundente de la cultura, las aspiraciones y la vida cotidiana de miles de personas de diversos orígenes. Esta iniciativa se convirtió en un fenómeno de alcance nacional que estuvo a cargo de la hija de Harold, Trish Davisson Johnson.
Convocatoria y organización

El desarrollo de la cápsula del tiempo requirió una logística meticulosa y una colaboración sostenida a lo largo de los años. Davisson canalizó su entusiasmo en una invitación pública que tuvo eco en numerosos medios. Las personas acudieron desde todas partes del país, llevando consigo cartas, paquetes, grabaciones y objetos personales con la esperanza de que sobrevivieran intactos hasta el momento de su apertura.
La comunidad de Seward jugó un papel fundamental al asistir en la clasificación, el almacenamiento y la documentación de los artículos recibidos. Davisson también implementó soluciones técnicas innovadoras para garantizar la preservación de los objetos: diseñó un sistema de ventilación destinado a combatir la humedad y prevenir el crecimiento de moho, desafío frecuente en recintos herméticos de gran tamaño. Este enfoque permitió mantener en buenas condiciones la integridad de la mayoría de los bienes depositados.
La magnitud del proyecto se evidenció en la cifra alcanzada: alrededor de 3.000 personas enviaron paquetes y cartas, dirigidos no solo a sí mismos, sino también a descendientes, familiares y herederos. “Esta es la culminación de 50 años de planificación por parte de mi padre”, dijo Johnson.
La variedad de aportes reflejó la diversidad de inquietudes y estilos de vida de los años setenta. Los registros detallados conservaron la información de los remitentes, facilitando el reencuentro de estos objetos con sus destinatarios tras el transcurso de cincuenta años.

La cápsula no permaneció siempre igual: tiempo después de su entierro, Davisson cubrió el sepulcro original con una pirámide de concreto, evocando la solemnidad de los sepulcros monumentales y buscando dotar de mayor protección y visibilidad al proyecto.
Cincuenta años después se abrió la cápsula
El viernes pasado, Seward volvió a acaparar la atención nacional durante la esperada apertura de la cápsula del tiempo. El acto reunió a herederos, descendientes, familiares y curiosos provenientes de distintos puntos del país. Integrantes de varias generaciones se congregaron para presenciar cómo se rompía el sello de hormigón tras medio siglo de espera.
El despliegue organizativo incluyó la retirada, mediante una grúa, de la pirámide de concreto que resguardó la cápsula como si fuese un sarcófago milenario. Allí, la colección de objetos recuperados resultó amplia y diversa.
Entre los elementos hallados figuraban pilas de cartas, cajas con pertenencias personales, grabaciones en casete hechas por sus propios dueños y objetos típicos de la época, como los populares pet rocks y un traje de vivos colores y patrones llamativos. Sobresalió la presencia de un automóvil completo, un Chevy Vega amarillo envuelto en plástico, cuya inclusión ilustró el carácter extraordinario del proyecto.

Reacciones y experiencias de los habitantes
La apertura de la cápsula del tiempo despertó emociones encontradas en quienes participaron directa o indirectamente del proceso. Quienes viajaron de otros puntos del país, como Virginia y Colorado, compartieron la conmoción y la alegría de reencontrarse con pertenencias de familiares ya fallecidos o de sí mismos en una etapa anterior de la vida.
Diversos testimonios relataron la trascendencia personal del hallazgo. Algunas personas, como Stephanie Fisher, recuperaron posesiones familiares y se confrontaron con recuerdos y sentimientos largamente atesorados. “Mis padres no pensaron que estarían aquí 50 años después para recuperarlo con nosotros. Es muy especial saber que sus voces están ahí, algo que no he escuchado en mucho tiempo”, dijo en declaraciones a NBC News.
Otros asistentes identificaron cartas manuscritas, dibujos, mensajes de aliento dirigidos al futuro y deseos que, pese al paso de los años, no perdieron vigencia. Tal fue el caso de Chris Galen, quien detalló el impacto de ver la letra de su madre y leer un texto que le deseaba buenas oportunidades educativas y una vida plena. “No se trata de lo que hay dentro. Se trata de lo que hay dentro de nosotros y de quiénes éramos en el 75 y quiénes somos hoy”, expresó.
Según estimaciones de Trish, cerca del 80% de los objetos logró recuperarse en óptimas condiciones, resultado atribuible tanto a la calidad de la construcción como al esmero en los preparativos iniciales.
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