
El auge de la salud mental en la conversación pública motivó que solicitar ayuda profesional se asocie cada vez menos con estigmas sociales. Actualmente, más personas recurren a la terapia en busca de bienestar emocional, del mismo modo en que buscan atención médica, asesoría legal o asistencia informática. Este cambio refleja un paso adelante en la comprensión de la importancia que tiene la atención psicológica dentro del cuidado integral de una persona. No obstante, dar el primer paso e iniciar terapia implica todavía un desafío considerable para muchos.
Optar por comenzar un proceso terapéutico no representa solo una inversión de tiempo y dinero, sino también un despliegue de energía emocional. Hablar de problemas personales, traumas o frustraciones suele implicar remover situaciones difíciles o dolorosas. Por eso, la elección de un psicólogo confiable y calificado adquiere una relevancia particular: de la profesionalidad y habilidad del terapeuta dependerá, en parte, el éxito del proceso, la confianza que se genere y el respeto por el contexto personal de cada paciente.
Una de las principales dificultades para quienes inician terapia radica en la falta de información sobre qué esperar dentro del espacio terapéutico. Las dudas sobre los criterios para elegir un psicólogo, las señales que indicarían un mal profesional y las expectativas razonables sobre los tiempos son preguntas frecuentes. Responderlas ayuda a los pacientes potenciales a tomar decisiones informadas, reducir incertidumbres y sentirse acompañados durante la búsqueda de ayuda.
Claves en el proceso terapéutico
Antes de comprometerse a iniciar terapia, conviene verificar que el psicólogo cuente con colegiación sanitaria y títulos oficiales de grado o posgrado en psicología. A diferencia de otros ámbitos, donde la acreditación puede pasar desapercibida, la psicoterapia exige rigor ético y científico debido al impacto directo que tiene sobre la vida de quienes la buscan. No resultan infrecuentes los casos de personas que ofrecen servicios de terapia sin la formación apropiada, careciendo de los conocimientos y la responsabilidad legal exigidos por el ejercicio profesional regulado.

Otro aspecto central al evaluar la calidad profesional reside en los métodos y marcos teóricos que emplea el terapeuta. En la actualidad, el enfoque cognitivo-conductual se presenta como el modelo más respaldado por la evidencia científica. Trabajar con técnicas cuya eficacia ha sido ampliamente probada minimiza el riesgo de terapias estancadas, intervenciones arbitrarias y promesas infundadas. Preguntar sobre los fundamentos de la intervención, las estrategias que se aplicarán o el soporte empírico de las técnicas no representa un atrevimiento: es parte legítima de la relación terapéutica.
Algunos ejercicios pueden provocar incomodidad temporal, ya que enfrentar situaciones conflictivas o emociones reprimidas puede desencadenar malestar momentáneo. Un aspecto que distingue a las intervenciones psicológicas efectivas es la participación activa del paciente fuera del consultorio. El éxito de la terapia depende, en gran medida, de la ejecución de tareas propuestas entre sesiones, como ejercicios conductuales o reflexiones personales, que consolidan los aprendizajes alcanzados en la consulta.
Señales de alarma: cuándo cambiar de psicólogo
Diversos indicadores advierten sobre la necesidad de plantearse un cambio de profesional. La dificultad del terapeuta para escuchar activamente, la tendencia a olvidar información central de las sesiones previas o la aceptación de intervalos excesivamente prolongados entre consultas, como citas mensuales o trimestrales desde el inicio, deben motivar preguntas.
Tampoco es esperable que una relación terapéutica eficaz se extienda indefinidamente sin percibirse progresos concretos. La falta de mejoría, el malestar persistente tras varias sesiones o la ausencia de explicaciones sólidas ante los obstáculos en el proceso representan señales contundentes para reevaluar el vínculo profesional.
La utilización exclusiva de marcos teóricos no sustentados en evidencia o la imposición de visiones personales constituyen faltas a la ética profesional y exponen a riesgos innecesarios a quienes buscan ayuda. Ante cualquiera de estas señales, solicitar cambios, pedir aclaraciones o interrumpir el proceso son acciones legítimas orientadas a resguardar la integridad emocional y el derecho a una atención de calidad.
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