Roser Gort, psicóloga: “¿Tienes sueño en el sofá, pero al meterte en la cama desaparece? No es casualidad”

La especialista recomienda establecer hábitos de relajación y limitar los estímulos externos antes de acostarse para facilitar el proceso de conciliación y mejorar la calidad del descanso

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Una niña utiliza su teléfono
Una niña utiliza su teléfono móvil en la cama (AdobeStock)

“¿Te pasa que tienes sueño en el sofá, pero justo al meterte en la cama desaparece? No es casualidad". Lo explica la psicóloga Roser Gort, de la Clínica del Sueño Estivil. En un video publicado en su cuenta de TikTok (@rosergort), la especialista cuenta que se trata de un fenómeno muy extendido con una explicación muy sencilla.

“En el sofá tienes distracciones: la televisión, el móvil, conversaciones... El cerebro está ocupado con estímulos externos y, en ese contexto, el cansancio físico va ganando terreno mientras aparece la somnolencia. Pero cuando llegas a la cama, esos estímulos desaparecen”, indica. Al llegar a la cama y desaparecer estos estímulos, el silencio y la ausencia de distracciones dejan espacio para que la mente comience a repasar las actividades del día o a anticipar las tareas del día siguiente. Es decir, no se trata de que el sueño desaparezca, sino de que, al eliminar los estímulos externos, la mente recupera protagonismo y aflora todo aquello que durante la jornada quedó relegado. Por este motivo, recomienda establecer una “rutina de desconexión” antes de acostarse, permitiendo que esos pensamientos encuentren su lugar antes de intentar dormir, para evitar que interfieran en el momento de conciliar el sueño.

La dificultad para dormir al llegar a la cama y la reducción progresiva de las horas de descanso pueden tener consecuencias negativas para la salud. El médico neurofisiólogo Eduard Estivill, especialista en medicina del sueño y fundador de la clínica, alerta en un vídeo publicado en su cuenta de Instagram de los mitos que rodean al descanso nocturno. Frases como “solo los tontos duermen ocho horas”, “los ricos duermen poco” o “yo con cuatro voy bien” carecen de fundamento científico, subraya Estivill, que pide prudencia: “No les hagáis caso en absoluto. No son científicos, son ideas que la gente dice”, en declaraciones recogidas por Instagram. Para él, el sueño cumple una función esencial de reparación y preparación para afrontar el día: “El sueño es un taller de reparación y nos prepara para tener un buen día”, afirma.

Estivill reconoce que existen casos excepcionales de personas que, por causas genéticas muy específicas, pueden dormir solo cuatro o cinco horas sin que ello afecte a su salud, pero aclara que “eso representa apenas un 3% de la población. Es un grupo muy pequeño”, según sus declaraciones en Instagram. Para la mayoría de los adultos, el descanso óptimo se sitúa entre siete horas y media y ocho horas por noche. En personas mayores de 70 años, seis horas pueden ser suficientes, mientras que en adolescentes el mínimo saludable asciende a nueve horas.

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Qué pasa si no se duerme lo suficiente

Las consecuencias de dormir menos de lo necesario se manifiestan tanto en el plano físico como en el mental. Estivill detalla que la falta de sueño provoca mayor cansancio, somnolencia y afectación psíquica, lo que se traduce en pérdida de memoria, dificultades de concentración, irritabilidad y cambios de humor. Estos efectos pueden repercutir en la vida personal, así como en el rendimiento académico y laboral. El especialista es tajante: “Dormir poco no te hace más listo ni más rico”, sentencia. La creencia de que dormir es una pérdida de tiempo contradice la evidencia científica, y las consecuencias, aunque puedan pasar inadvertidas al principio, terminan por afectar la salud.

Dormir menos de seis horas por noche incrementa el riesgo de padecer enfermedades como hipertensión, diabetes tipo 2, obesidad y patologías cardiovasculares, según advierte Estivill. Además, el rendimiento cognitivo y emocional se ve comprometido: la memoria, la concentración, el estado de ánimo y el control emocional se deterioran, lo que puede generar irritabilidad, distracción o ansiedad. El sistema inmunológico también se debilita, dificultando la defensa frente a infecciones y la recuperación ante enfermedades.