
“Han pasado diecisiete años desde que me operé y sigo siendo gorda. La delgadez duró unos pocos años, luego mi peso empezó a aumentar progresivamente. De hecho, tengo la misma talla que cuando entré al quirófano y la misma cara que en las fotos de esa época. Pero hay una diferencia entre aquella chica y yo: hoy ya no pienso que soy un monstruo”.
Lara Gil se sometió en 2007 a una cirugía bariátrica, un procedimiento quirúrgico para modificar el sistema digestivo con el objetivo de perder peso. Su operación consistió en un bypass gástrico en Y de Roux, que desvía parte del intestino delgado y reduce el tamaño del estómago (a Lara le dejaron solamente un 20 %) para disminuir la cantidad de comida que cabe en este y promover la malabsorción de nutrientes.
“¿Cómo es posible que mi cuerpo siga engordando si apenas puedo comer?“, se pregunta Lara en Manual para romper un cuerpo. Una historia de gordofobia (Aguilar, 2025). En este libro, que es el primero que ha escrito, la antropóloga y activista contra la gordofobia expone una realidad silenciada, pero que afecta a miles de personas en España: los efectos de las cirugías bariátricas, que denomina como “mutilaciones legales y consentidas”.
Según la Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad y Enfermedades Metabólicas (SECO), en España actualmente se realizan cerca de 11.000 intervenciones de este tipo al año. Además, destaca que es “el tratamiento más efectivo, seguro y eficaz para el abordaje de la obesidad y sus enfermedades asociadas”. Sin embargo, la realidad de Lara Gil no se ajusta a esta descripción.
Entre los muchos síntomas que en estos años ha experimentado desde que pasó por el quirófano, se encuentran la anemia, la deshidratación, los vómitos y las diarreas, una fuerte caída del pelo, desgaste en los dientes y un aumento del riesgo de osteoporosis. Esta sucesión de efectos secundarios no son la historia particular de un paciente en concreto, sino que la comparten muchas otras personas que se han sometido a la operación.
En entrevista con Infobae España, la escritora de Manual para romper un cuerpo aborda algunas de las cuestiones que expone en su libro: el peligro del silencio en torno a este asunto, la vergüenza y la culpa por la creencia de que pasar por el quirófano es sinónimo de rendición y el miedo a la enfermedad y la muerte derivadas de la cirugía bariátrica.

Pregunta: Tras someterte a la operación, empezaste a sufrir efectos secundarios, como una fuerte caída del pelo de la que no te habían avisado. ¿Cuál es la información que recibiste por parte del sector sanitario antes de pasar por el quirófano?
Respuesta: Ninguna. A mí no me informaron sobre los efectos secundarios que yo cuento en el libro. Nunca. Lo único que me dijeron es que tendría que tomar un multivitamínico de por vida. Yo fui a dos consultas con el cirujano, tanto mi madre como yo hicimos un montón de preguntas porque estábamos preocupadas y nunca nos contaron nada de esto. De hecho, cuando yo todavía voy al médico y lo comento, me dicen que es lo que hay. Yo conozco muchas personas que se operaron en esa época y a las que tampoco se lo contaron. Pero es que lo de la caída del pelo está pasando también con Ozempic y nadie lo informa: cuando te lo recetan o te lo proponen, nadie te dice que se te va a caer el pelo.
P: ¿Qué te prometían con esa operación?
R: Se parece mucho a Ozempic: a mí lo que me prometieron es que mi vida iba a cambiar porque iba a adelgazar muchos kilos muy rápido, que iba a poder comer con normalidad, que todo iba a ser igual, simplemente que iba a comer menos. También lo que me prometieron es que ya no me volvería a pasar lo que ocurre con las dietas, que luego vuelves a engordar porque no se puede vivir en la restricción. Como mi estómago no podría comer más, me prometieron la delgadez eterna.
P: A día de hoy, ¿qué es lo que te da más miedo de esos efectos secundarios?
R: En el libro hablo de algo que es muy duro: el miedo que aparece frente a procesos de enfermedad y el que tiene que ver con la muerte. Esto no es un miedo irreal, es una realidad que a veces estas operaciones tienen complicaciones tan graves que acabas en un quirófano y no sales de él. Luego aparecen otros como el miedo a la fragilidad de mis huesos y a que llegue un punto en el que no los tenga lo suficientemente fuertes como para tenerme en pie. También tengo miedo a posibles fallos neurológicos y siempre estoy al límite con una anemia muy grave. Tengo muchos miedos que tienen que ver con la vulnerabilidad física.
Aunque adelgaces, luego empiezas a tener muchísimos problemas de salud física que son mucho más graves que los que te puede generar la gordura, que es verdad que es un factor de riesgo, que puede tener algunas enfermedades o malestares asociados, pero no son tan graves como los que implica la operación.
Una sociedad marcada por el silencio y el juicio hacia el cuerpo ajeno
P: Háblame del silencio, el silencio en tu vida y en la sociedad. ¿Cuán peligroso es en este tipo de asuntos?
R: Yo creo que, para que las personas podamos hablar, necesitamos una sociedad que no viva en el silencio, una sociedad libre que no esté llena de prejuicios y de estereotipos sobre lo que se debería decir. Si creásemos marcos en los que fuese posible hablar de emociones como la vergüenza, la culpa o el miedo, muchas personas tendríamos una relación mucho más sana con nuestro cuerpo, con la comida, con nuestras relaciones. Yo mantuve silencio con la operación porque me daba mucha vergüenza reconocer que había pasado por quirófano porque yo no era capaz de adelgazar. A mi alrededor la gente también mantenía silencio porque eran conscientes de mi vergüenza. Existe mucho tabú en torno al hecho de que muchas personas somos gordas y, por más que intentemos adelgazar, no lo conseguimos. De eso no se habla porque no interesa, no interesa hablar de que lo que nos están ofreciendo a las personas gordas no funciona. Sería desmontar una gran mentira, un gran mito, que es que, si quieres, puedes adelgazar. Las industrias, las personas..., todos somos cómplices de este pacto de silencio.

P: Vivimos en una sociedad en la que el insulto sobre el físico está a la orden del día, pero ¿y el que nos hacemos a nosotros mismos? ¿Qué relación has tenido tú con tus propios pensamientos?
R: Desde pequeña he oído comentarios sobre mi peso, así que siempre he sido consciente de que, para la gente de mi alrededor, mi cuerpo era un problema y algo que tenía que cambiar. Eso es algo que yo fui interiorizando y que todavía hoy trabajo por intentar deconstruir. Tenía y todavía tengo pensamientos sobre que mi cuerpo está mal y que es mi culpa. A mí me ayuda mucho poner el foco en que es la sociedad la que mira mi cuerpo con tanto prejuicio, que en realidad un cuerpo no es algo bueno ni malo.
P: ¿Crees que en los últimos años ha habido un aumento de la gordofobia o que, por el contrario, está prevaleciendo más un discurso hacia el body positive?
R: Aunque hubo una moda con el body positive, en los últimos años está habiendo un aumento otra vez de la cultura de la delgadez, volviendo a extremos como en los años 90 o principios de los 2000. Creo que estamos en un momento de retroceso que tiene que ver con dos cosas.
Uno, con el auge del pensamiento más conservador, autoritario, más rígido. Si vemos las políticas internacionales y las líneas de pensamiento a nivel ideológico, estamos en una fase bastante conservadora en la que las ideas meritocráticas de cultura del esfuerzo y del individualismo toman forma en la cultura de la dieta y de la delgadez. Se hace mucho hincapié en que hay que esforzarse para tener un cuerpo delgado, en señalar y culpabilizar a las personas que no cumplen con esas normas.
Dos, con el hecho de que las grandes farmacéuticas están haciendo campañas en las que están invirtiendo muchísimo dinero para promocionar la idea de que la gordura es una enfermedad y que hay que financiar medicamentos para acabar con ella.
Una “historia de mutilación por gordofobia”
P: Con respecto al proceso de escritura, ¿cuál fue la mecha que prendió tu deseo para empezar a investigar sobre las cirugías bariátricas?
R: Yo empecé a escribir sobre esto porque me encontraba mal físicamente. Sentía que, por más que lo hablaba con la gente y lo compartía, no era suficiente porque no sabían de lo que les estaba hablando ni qué decirme. Para ellos era algo muy desconocido y muy nuevo. Entonces, tuve una necesidad muy grande de escribir sobre el miedo a la muerte, sobre el miedo a la vulnerabilidad, sobre la frustración y la vergüenza que sentía por estar enferma por algo que sentía que era mi culpa.

Cuando ya empecé a escribir para organizar mis emociones, necesitaba respuestas, datos para entender si esto que me pasaba a mí le pasaba a más gente, si era normal. Cuando descubrí toda esa información, vi que era algo mucho más grande y que tenía que hacer algo con ello porque era necesario que más gente lo supiera.
P: La palabra “mutilación” asusta, pero es el concepto que vertebra toda la obra. ¿De qué manera te relacionas con este término y cómo fue tomar consciencia de a lo que te habías enfrentado?
R: Es una palabra muy complicada que yo al principio de escribir el texto no abordé. Mi primera escritura no giraba en torno a la mutilación, sino al dolor y la enfermedad. Cuando escribí un primer borrador de unas sesenta páginas y se lo di a algunas personas para que lo leyeran, recuerdo perfectamente que una de ellas, María Fernanda Ampuero, me dijo: “Tu libro se debería llamar ‘Mutilada’ porque es la historia de una mutilación por gordofobia”. Cuando oí esas palabras, me quedé muy impactada. En el territorio español ubicamos las mutilaciones más como algo que pasa en otras culturas que asociamos con lo salvaje y de repente se me hizo muy extraño reconocerme a mí ahí; pero a la vez, desde que me dijo esa palabra, yo necesité repetirla mucho porque por fin encontraba un término que de verdad era acorde a mi cuerpo. Lo que le pasa a mi estómago y a mi intestino es una mutilación, que es algo muy grave, y yo vivo con las consecuencias de ello.
Cuando le empecé a decir a la gente que yo estaba mutilada, las caras de la gente eran de horror. Y es que es horrible, ¿no? Dañar un órgano sano por fines estéticos es terrible. Es difícil reconocerse ahí, pero tenemos que llamar a las cosas por su nombre para romper el silencio.
P: También dices en el libro que “escribir es abrir una conversación”. ¿Cómo era el diálogo contigo misma mientras escribías? ¿Qué miedos, dudas y esperanzas iban apareciendo durante el proceso?
R: Para mí escribir ha sido tener la conversación que no podía tener porque no había un interlocutor válido. Ha sido un proceso muy bonito y también muy duro porque, cuando escribes, tienes que reflexionar sobre lo que has redactado. Esas palabras vuelven a caer en ti y eso te lleva a otros lugares. En el dolor o la frustración, la escritura ayuda mucho a conocerse en un plano diferente al que estamos acostumbrados a conocernos. También ha sido muy liberador porque yo tenía una urgencia de ponerle palabras a lo que me pasaba y por fin he podido. Ahora la conversación se ha hecho más grande y está llegando a otras personas.
P: Han pasado ya unos meses desde la publicación del libro. ¿Has recibido mensajes de personas que se hayan visto reflejadas en tu historia?
R: Sí, yo recibo casi diariamente mensajes, pero hay dos tipos que a mí me alivian o que me hacen ver que ha sido una buena decisión publicar el libro. Recibo muchos mensajes de gente que, aunque no se haya operado, se reconocen en lo que cuento, que han vivido todo un proceso de dietas, de violencia hacia su cuerpo, de hacerse daño, de sentir mucha vergüenza y mucha frustración. Me cuentan que les ayuda a liberar tanta culpa y a sentir que no están solas, que somos muchas las que vivimos así, que no es justo.
También estoy recibiendo mensajes de gente que estaba en lista de espera o que se iba a operar y que a raíz de leer el libro se lo están pensando y están dando un paso para atrás. Estos son los que más contenta me ponen, la verdad. Cada vez que recibo un mensaje de alguien que al final no se opera, me alegra el día.
P: ¿Crees que este libro puede llevar a un cambio en la mentalidad o que es algo tan enquistado ya que es complicado?
R: Yo creo que hacen falta más voces, hace falta mucha fuerza. Creo que el pensamiento dominante sigue promoviendo que la delgadez es la única solución, que vale todo con tal de alcanzarla, pero también cada vez somos más. Sabiendo que va a ser difícil porque cada vez hay más intereses económicos, no nos puede parar el hecho de que tenga mucha fuerza la cultura de la delgadez.
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